Si hacemos que las verdades se dobleguen ante las dificultades, se acabó la filosofía.

[Joseph de Maistre (1753-1821), Les soirées de Saint Petersbourg]


miércoles, 2 de abril de 2008

El CABALLERO ILUSTRADO

El CABALLERO ILUSTRADO


Autor: Raúl Antonio Capote


A: MATAHARI

A: Mis hijos



ORDENAMOS QUE HAGAN VENIR GANTE INSTRUIDA PARA QUE
ESCRIBAN UN LIBRO SOBRE MIS CAMPAÑAS, MIS ACCIONES Y
MIS PALABRAS.
Gengis Kan


Primera parte.
MI FIN ES MI COMIENZO.

Los dioses nacieron de la
sonrisa de Dionisos y los
hombres de sus lágrimas.
Sentencia órfica.
Al final un resplandor, un túnel y una puerta que se aleja, una sombra a contraluz de un color indefinido, no terrenal. ¿La multitud?. Sombras que arrastran los pies por el suelo encenagado. ¿La lluvia? Moja los rostros y los vestidos. Luego el redoblar de un tambor. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Quién soy? Esas ventanas y puertas parecen estallar de tanta luz. Torres, esferas, ovos, lagartos.
En el centro hay una laguna; ahora que todo es más nítido, ahora que la bruma ha desaparecido, distingo a las jóvenes desnudas que juegan en el agua, bañadas por la luz seráfica, amarilla como viernes santo, amarilla como los viernes.
Al otro lado están los cerdos y los lagartos trepados sobre los gritos de las mujeres, los raros artefactos que comprimen los cuerpos y la sangre, el sudor, la carne que no sacia los vientres, las tijeras enormes manejadas por demonios. Lanzas fálicas empuñadas por hombres no hombres y la gigantesca orgía, cuerpos entremezclados en el fango, doncellas negras y rubias, sapos, perros, angelotes de mirada cándida sodomizados por lagartos, y el barrizal, un supraorgasmo bestial de la tierra.
Desde un ovo traslucido nos mira un rostro fetal y otra vez el tambor redobla y las sombras gentes marchan por el jardín, vegetación de un planeta dentro de otro planeta, dos astros que no existen uno sin el otro.
La lluvia arrecia, una muchacha se acerca, el viento bate su vestido floreado, es el primer rostro que se independiza, sonríe.
- ¿Quiere algo de comer?
La muchacha tiene unos hermosos ojos negros, introduce la mano en una bolsa de naylon y saca una piña.
- No, gracias.
- No le dé pena, tome.
La dejo con la mano extendida y la fruta con su corona de espinas regresa a la bolsa. La muchacha camina a mi lado, acelero el paso y ella se esfuerza por seguirme. Llegamos a un río, la gente se amontona en la orilla sin poder pasar, el puente ha sido destruido, sus vigas apuntan al cielo. Comenzaron a tender uno nuevo de madera, el torrente arrastra troncos de árboles y animales.
Terminado el improvisado puente, la gente se apresura, la inestabilidad hace caer a algunos al agua y son arrastrados por la corriente. Del otro lado un grupo de soldados selecciona a los recién llegados, unos son conducidos a un cercano barranco, otros parten con rumbo desconocido en unos camiones verdes, un grupo queda en la orilla custodiados por las armas que les apuntan al pecho, una hilera perfecta de guardias cubre la rivera del río.
El cielo es de un gris plomizo. Uno de los soldados comenzó a disparar. La fila interminable cruza el río tratando de no caer al agua. ¡Fuego! Tronó la orden, la multitud se precipita sobre las armas y caen unos sobre otros. La lluvia ha amainado, la línea de los militares comienza a flaquear, uno cae de rodillas, otro arroja el fusil, la muchedumbre avanza sin detenerse, hay un extraño gusto en la inmolación, hay algo de orgásmico en esa avalancha sobre las armas, en esta sonrisa lúbrica, en ese gesto de complacencia con que caen abatidos por las balas, es la muerte como supremo placer. La muchedumbre es una amalgama enloquecida de uniformes, pañoletas, camisas, gritos, gemidos, colores, el rostro de los soldados crece hasta cubrir el espacio de la masacre.
Sólo dos contemplamos la escena, sólo dos estamos detenidos, la muchacha del vestido floreado y yo.
Un tamborero se acerca, su uniforme descolorido y hecho jirones, está empapado, las botas astrosas cubiertas de fango, las gotas de agua caen sobre el parche y se escucha un tenue redoble. Contemplamos la escena parados sobre un montículo de piedras, el Tamborero nos señala unas luces que brillan a lo lejos, luces que tiñen de amarillo el cielo, luces de una ciudad cercana, grita algo que no logro escuchar por el estruendo que aumenta por momentos, se baja del montículo y se pierde entre la gente tocando su tambor. Trato de seguirle, alguien me empuja y caigo al suelo, todo se acelera por segundos, se mezcla en un extraordinario remolino en cuyo vórtice estoy yo.
Tengo los pantalones enlodados, estoy empapado en agua, mi reloj dejó de funcionar, sus manecillas indican las siete y cuarto del viernes 24 ¿De qué viernes? ¿De qué 24? ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?. Sin darme cuenta me he acercado a la hecatombe, una bala silba en mi oído y corro a buscar refugio detrás de unas piedras, la muchacha del vestido floreado me ve y corre hacía mi, una ráfaga la derriba, cae en una extraña postura, como una marioneta a la que han cortado los hilos. Ha cesado de llover, a unos cientos de metros arden los camiones verdes.
Nos subieron a un ómnibus.
- No te preocupes
Dijo una muchacha.
- Irá directo al barranco.
Miré mis zapatos arruinados, los bajos del pantalón cubiertos de fango. El aire que entra por las ventanillas es espeso, denso, como si el autobús se abriera paso a la fuerza, es un aire aceitoso, pasamos entre cadáveres que son amontonados por una motoniveladora.
El señor a mi lado en el no deja de lloriquear y entre sollozos dice.
- Es un error señor, dígaselo, e s un error yo no soy un letrado.
Lo miro bien y de verdad no tiene tipo de letrado, ni el resto de los que nos acompañan, ni los muertos allá fuera, más bien parecen campesinos. Un soldado nos mira feroz por lo que decido mirar al suelo y evitar sus ojos. Lleva un uniforme verdeolivo, zambrán de cuero, quepis, un sello en la solapa con el rostro de un señor barbado, muy solemne, una pistola al cinto, cargadores, y una subametralladora terciada en el abdomen., su rostro picado por el acné, es tan común que da miedo
Las paredes y ventanillas del ómnibus están casi cubiertas en su totalidad de carteles:
MUERTE A LOS LETRADOS TRAIDORES AL PUEBLO
EL FUTURO PERTENECE POR ENTERO A LA GRAN IDEA
EL PUEBLO DE SIRTE UNIDO EN TORNO A LA GRAN IDEA
Y así decenas de carteles en ese tono.
Nos movemos por una carretera flanqueada por almácigos y tamarindos, a los lados unas casitas de madera y techo de yagua se trepan en el paisaje. Una vieja nos dice adiós con el pañuelo, ellas siempre están ahí en todas las carreteras del mundo diciendo adiós con el pañuelo, con sus caras arrugadas, sus cabellos grises, sonríen enigmáticas y lejanas, están ahí desde el inicio del mundo, junto a las carreteras, a la salida de los pueblos, esperando a que pasemos para saludarnos con el pañuelo.
El autobús da un frenazo.
- ¡Los billetes!
Ordenan dos sujetos de civil, pistola en mano.
- Es el control. ¡Arriba todos de pie!
- ¡Vamos que es para hoy!
Dos pasajeros son bajados del vehículo, el soldado protesta, pero los de civil le muestran un carnet de color verde, que obra milagros, la cara del militar se transforma en un rostro adulón, sin rastro de su ferocidad de antes. Dos pasajeros son amarrados espalda contra espalda y tirados en la cuneta. El autobús continúa el viaje.
Media hora de camino. ¿Adónde nos conducen?. Tras una curva un sargento ordena detenerse al vehículo, los soldados que le acompañan hacen disparos al aire. El sargento tiene un rostro hermoso que contrasta con la brusquedad de sus gestos.
- Todos abajo.
Ordena mientras se golpea las perneras del pantalón con una fusta. Los pasajeros son conducidos a pie por la carretera. Se acerca un oficial, su rostro tiene visos verdes por la humedad. El oficial le ofrece el brazo a la muchacha.
- ¿Sabe conducir?.
Pregunta mirándome con repugnancia. Nos montamos en un Moskovich. Curvas, frenazos, miradas del oficial que acaricia a la muchacha y de vez en cuando, como sin querer, me acaricia el muslo, cada vez más cerca de la portañuela. El militar enciende la radio. Las mismas consignas repetidas con voz monótona, impersonal.
¡VIVA EL INVICTO SUMO!
SUMO JEFE SUPREMO ¡VIVA!
Música salsa que habla de mulatas sabrosonas, boleros de borrachos y amigos que traicionan, marchas bélicas, himnos al Sumo y las consignas, una y otra vez
¡QUE SE VALLAN LOS LETRADOS!
MUERTE A LOS LETRADOS
Entramos a una ciudad semi destruida, la basura se amontona en las esquinas, ratas, perros famélicos y niños no menos depauperados se revuelcan en los estercoleros, los latones de basura desbordados como cornucopias de la miseria y la podredumbre, basura que se disputan gatos, perros y hombres, bandadas infernales de moscas se pegan a la ropa, a la cara, dejan su huella infamante en los cristales. Los edificios parecen haber sido destrozados con meticuloso cálculo.
- ¡Frituras!
- ¡Frituras de proteína vegetal! Se acabó el abuso.
Vocifera una vieja, trae del brazo una bolsa de naylon.
- ¡Frituras! ¡Frituras de soja!
- ¡Empanadas rellenas!
El oficial nos dejó en el centro de la ciudad sin darnos explicación, dio una nalgada a la chica, me regaló una miradita despectiva y se marchó en el Moskovich.
Un cartel pende de dos edificios atravesando la calle de lado a lado.
SIRTE ES UN PUEBLO FELIZ
Más allá, al final de la calle, una enorme pancarta con la foto de un señor barbado que saluda a unos espectadores invisibles, tiene rostro de Dios, omnipotente, hierático, recuerda al rostro de, las estatuas de Rancés II en el gran templo de Abusimbel, me hace gracia la similitud, pero la realidad que nos rodea no es nada simpática, la muchacha mira azorada la enorme pancarta y baja la cabeza, va a realizar una postración pero se lo impido, su cara expresa una veneración infinita y miedo, mucho miedo.
Tomamos por una avenida cubierta de polvo, periódicos y hojas que el viento alza y arroja contra los transeúntes, desembocamos en una plaza cubierta de consignas, EL SUMO O LA MUERTE llamados y afiches del señor hierático.
Del primer edificio sano que encontramos sale una contagiosa melodía, una luz brilla en la puerta Club Hamelin y más abajo en letras rojas VIVA EL SUMO. Entramos al local en penumbras, una orquesta toca en el escenario, unas parejas bailan, los instrumentos de viento compiten con las tumbadoras y un cencerro que pudiera despertar al mismo diablo. El salón está repleto, los camareros se deslizan entre las mesas con las bandejas en alto. Un oficial me pide permiso para bailar con la muchacha y se pierden en la oscuridad.
- ¿Bebe?
Me pregunta un joven, el carmín de sus labios parece chisporrotear por el efecto de las luces, no le acepto el trago pero conversamos un rato, habla de sus conquistas, de sus meritorias artes que han logrado seducir a más de un recluta, sus ojos se mueven casi al ritmo de la música.
- Si pusieras en fila todas la pingas que me he metido podrías construir un pingaplén.
Dice y sonríe, me invita a bailar pero lo rechazo y se marcha contoneante en busca de unos soldados que le llaman, el sonido de las trompetas es infernal, me dejo caer en un rincón y espero.
Cuando salimos apenas quedaban dos o tres parejas y la orquesta tocaba a desgano. Atravesamos varias calles y llegamos a un verdadero amasijo de callejuelas y túneles.
- Es aquí
Dijo la muchacha, bajamos unas escaleras y más callejuelas y túneles y más escaleras, como si buscásemos el centro de la tierra, más calor y más carteles y proclamas ¡Viva el Sumo! ¡Viva el padre de la Patria! Y más gente con cacerolas cocinando en las puertas de las casas. De pronto se hizo silencio, las puertas se cerraron como por ensalmo, una estrafalaria corte se movía escaleras arriba, la muchacha me empujó hacía la esquina de una casa, nos ocultamos tras los latones de basura.
- Es el Rey
- Es el Rey
Murmuraban, un extravagante ser era conducido en palanquín por cuatro enanos más extravagantes aún.
- El Rey
Y todos temblaban. El Rey miraba amenazador desde su cara tuerta, desde su boca torcida, desde sus piernas cortas y deformes, desde su piel mugrienta, desde su peste. Nos ocultamos bien para dar paso al Monarca y su corte de seres contrahechos que parecían salidos de los mismos infiernos, golpeaban las puertas, viraban las cacerolas llenas de comida, daban gritos, seres malolientes, cubiertos de pústulas, la mirada cargada de odio. Es el Rey de los suburbios, el mítico soplón, el hombre del Sumo, dueño de los pasajes, solares y catacumbas. El antiguo jefe de los mendigos, convertido por obra y gracia de la Gran Idea y del Sumo en el Rey de los soplones.
Todo eso me lo contaba la muchacha mientras buscamos una salida en el laberinto cada vez más intrincado de casuchas. Al fin llegamos a la casa de la muchacha.
- Aquí vivimos con mi padre, éramos ocho en este cuarto, allí estaba la cocina de kerosene, tras esa cortina nos bañábamos, pobre papá, aquí murió, lo envolvimos con la sobrecama, improvisamos un ataúd con la madera de la pared del fondo y lo enterramos en el patio, allí donde crece ahora ese espinocardo.
Luego de descansar un poco salimos de nuevo a la calle, un grupo de muchachos uniformados pasó cantando un himno muy marcial, ella se apretó a mí.
- Trabajo por las noches, puedo comprar todo el dulce que quiera, son muy generosos. ¿Me acompañas?
Entramos en un pasaje, en la puerta una mujer de bata blanca nos examina.
- ¿Eres extranjero?
- Viene conmigo.
Respondió la muchacha, realmente no sabía que era, ni quien era, ni que hacía en ese lugar.
- Bienvenido a Sirte.
Me palpó la barriga e hizo muecas de disgusto.
- ¿Es turista? ¿Se quedará aquí con nosotros? ¿Qué le parece Sirte?
Pasó sus dedos regordetes por mis sienes.
- ¿Qué le parece Sirte? ¿Simpatiza con la Gran Idea?
Nos roció desinfectante.
- Es por los niños sabe, por la salud, en el extranjero no se ocupan mucho de eso, pero nuestro gobierno sí, es prioridad de la Gran Idea.
La muchacha y la mujer de la bata blanca mostraron la instalación, un bello y fresco edificio, lleno de empleados sonrientes, de niños limpios, uniformados y tranquilos, extrañamente tranquilos. En el patio central, cubierto de exuberante vegetación se destacaba un mural que representaba una batalla, debajo un letrero dorado
GLORIOSA BATALLA EN QUE NUESTRO INVICTO SUMO DERROTÓ A LA CHUSMA LETRADA.
La de la bata explicaba el uso de cada una de los locales.
- En este centro cuidamos a los niños, les preparamos para servir al Sumo, les educamos como hombres y mujeres fieles a la Gran Idea.
Nos despedimos, la muchacha me acompañó hasta una habitación.
- Descansa, ahorita vengo a buscarte.
Me senté en un sofá y me quedé dormido.

En un sitio oscuro y húmedo se mueve un hombrecillo, habla en voz alta y gesticula vigorosamente Aquí se está bien Encendió uno de sus cigarros mentolados Aquí se está bien después de todo, calientes, protegidos. Si no fuera por el Duende, ahora él está tranquilo en el corazón del Sumo –que muchos años viva- si no estuviera el Duende, tampoco estaríamos nosotros, sus guardianes. Gracias a Dios está prisionero en el pecho de nuestro benefactor. ¿Quiénes éramos antes? Mejor ni recordarlo, ahora le cuidamos para que no escape y disfrutamos de este confort, de esta paz.
Subió hasta la retina. El Sumo Camaleón Padre de Sirte, Luz de Pueblos, líder fraternal, dechado de virtudes, se dirige la ventana, en la calle un ciego hace sonar su caramillo, un pelotón de soldados al descubrir la figura del Jefe Supremo, presenta armas y vocifera
- ¡Larga vida al Sumo Victorioso!
Él esboza una sonrisa y se aleja de la ventana.
Se anuncia al segundo hombre de Sirte, la guardia abre paso, hace una reverencia hasta tocar el suelo con la frente, el manto púrpura se le enreda en el cuerpo, pero de un giro lo hecha a un lado y mira con sus fríos ojos al Sumo.
- ¿Buenas noticias?
- No esclarecido señor
Su cara se contrae. Pobre Sirte, El Sumo es el único que no le teme. El Sumo todopoderoso que todo lo sabe y todo lo ve, ahora le pone un brazo sobre los hombros.
- Actúa Buitre, actúa, la seguridad de todo lo que hemos construido está en tus manos, confío en ti, haz lo necesario.
- Gracias señor, como siempre, no defraudaré la confianza que me tiene.
Hizo una reverencia y, llevándose una mano al pecho, extrajo un pergamino que desenrolló de un golpe.
- Todo está aquí señor.
El Sumo quita un paño verde de una de las paredes y descubre el mapa de Sirte, alargada como una serpiente. El hombrecillo mira por la retina.
Sirte y mis aspiraciones, no siempre seré un guardián del Duende. Sirte sin puntos cardinales, Sirte convertida en isla. Antes esa franja negra que se ve en la pared era la frontera, pero el Sumo ordenó rasgar, cortar, un simple tajo con la cuchilla y Sirte se convirtió en una Isla, se separó del continente, se alejó del imperio del mal, luego se prohibieron los puntos cardinales, los meridianos, los paralelos, los husos horarios, los años, los meses, los días, las horas y los segundos. Ahora es una isla, una serpiente doblada en tres ángulos, a veces llega algún avión perdido, o un barco, a veces alguien logra cruzar el puente que lleva a la realidad para nunca más volver o traen de regreso a los que intentan escapar por el tajo de la cuchilla. Sólo el Sumo Camaleón conoce el sitio que conduce a lo cierto y el Duende, gracias a Dios prisionero en el corazón de nuestro ínclito líder, por siempre y para siempre, aunque algún que otro letrado vea en él la salvación de la patria. Yo mismo soy poeta, sí, soy uno de los tantos letrados que gracias a la magnanimidad del Sumo estoy vivo y disfruto de esta holgada posición.
Sirte tampoco tiene estaciones, la noche y el día son dos caras de una moneda que gira al arbitrio del Preclaro Sumo y de su Filósofo que ahora se aleja con un rollo de pergamino debajo del brazo.
El Sumo está molesto, lo siento en la agitación de su estómago, el ácido sube en mareas peligrosas, mareas de ácido amarillo que lamen las paredes del estómago. Quedan enemigos a pesar de todo, a pesar de la eficacia de su maquinaria, quedan enemigos solapados, en acecho, son el disparador de esas mareas burbujeantes, su causa y origen.
El hombrecillo se sentó en su rincón predilecto al lado del coronel, jefe de la guardia personal del Duende, que dormía plácidamente, encendió un mentolado. Es la paz dijo y lanzó volutas de humo circulares, es la paz.

Me desperté y salí a recorrer el recinto, habitaciones y más habitaciones unas tras otras, interminables pasillos, ventanales que apenas dejan penetrar el gris del cielo, escaleras que suben y bajan, nodrizas pulcramente vestidas, ni un llanto, ni una risa, ni una voz, ni un grito. Guiándome por el humo, bajé a un lugar donde hombres de blanco se agitan alrededor de un caldero, en el caldero borbotea un líquido oloroso, me dirigí a un señor de amplios bigotes.
- ¡Oiga amigo!
Apenas me dejó hablar, introdujo un cucharón en el caldero.
- ¿Quiere probar la sopa?
Otro de los señores de blanco, también armado de amplios mostachos, copia fiel del anterior, su imagen en el espejo, la misma voz.
- Hacen lo que pueden, a los niños no les falta la sopa por las mañanas.
Una tercera copia, ¿eran clones acaso? Su parecido era asombroso.
- Ni los dulces. ¿Cuantos niños fuera de Sirte pueden darse ese lujo? Solamente en un país como el nuestro, con un sistema como el nuestro y con un líder como el nuestro, los niños pueden darse ese lujo.
- ¡Que clase de Sumo tenemos!
Tres guiños idénticos, tres sonrisas, tres caras de satisfacción y seguridad. Uno de ellos me alcanzó un tazón lleno de sopa, estaba fuertemente especiada, mucha grasa y fideos. Los tres contemplaban satisfechos con que placer tragaba el líquido casi hirviente. Salí reconfortado por la sopa.
¿Dónde estará la muchacha? Pasillos y más pasillos, escaleras, habitaciones, niños serios, bien vestidos, acompañados por sus maestras y el cielo gris que ahora entra a raudales por las ventanas abiertas.
La encontré lavando en el patio, metía las manos en una tina repleta de agua y detergente, la espuma le corría por los antebrazos el vestido de flores rojas se le pegaba al cuerpo, me sonrió y se pasó el delantal por la frente sudada. En el centro del patio unos niños jugaban alrededor del busto del señor hierático.
Salieron de la nada, verdes, fuertes, armados, la arrastraron por los cabellos, el agua se botó, roja y gris, agua y sangre. Los niños divertidos baten palmas, tomé a un soldado por el brazo.
- ¿Adónde la llevan? ¿Por qué la detienen? Es un error
- Puede ser un error
- ¿Entonces?
- Alguien tiene que ir
- ¿Pero a dónde?
- La llevaran a algún lugar.
- ¿Por qué? Es una locura, no ha hecho nada.
Se encogió de hombros y siguió su camino. Los niños sonrientes giran tomados de la mano.
- Venga, venga con nosotros.
Reclama una maestra. Subieron a la muchacha a una carreta.
- ¡ Adiós!
Gritó cordial un sargento.
- Estese tranquilo ¿OK?.
La carreta partió seguida de una nube de improperios que lancé ante la mirada atónita y desaprobadora de las maestras. Corrí tras ella, había una barrera y un camino flanqueado por majaguas, lloviznaba, caminé sin sentir el paso del tiempo, que además era imposible de medir en este gris eterno.

Mi reloj detenido marcaba las siete y cuarto ¿De qué mes? ¿De qué año? ¿De cuál lugar? ¿A que sitio me había conducido esta historia? ¿Al jardín de Jerónimo El Bosco? ¿Es que todo empieza siempre por un paraíso?(Jardín en persa) jardín bestiario, shalom Bosco, estoy en un punto sin salida, sin retroceso.
¿Y esas luces al final del camino? Dos guardias en una garita, cerca de alambres de púa. Un cartel en el pórtico OBRA ESPECIAL y más abajo como colofón El trabajo forja al hombre. Los soldados apuntan con sus fusiles.
- ¡Alto! ¿Pretende salir?
- No, entrar.
Le respondí, miró receloso.
- Entrar se puede, salir no.
Entré en el campamento de prisioneros, me mezclé entre ellos. El tiempo allí es una quimera, la clepsidra del sumo cuelga del cuello de los cautivos, clepsidra que marca el 0 día de entrada y que da la hora de sobrevida, como si el tiempo estuviera compuesto por miles de hombres horas, hombres manecillas, hombres muerte que pueblan este hormiguero, marcando tiempos diferentes, el 0 inicio de la muerte, tiempo contrario, retroceso desde la muerte a la muerte.
En el centro del campamento y visible desde cualquier punto, la imagen hierática del Sumo con la clepsidra en la mano y el letrero en bronce Trabajamos para la felicidad, en las paredes de los dormitorios, de las oficinas, en cuanta pared te encuentres, la imagen del Sumo repetida hasta el cansancio.
Hombres con uniformes de rayas rojas, gorros cónicos escarlata , el letrero amarillo en el pecho LETRADOS, y la clepsidra en el cuello, hombres amasados hasta la unanimidad, convertidos en un solo haz, pican piedras que cargan de un lugar a otro del campo, levantan montañas y fabrican lagos, montañas que luego serán lagos y lagos que después serán montañas, en un eterno vaciar y llenar.
Después de un tiempo imposible de precisar, un día descubrí, en una de las regiones más apartadas del inmenso campo, un ejercito de prisioneros que se afanaban en la cumbre de una montaña, era una gran loma de piedras calizas, salpicadas por algunos arbustos en su nacimiento y surcada por las hileras de constructores que trepaban cargados de herramientas y materiales, en la cúspide laboraban decenas de camiones y grúas. Me acerqué y uno de los guardias, indeciso al no ver en mi pecho la marca amarilla de los letrados, dudó antes de cargarme la espalda con un pesado jolongo de herramientas, las acepté sin chistar pues quería saber que hacían en la cumbre.
Abrían un enorme agujero, horadaban la cúspide, ya era apreciable la profundidad de la perforación, un grupo de prisioneros levantaba una gran pancarta en uno de los extremos de la sima, grande, como para que fuera vista a cientos de Km de distancia. No podía verse todavía lo escrito en ella, o las imágenes que tendría, una brigada de pintores trabajaba sobre grandes planchas de aluminio dándole forma al mensaje. ¿Qué construían en ese lugar? Ninguno de los letrados lo sabía o no les importaba y de los guardias, obreros y especialistas, no se podía esperar palabra.
Regresé después del trabajo a mi barraca, casi en el otro extremo del campo, nadie me dirigía la palabra, porque además de que estaba prohibido hablar, nadie confiaba en mi, no llevaba uniforme, ni gorro cónico, ni marca de letrado, ni yo mismo podía explicar quien era.
A la jornada siguiente salí al patio con los presos al conteo matutino y vi la pancarta terminada, enorme, visible desde todo el campamento, el Sumo Camaleón mirando a un punto indefinido en el espacio, (seguro al futuro luminoso), y debajo en grandes letras:
ES ESTE LUGAR SE CONSTRUYE LA PRESA MÁS GRANDE DEL MUNDO EN SALUDO AL CUMPLEAÑOS DE NUESTRO INVICTO SUMO CAMALEON.
Quedé estupefacto, ¿Una presa? Pero que estupidez, pero si por aquel lugar no había ni un río, ni un lago, nada, cero agua, además ¿una presa en la punta de una loma? Reí de buena gana, me desternillé de la risa, que soberana tontería, el resto de los presos ni miraba, no prestaban la más mínima atención, indiferencia total o total imbecilidad, ¡por Dios!, ¿En que lugar había caído? Reí hasta el agotamiento, luego traté de explicarles lo que eso significaba pero nadie estaba dispuesto a escuchar, por lo que decidí disfrutar yo solo el ridículo del tiranuelo, cuando fueran a inaugurar la presa y no apareciera el agua por ningún lado, que dirían los periódicos del mundo, sería el fracaso total del Sumo, no podría sobrevivir su gobierno a tal ridículo, la prensa lo iba a despedazar.
Esperé pacientemente el día de la victoria, disfruté del avance de la obra, del esfuerzo de los trabajadores. El día anterior a la inauguración se empezaron a tomar medidas especiales, se repartieron uniformes y gorros nuevos, se aumentó el número de guardias, se pavimentaron los principales caminos, se pintaron de blanco los contenes y los postes. De noche estallaron miles de fuegos artificiales.
Y llegó el día de la ceremonia, todo era júbilo en el campamento, los guardias mostraban sus uniformes de gala, los prisioneros descansaban del trabajo, de los parlantes salía música, inusual, completamente inusual. Corrí a la montaña, por el camino tropecé con cientos de periodistas, camiones de cadenas de TV, fotógrafos. No pude acercarme hasta el final del espectáculo, subí en un temblor hasta la cúspide, miré estupefacto la superficie espejeante da la presa, llena hasta los bordes, llena de letras, llena de tinta de imprenta, repleta de palabras que decían
TERMINADA EN TIEMPO RECORD LA PRESA MÁS GRANDE DEL MUNDO EN SALUDO AL 103 CUMPLEAÑOS DEL SUMO CAMALEON.
No había nada que hacer, todo regresó a la normalidad, abrir huecos y rellenar huecos.
En todo este tiempo no dejé de buscar a la muchacha, ella estaba entre esos rostros indiferentes, los más viejos cargaban piedras de un lado al otro y cantaban loas al Sumo y su genial Idea.
Un día, mientras caminaba al baño, desde la barraca, un guardián con cara de bulldog se echó sobre mí.
- Tiene suerte amiguito, soy un especialista. No se preocupe.
Me arrojaron a una celda y a las tres horas vinieron a buscarme. Entramos a una oficina con aire acondicionado, tiritaba, la ropa sucia y llena de agujeros no me cubría del frío, un grupo de oficiales verdes me observaba.
- ¡Qué miran! Como si fuera un molusco, un insecto.
- ¡Extranjero! ¡Cuidado! Sabemos todo sobre ti.
Dijo un oficial que parecía ser el de mayor graduación.
- ¡Cuidado!
Clavó su dedo índice en mi pecho, luego hizo un gesto de repugnancia y dijo con odio.
- Letrado
Sacó un pañuelo y se limpió el dedo.
- Tienes suerte, Él está aquí.
- ¿Quién?
- Él por supuesto.
Los hombres se postran y tocan el suelo con la frente. El verdigrís, omnipotente, entró, sacó su lengua bífida, le miré a los ojos, en ellos bailaba un extraño enano verde. Él lanzó un suspiro, después siseó.
- ¿Qué quieres? Largo de aquí Escritor, ¡largo!
Salí indeciso al pasillo, ¿escritor? Me llamó escritor, un soldado me dio un salvoconducto.
- Venga conmigo.
Entramos a un salón sobre una mesa quirúrgica hay una muchacha tendida, cubierta de sangre, tres orificios le negrean en el pecho, un vestido floreado manchado de sangre, otra mesa, otra muchacha, tres oficiales, un vestido de flores y otra, todo un amasijo de vestidos y mesas y agujeros y muchachas.
Tres orificios
36 vestidos
108 orificios
36 muchachas
216 orificios
72 muchachas
72 vestidos de flores rojas.
El cadáver pesa , subí una escalera, todas las puertas están cerradas, vienen unos oficiales.
- No debió sacar el cadáver.
- Estoy cansado no encuentro la salida.
- Deje eso, esta muerta, así no puede salir. Venga con nosotros.
- ¿Trae el salvoconducto?
Lo muestro. Se paran en firme y saludan.
- Es el sello de nuestro Jefe Supremo, del Ínclito, del Invencible, del...
- Basta, sáquenme de aquí de una vez.
- Nosotros le acompañaremos, deje a la muerta sobre ese sofá.

El Comandante observó a la chica escapada de la muerte, la montó, ella logró huir, él volvió a alcanzarla, la golpeó con el revés de la mano en la boca. Ella en el suelo, con las manos enlazadas a los tobillos, lo miraba fijo, desesperanzada. Él frente a ella.
- ¿Eran ellos? ¿Eran ellos?
Sabía lo que pasaba, era el pánico, eso lo hacía más fácil, medían fuerzas, fue hacía él, sudorosa, vengativa, se aferró a su derrota, lo acosó con avidez, lo golpeó con el empeine entre las piernas y se apartó, él se sujetó a sus rodillas y la hizo caer, tomándola por el pelo se puso en pie.
- Los apaches arrancaban el cuero cabelludo a sus enemigos, lo quitaban limpiamente, luego lo vendían o lo cambiaban por whisky o cerveza, claro eso fue cuando ya se extinguían las buenas costumbres, antes sus abuelos preferían mostrarlas como recuerdos gloriosos en sus tiendas.
Golpeaba sin furia, metódicamente, le asestó un golpe violento entre las cejas, ella caía y él
- Los apaches fumaban la pipa de la paz sentados en sus tipis, era el momento total, las flechas, las plumas, los cueros de los enemigos, sí. ¿Qué sabemos nosotros?
Ella caía.
- El fuego y los cuerpos desnudos y los lobos afuera
El cuerpo de ella contra el suelo de cemento.
- Y los tipis incendiados y los disparos y la pipa rueda por el suelo.
Ella rueda por el suelo y silencio. Se dejó caer con todo su peso sobre el cuerpo de la muchacha, los huesos crujieron, la rodilla se hincaba una y otra vez en la espalda, labios partidos, los ojos llenos de polvo y lágrimas.
Silbó el látigo y la desgarró a conciencia, geométrica, elaborada la tortura, marcaba la piel en una misma dirección. Pudo ver retazos de la sonrisa de placer, cayó hacia adentro, bien adentro, al comienzo de la nada, el miedo a los pies, vigorizado en alaridos de la cadera dislocada, naturaleza del dolor.
- Quédate tranquila criatura.
Los dientes se hincaron en su hombro, sintió la dureza del verdugo, sus estremecimientos.
- No te muevas, quédate así quieta, te doy lo que tu quieras.
Furioso, suplicante.
Entré a la habitación, la sostenía en los brazos, cubiertos los dos de sangre y grasa, desnudos, sonrió, vi sus dientes partidos, el Comandante la movió como a un títere.
- ¿Y usted como llegó aquí?
- Tiene un salvoconducto del Jefe Supremo, del Ínclito, del Invencible, del.
- Si, tengo un permiso.
Y se lo mostré. Los oficiales asentían con la cabeza, les dije que se retiraran y lo hicieron rápidamente. El Comandante tenía herida la espalda, surcada de uñas, sentó a la muchacha en un camastro, con la lengua le limpió los senos, noté su erección, perro a rayas, vieja carroña, la verga enorme de glande monstruoso, se acercaba a los muslos lacerados, eyaculó sobre las heridas, le dio a lamer el semen con sus dedos.
- Mira dulces, te tengo dulces, cabezotes empapados en almíbar
- ¿Qué haces aquí todavía
Me miró con furia.
- ¡Márchate!
Se acariciaban, canturreaban. Le alcanzó un látigo corto de piel de serpiente y puntas de plomo. Él recomenzó la tarea henchido de placer, suspiraba a cada embestida. Ella tomó el cuchillo de cazador del cinto de él, le acarició la piel con el acero, y luego hundió la hoja en su vientre. Cayó extenuada en mis brazos. Evitamos a los guardias y a los presos, ya casi en la salida alguien pasó gritando histérico.
- Mataron al Comandante, han matado al Comandante.
Ocultándonos en el desorden logramos alcanzar la calle, el uniforme del Comandante me quedaba grande y no sabíamos a donde ir. Habíamos dado muerte al tercer hombre de Sirte y salieron cazarnos.

Se deslizó por el esófago del Camaleón y se sentó recogiéndose con cuidado las puntas del frac El Duende no está bien, anda decaído. Después de todo le hemos tomado cariño, si muere...
Perderíamos el acoger hábitat:
Caliente
Seguro
Caliente
Noble estómago donde todos nos refugiamos. El mundo allá afuera es gris, torpe, sonámbulo. Aquí somos el centro de la Nación. ¿Qué seríamos allá afuera? Si el sol no se pone ni sale, donde es gris o negro según la orden del Sumo y todos se arrastran temerosos y obedientes, un país donde no se puede entrar ni salir, que se extiende ilimitado a donde camines, no hay puntos cardinales, a donde quiera que vallas puede ser delante o detrás, arriba o abajo, todo es un solo punto y varios puntos a la vez, lo que se acaba empieza o ya acabó antes de comenzar ¿Y la capital? Santa María pequeña y grande, ilimitada, desciende a los mismos infiernos, asciende al mismo cielo y sus hombres ¿Hombres? Nosotros somos el centro, el Universo, la Nación, el mundo color de rosa, los servidores, los mimados de la fortuna.
Somos libres, somos los más libres, la libertad es todo eso, es servir, es tener miedo, es naufragar, es que elijan por nosotros, que nos liberen de la carga de pensar, si alguien se echa encima ese problema y asume la responsabilidad de protegernos nos hace libres.
No como dijo Nairón aquella tarde de su desgracia, estaba magnífico el bardo sublime aquella tarde, él, uno de los poetas más queridos y respetados en toda Sirte, fue llevado aquella tarde a hablar de más.
El Sumo en siete días barrió a la oposición, todos respiraban aliviados pensando que había concluido la pesadilla, el nuevo líder consolidaba su poder. Craso error, nadie podía imaginar que aquella tarde una nimia excusa, una solapada provocación del Buitre provocaría la hecatombe.
Desde que Nairón llegó al almuerzo, invitado por el Sumo, no cesaron el hostigamiento y la descortesía. Ya al final el Buitre propuso un brindis, se puso de pie, alzó la copa y rogó a Dios que liberara a Sirte de la chusma Letrada, malagradecida, incapaz de apreciar la libertad que se le otorgaba, no se aguantó Nairón, se puso de pie y brindó por la grandeza de Sirte, por sus poetas, músicos, actores y pintores que la habían cubierto de gloria, por la libertad y la democracia, el Buitre le arrojó el vino de su copa a la cara , le llamó traidor y dijo con el rostro descompuesto por la ira
- La libertad es El Sumo, la libertad es nuestro líder, el Sumo nos dio una felicidad verdadera no ese simulacro de del mundo exterior, la felicidad es su Gran Idea que nos redime a todos y ustedes son un atajo de traidores malagradecidos.
Nairón se secó la cara con el pañuelo.
- La libertad es lo más sagrado que tiene el hombre y nadie es dueño de ella, nadie la puede repartir, nadie la puede dar, es ser lo que nos da la gana y no ser lo que otros deseen que seamos, es ser:
Un lunático
Un borracho
Un sobrio
Un desgraciado
Un rico
Un pobre
Un degenerado
Un hipócrita
Un mentiroso
Un sincero
Un anacoreta
Un cobarde.
La libertad es morir cuando nos da la gana, es ser para no ser, es ser, nadie es dueño de la felicidad, es el más individual de los derechos, solo comparable a la muerte. El Sumo no es nadie, tu no eres nadie, son hombres como yo, como cualquiera, ni mejores ni peores, ¿Quién les otorgó el don de decidir cómo soy feliz?.
El Buitre le abofeteo
- Poetastro ¡marica!
Nairón miró a los presente, fijó la mirada un instante en el rostro divertido del Sumo Camaleón, dio la espalda y sin decir nada más se marchó entre las filas de secuaces que escupían a su paso. Esa noche comenzó la matanza, desde entonces ser letrado equivalía en Sirte a estar muerto.
Yo era un poeta. ¿Soy un poeta? ¿Entre estos eructos? ¿Entre estos ácidos? ¿Puede un guardián ser poeta? ¿Se puede ser carcelero y poeta? ¿Qué es un poeta? ¿Alguien que hace poesía? ¿Sólo eso? No, quiero ser más que eso, soñaba que la poesía me elevaría a las cumbres. De repente todo se acabó, El Sumo borró toda la poesía de Sirte. El Sumo que me trajo aquí e hizo de mi un guardián y un protegido, que hizo de mi un insignificante poeta desconocido, olvidado, que hizo de mi un hombre importante un miembro del selecto grupo de sus servidores. ¡Oye coronel!, yo era un magnífico poeta y algún día lo seré de nuevo, algún día me pasearé por la corte con un traje de borlas doradas, entre el aplauso de los cortesanos y poderosos, ya verás, ya verán aquellos que no reconocen mi talento.
¡Oh rosa púrpura de alicatadas alas!
El coronel se puso de pie de un salto y blandió el sable.
- ¡Cállate! ¡Cállate!
¡Oh rosa púrpura, luz coral del alma!
- ¡Cállate! La poesía no existe, fue expulsada, no hay, se acabó, eso que dices no se oye, no existe, tu mueves la boca inútilmente, lo que él prohíbe desaparece, y tú mísero, ¿Cómo te atreves?
El Coronel apretó la empuñadura del sable.
- ¡Blasfemas insensato! No hay nadie más grande que El Sumo, un hombre –Dios, el nos lo dio todo, la felicidad, el orden, el poder ¡Blasfemas! ¿Qué valen nuestras míseras vidas? ¡Ponte de rodillas te lo ordeno!
El hombrecito se puso de rodillas, estaba pálido, sudaba, el cuerpo le temblaba.
- ¡Oh perdón padrecito! Alma y luz de Sirte, no escuches a este Coronel que quiere perderme, tú que todo lo ves, que todo lo escuchas, loado seas, tú conoces mi fidelidad, no escuches a este Coronel que me difama.
El Coronel se marchó furioso dando un fuerte taconazo.
- No le escuchéis. La poesía. ¿Qué es la poesía? La poesía no existe, nunca existió. ¿Es que cabe alguna duda? Sirte es la serpiente secular, el triángulo de tu poder, tu jardín, fuera están las brumas, la perdición, el caos, el desorden, nada existe fuera de Sirte.
Escondió la cabeza entre las piernas y lloró, lloró a lágrima viva, se tendió en la boca del sagrado estómago y las lágrimas sisearon al arder en el ácido que subía y se arremolinaba cerca de su cabeza.

El Buitre filósofo se estira nervioso los faldones de su capote, la nariz aguileña se le enrojece. Un hombre camina esposado, sus labios sangran, cojea de una pierna.
- ¿Cuál es mi culpa?
Los soldados le golpean las piernas con las picas, cae a la acera y es arrastrado a los pies del Buitre.
- ¿Quienes somos los más fuertes Nairón?
- Nosotros Buitre, seguimos siendo nosotros. La voz de Sirte, su luz.
- Sirte es muda, poetastro, muda, ciega y sorda.
Sonríe con desprecio.
- Ustedes son humo, tú y ese loco lagarto han construido una cárcel, pero esta cárcel, ¿no lo saben? es su propia y mortal trampa y caerán, seguro que caerán.
El Buitre golpeó al prisionero, varias lanzas dieron sobre la espalda de Nairón que cayó el suelo de Bruces. Desde las casas vecinas las paredes contemplan la escena, aguantan la respiración, es el miedo que corroe, distorsiona, pare delatores, paredes dominadas por el pánico, la escala de valores varía. En una ciudad dominada por el miedo son las paredes las que más sufren, las paredes son el rostro de la ciudad. Morir y delatar, delatar y morir, el miedo se mueve en la oscuridad de las esquinas, a la sombra de las fachadas, el miedo con su lengua extremadamente larga, lengua que siente placer en hablar, lengua que cosquillea en la oreja del verdugo. ¿Qué otra cosa puede hacer una pared si contra ella se recuesta el temor de toda una ciudad? Placer en morir derribada, placer en la sangre que salpica en la bala que rompe. ¿Nunca has sentido como gimen las paredes? Es la caricia del pánico sobre su piel rugosa, en esas madrugadas en que ululan las sirenas y la noche se rompe en mil silbatos, disparos, reflectores, pasos apresurados, gritos. Una pared no puede hacer otra cosa, gloria a la lengua que no puede evitar la palabra, torrente que se desborda en el oído del guardián.
Eso lo sabe el hombre que pasea su mirada por las fachadas. El buitre acaba de capturar a uno de sus enemigos y es como si una luz se apagara, lleva meses buscándolo, morirá, hoy le dará la buena nueva al Sumo.
Nairón el sabiendo cayó en sus manos. Llueve, las gotas de agua golpean la capota del coche. El Buitre filósofo está feliz. Disfruta del sonido de la lluvia, se vanagloria de su eficacia. Cayó Nairón, caerá Don Noble, caerán todos los enemigos, todos los infames letrados.
Las calles están desiertas, solo se escucha el chocar de las botas en el asfalto, soldados verdigrises y más soldados verdigrises, como una sierpe que repta sin detenerse. ¿Dónde nace? ¿Adónde va? Ahí está, repta, repta, repta. Bravos soldados, sonríe el Filósofo. Bravos, son mi obra, mi creación, mi orgullo, un ovo gris gira en su mano. De un poste cuelga un hombre cabeza abajo, en el pecho un cartel TRAIDOR LETRADO. Nairón se remueve indignado en el asiento del coche, su rostro se contrae por la ira.
- ¡Asesinos! Ustedes son humo y miseria humana, ustedes despertaron a la hidra y una de sus cabezas le morderá el cuello.
Varios puños se hundieron en su estómago.
- Tápenle la cabeza al lunático este.
Los sicarios que custodiaban al bardo, le cubrieron la cabeza con un saco y la emprendieron a golpes con él. Próximo al Palacio Real comenzaron los escombros. El Sumo Camaleón había ordenado destruir todos los edificios a diez cuadras a la redonda del palacio. En la puerta los guardias saludaron a los ocupantes del coche que entró sin detenerse.

SOY una voz, si una voz, eso soy, una voz sin independencia, sujeta al mandato de otra voz que resuena en mi cabeza, él me llamo ¿escritor? Al entrar a esta templo lo empecé a comprender todo, o casi todo, tengo una misión que cumplir, por eso fui creado, soy el creador de un mundo, soy la palabra dentro y fuera de mí y descifro el enigma de mi tarea, la caída, la sensación de que de pronto aparecerá un túnel, una puerta. ¿Quién sabe? Todo muy indefinido y comencé a ver con mis propios ojos. Este edificio de altos puntales, la muchacha a mi lado reza, su voz es un murmullo que asciende a los vitrales, rebota y de desliza a las heridas. Ser inmisericorde, hijo de la madera, mareado por su propia dolencia, ese ser de madera, no el verdadero, ese ser, ese ser sangre coloreada y yo, tenemos algo en común, yo tengo mi alter ego omnisciente, mi yo, que es una voz en mi cabeza.
La caída fue vertiginosa, el vocerío de la gente, sombras, lluvia, el fangal sin fin, la caída y luego el puente y Sirte, este país sin límites, extendido en la irreal-realidad. Luego la ciudad, un mundo dentro de otro mundo y las voces esos seres que se mueven en mi cabeza, como en un tablero de ajedrez.
La muchacha se estira el vestido, la luz de los vitrales le colorea las mejillas de rojo.
- Que bello es San Antonio.
Su cara muestra una veneración sin límites. San Antonio sobre una gavilla de heno, la carreta pasa sin detenerse, no puede detenerse jamás y aplasta los cuerpos que pretenden subir, que tratan de tomar un poco de heno y los seres sobre la carreta, alados y rozagantes.
La procesión entra a la iglesia, hombres de rostro terroso, gris, con un temor infinito en sus cuerpos. La muchacha sonríe, siento un aletear como de murciélagos en el techo.
- ¡Son los ángeles!
Grita
- ¡Son los ángeles!
Los aleteos de vuelven alocados, sin ritmo y veo a los seres alados descender en el atrio, sus caras reflejan una bondad infinita, sí, son ángeles, tienen alas y esa luz seráfica, sí, son ángeles y la peregrinación sigue su avance dentro de la nave y pone velas encendidas, en un rincón un grupo de beatas reza, todos se sientan, cruzan las piernas y los ¿ángeles? comienzan a agitar látigos con punta de plomo sobre los peregrinos que cantan Miserere, y los látigos caen sobre las espaldas y no son látigos, son serpientes, las mujeres se desnudan, abren sus vulvas y el templo brilla con el resplandor de sus clítoris, una voz canta ¡Oh Sirte, condenada irrealidad y todo es más gris de lo normal. Las serpientes son falos que reptan por el suelo en busca de la luminosidad de los clítoris. Las mujeres esconden el heno bajo el vestido.
- ¡Salvaos!
Corre un hombre desnudo, una de las serpientes le cuelga del ano. El sacerdote hace su entrada, todo de gris, bendice a los peregrinos, las serpientes se esconden, todos los rostros son ahora luminosos.
- Sumo salve, Padre y dios de Sirte, dios.
El sacerdote se postra ante la imagen dorada del Sumo Camaleón.
- Honra a nuestra patria con tu gloria, que eterna sea, dios y señor, dueño del tiempo y de la eternidad.
- ¡Gloria!
Grita la muchedumbre que llena la iglesia.
- Oh señor, concédenos la oportunidad de servirte, concédenos la oportunidad de morir por ti y estar en tu gloria.
Todos estaban de bruces y lloraban.
- El Sumo creó Sirte, Sirte es el centro del mundo, nada existe fuera de Sirte, fuera es la infelicidad, el caos, el desorden, fuera es el crimen, la anarquía, la desidia. Solo el Sumo puede darnos el futuro a que todos aspiramos. Nada existe fuera de Sirte, nada existe fuera de Sirte. ¡Oh eterna! ¡Oh infinita! ¡Oh Sumo! Nada existe fuera de tu poder. Dichoso el pueblo que tiene un líder como él, bienaventurado el pueblo que cuenta con guía tan especial, padre amantísimo que nos dio la tierra prometida, que nos guía por senderos de gloria, padre único, irrepetible.
- ¡Viva el Sumo!
Clama la masa en coro.
- Porque eres invencible señor. ¡Oh gran poder! Oh poder eterno!.
El Camaleón y todos sus seguidores, creado para la oscuridad, nadie cree que exista algo fuera de Sirte, nadie quiere creer, porque aquí brilla un cielo gris o negro, según la voluntad del Sumo, porque morir y nacer es asunto de su gracia. Los cantos y aleluyas de los fieles se pierden en los pináculos, en los vitrales que representan la imagen del Sumo, azules, rojos, grises, los fieles cantan un tedeúm y el templo se estremece hasta los cimientos, sus torres se elevan hasta el cielo. Las agujas rasgan el secreto de los ¿ángeles? que no saben como huir de tanta gloria, de tanta adoración, tomo a la muchacha del brazo y salimos de la Iglesia, el gris impera como siempre, hoy podría ser domingo. ¿ Quién sabe? Tendré que seguir la voz dentro de mí y ser palabra, palabra, palabras.

El nuevo Comandante de la guardia de Sirte es escoltado por oficiales en magníficos uniformes, los uniformes gris perla, las botonaduras de plata, los penachos multicolores de los cascos dan colorido a tanto gris. Entre los álamos la chica camina despacio, los árboles muestran la huellas de antiguos combates, ella se agacha y toma una flor.
- Fue un error, dispararon por error.
Y espanta al ave murciélago que intenta penetrar por sus pupilas, ave-parásito, sorbe las ideas recién formadas, las paraliza, ave emblema del poder.
Al lado de la tumba una mujer llora, dos niños arrojan flores, un oficial recoge la bandera que cubrió el ataúd y se la entrega a la mujer que llora.
- Fue un error, es sólo una víctima inocente.
- Dispararon a la persona equivocada, les señalé al del saco gris, al canoso pero le alcanzaron a él, a la altura del pecho, fue instantáneo.
Soldados, amigos y parientes se acercan a la mujer que llora, se abrazan, intercambian lágrimas, se palmean las espaldas.
El ave clava sus garras en la cornea, parece una hidra, sus alas están formadas por membranas como las de los murciélagos, otra ave desciende vertiginosa del cielo, es negra, patas largas, cuello pelado, pico curvo, alcanza al ave-parásito y le corta el cuello con su pico formidable y ambas desaparecen, es el ave guarda de Sirte, la verdadera, la casi extinguida ave-verdad-realidad, que vive junto al Fénix de plumas doradas, portadora del ovo de la mirra, vive en el espacio abierto por la cuchilla, guía de viajeros extraviados en el fatídico triángulo.
Sonó un disparo de fusil, la guardia protegió al Comandante cubriéndolo con sus cuerpos, disparaban a quemarropa, unos contra otros. Nos escondimos tras una lápida, saltamos de tumba en tumba, de cruz en cruz, de ángel en ángel, caen los soldados cegados por disparos de ametralladora, cae el nuevo Comandante sobre la tumba aún abierta, estamos perdidos, el vestido de flores rojas se enreda en los arbustos. Un grupo de hombres armados nos da el alto, corren hacía nosotros, un caballo alazán salta entre las tumbas, el jinete nos hace señas, su escudo destella al sol, porta lanza, escudo, bacineta, grebas doradas y rodela azul, casco emplumado y capa azul con bordes de oro.
- Soy Don Noble suban a la grupa.
Nos montamos como pudimos, el caballo caracolea, nos sujetamos y emprendió el galope, de las herraduras saltan chispas, el caballos se eleva y vuela sobre el cementerio, nada pueden los disparos, el animal vuela sobre el cementerio en llamas, así debió ser, así lo deseábamos, podría contarlo de esa forma, pero no fue así, no voló, no se elevó lejos del peligro, a duras penas logramos escapar del lugar perseguidos de cerca por los soldados y los disparos y los gritos, el caballo huye espoleado por el jinete que apenas logra controlar las riendas.
En la casa de Don Noble todo huele a humedad, a ropa vieja guardada, a naftalina.
- Pueden quedarse todo el tiempo que quieran, mañana les presentaré a mis amigos, tenemos muchas cosas de que hablar.
Sobre la mesita de noche, un casco con visera y remaches de bronce, en el suelo una cota de maya, copias de Manet y Gaugin en las paredes, un cuadro de Kurt Schwitters Construcción for Noble Women, en la pared sobre la cama, en un rincón, espadas, ballestas y otras armas amontonadas.
Don Noble, otra voz en medio de este caos, ¿Don Noble?. Ella me da la espalda y se quita el vestido, le acaricio suave la curva de la cadera, un blumer rosado vuela y desnaturaliza la esencia guerrera del casco, prendido de su pico de bronce cuelga cual estandarte victorioso. Don Noble, en la habitación de al lado mide la estancia con sus pasos, potentes vibraciones parten del cuarto, llenándome de más interrogantes, la muchacha se tiende boca abajo en la cama, tiene las nalgas más bellas que jamás halla imaginado, perfectas, macizas, redondas, indescriptibles, desde la calle llega el canto de la guardia nocturna.

El Sumo Camaleón se paseaba de un extremo a otro de la habitación, las pencas de las palmas golpeaban los cristales de la ventana, ese ruido tenía la virtud de ponerlo nerviosos, varias veces pensó cortar la palmas, pero eran un símbolo de su poder y el sabía mucho de la importancia de esas cosas, dio cuerda al gramófono.
Ma fin ma fin est mon comencement
Est mon comencement
Est mon comencement
Ma fin est
(engoló la voz a dúo con el gramófono)
Ma fin est mon comencement
Aspiró el aire con fruición. El Filósofo entró despacio. El Sumo estaba abstraído, los ojos cerrados. Carraspeó y el Sumo lo miró con desdén.
- ¿Conoces a Guillaume de Machaut? ¿No? ¿Seguro que no? No sabes lo que te pierdes, te regalaré una copia. ¿Qué te traes?
- Eminencia, Ínclito, es sobre el decreto.
- Mientras tenga al Duende en mi pecho, no habrá problemas, no tienes porque preocuparte.
Firmó con su larga caligrafía de reptil el documento que le extendía el Buitre.
- Agrega ahí.
Ordenó
- Queda prohibido bajo pena de muerte
1- Tener luz
2- Buscar luz
3- Encender luz en cualquiera de sus formas.
4- Pensar en la luz.
5- Soñar con la luz.
Quien incumpla esta orden será juzgado como traidor al Pueblo de Sirte y condenado a ser colgado por el cuello hasta morir.
YO EL SUMO.
- Será hermoso, no más grises, lo negro eterno.
- Genial su alteza, genial la oscuridad eterna, sus órdenes serán cumplidas de inmediato.
El Buitre se retiró haciendo profundas reverencias. El Sumo quedó solo, se sirvió una taza de café que bebió de un golpe, dio cuerda de nuevo al gramófono.
Ma fin est mon comencement
Ma fin
Ma fin
Est mon comencement
Se sirvió otra taza de café, bien fuerte, negro como le gustaba, encendió un largo tabaco, saboreo el humo, su médico personal se lo había prohibido en una ocasión y él había prohibido el ejercicio de la medicina en Sirte, días después se nombraba a sí mismo Medico Supremo de Sirte. Y declaraba su voluntad de vivir eternamente. Terminó con el café y llamó a la guardia.
Ma fin es mon comencement
Ma fin es mon comencement
Cuando los guardias entraron el Sumo se paseaba por el techo exhibiendo su largo pañuelo rojo.

El portero se paseaba con las manos sumergidas en el impermeable, ladeado el sombrero, brillantes los galones. Entramos sofocados al local, ella tenía aún en el rostro huellas de los sufrimientos pasados, una cicatriz le surcaba la frente. La amaba, amaba su ex sonrisa arrancada por el verdugo. Para poder pasear un rato, escapábamos en busca de los cafetines repletos, los teatros, los cines, multitudes donde diluirnos, desaparecer en el rostro homogéneo de las muchedumbres, con el sufrimiento de la marca para siempre de su deseo por el látigo. Se apagaron las luces, se iluminó la escena, los actores salieron, un cartel lumínico se encendió sobre la escena.
ESTA OBRA ESTÁ DEBIDAMENTE AUTORIZADA.
Los actores se movían sobre el escenario atiborrado de utilería, una gran tela de fondo mostraba a individuos sonrientes, laborando en un campo de caña, alrededor de los actores y limitando sus movimientos, ruedas dentadas, tractores, herramientas de todo tipo, enormes armas de cartón.
DINORA: Ramón eres un valiente.
RAMÓN: Iremos juntos al trabajo voluntario el domingo.
DINORA: ¡Si! ¡Que felicidad! Recogeremos hortalizas y luego arreglaremos el jardín.
RAMÓN: Nadie podrá arrebatarnos el primer lugar está vez seremos de nuevo muy felices. ¡Que felices somos!
DINORA: Que felicidad, gracias a la oscuridad bendita de nuestro Sumo.
(APLAUSOS)
RAMÓN: ¡Qué felices somos! Suerte de haber nacido en esta tierra. El negro es el color de los colores.
DINORA: Uniremos nuestros esfuerzos alrededor del Sumo victorioso, un solo puño y aniquilaremos a la chusma letrada
(APLAUSOS)
RAMÓN: Reverenciemos nuestra suerte.
DINORA: Por los siglos de los siglos.
RAMÓN: Gracia sólo concedida a los Sirtenses
(Los actores se toman las manos y se inclinan en una profunda reverencia, saludan al público que aplaude de pie)
¡Viva el Sumo! ¡Viva la patria! ¡Viva la Gran Idea!
En el intermedio salimos al salón, casi no puedo reprimir el instinto de buscar los cigarros en el bolsillo de la camisa, pero no hay cigarros, está prohibido fumar, muchos comentan en voz alta lo buena que está la obra.
SEGUNDO ACTO
La tela de los campesinos felices ha sido sustituida por otra de un grupo de obreros rozagantes, de fuertes músculos, mentón cuadrado y mirada al futuro, también muy felices.
DINORA: ¿No sientes el aire cálido que viene del mar?
RAMÓN: Es nuestro verano único, es nuestro bello país, es nuestra gente feliz, es el aliento de nuestro cálido Líder, el fruto de su pensamiento sin igual.
DINORA: ¿Recuerdas la bóveda celeste? ¿Recuerdas nuestro cielo azul? Creo que es hora de decir ¡BASTA! Era azul, nada de grises, nada de negro, azul.
RAMÓN: ¿DINORA?
DINORA: Si era azul, hermoso, diáfano, azul turquí, todo azul.
RAMÓN: ¿Qué?
(Agitación en el público)
DINORA: Basta ya, somos personas, queremos vivir, soñar, queremos pensar, elegir, llorar, sufrir, viviiiiiiiiiir, aún estamos a tiempo, aún es tiempo.
(Una larga trompetilla sale de los espectadores)
DINORA: Quiero ser yooooo, quiero ser libre, quiero hacer, decir y pensar lo que yo quiera.
(Gritos, rechiflas, Ramón cubre a la muchacha para protegerla de los proyectiles de todo tipo que les lanzan desde el público, suenan algunos disparos de armas de fuego, reina una terrible confusión en la sala)
¡VIVA EL SUMO! ¡ABAJO EL SUMO! ¡TRAIDORES! ¡ASESINOS! ¡VIVA EL SUMO! ¡ABAJO!
Ha ocurrido una extraña metamorfosis, individuos que hace sólo unos minutos eran simples espectadores ahora aparecen vestidos de guardias y armados, no permiten el desparpajo, acometen a los revoltosos e intentan llegar a los actores.
Nos escondemos entre las butacas, silban las balas, se escuchan órdenes y contraórdenes, un joven cae herido a nuestro lado.
- Por favor, entréguele esto a mi mamá, dígale que morí como un héroe
Y nos extiende su carnet color sangre coagulada de partidario de la Gran Idea, que lo refrenda como miembro del selecto grupo de la Brigada Oscura, elegidos entre los más fieles iletrados. Las trazadoras iluminan la sala.
Logramos llegar hasta la salida, donde alguien arenga en la oscuridad, su rostro iluminado por las explosiones, contraído por la emoción, es de una extraña belleza. Una bala le destroza la garganta y el dedo índice sostiene al cuerpo que se desangra, dedo que no deja de moverse, que no deja de arengar.
El portero yace degollado, en una estrafalaria postura, parece un muñeco de trapo, sus galones ya no brillan. Han instalado una ametralladora tras unos sacos de arena, las ráfagas cubren un amplio espacio, barren la explanada levantando nubecillas de polvo y fragmentos de piedra, Una mujer, presa de un ataque de pánico, cruza la calle gritando.
- ¡Viva el Sumo!
Tabletea la ametralladora, nos arrojamos al suelo, las vidrieras del teatro saltan hechas pedazos, la muchacha no responde, la sangre le empapa el vestido, confundiéndose con las flores rojas de la tela, le doy la vuelta al cuerpo, tres agujeros le negrean en el pecho, la tomo en los brazos, nuevos disparos hacen impacto en el cuerpo, la dejo y corro a esconderme tras un parapeto.
Un tanque emerge al final de la calle, de los edificios caen botellas incendiarias.
- ¡Es la contrarrevolución! ¡Es la revolución! ¡Es un reality show!
Grita un soldado envuelto en llamas, alguien lanza una granada y la ametralladora salta en pedazos. Ramón, el actor, atraviesa corriendo la calle y cae abatido por los disparos del tanque, el vehículo avanza y pasa sus orugas sobre el cuerpo inerte. Dos pequeños aeroplanos dejan caer bombas, semejan naranjas, dan la impresión en sus giros y picadas de que el tiempo se paraliza, crean un vacío, un impasse y la lluvia de cítricos cae como el maná sobre el pueblo de Israel, pero las naranjas explotan y vuelan el teatro y ahora son dragones que acarician con sus lenguas de fuego las paredes, las calles, los techos, lamen, abrazan con su aliento.
Alguien se refugia a mi lado, es la actriz, es hermosa, a pesar del miedo, del tizne y de las chamuscaduras del fuego. Corremos entre las ruinas y doblamos en una bocacalle, de momento estamos a salvo. Vamos despacio por la acera, Dinora sonríe, se sacude el polvo del vestido de flores rojas. Un grupo de soldados grises avanza por la calle, una tanqueta va al frente, un oficial grita vivas al Sumo y apostrofa a los traidores sublevados.
Los aeroplanos dan un pase y los tripulantes de la tanqueta saltan cubiertos de fuego, los aeroplanos dan un pase y otro y arrojan sus naranjas dragones. De las azoteas lanzan cualquier tipo de objetos. Es difícil precisar quien lucha contra quien, parece un todo contra todos de los juegos infantiles. La calle está cubierta de cadáveres, todo arde. ¿Cómo saldremos de aquí?
Don Noble se acerca lanza en ristre, el caballo caracolea, montamos en las ancas del animal, el Caballero derriba con la lanza a cuantos se cruzan en su camino. Logramos salir a un descampado.
Hacia el centro de la ciudad no cesan los disparos. Frente a la modesta casa de Don Noble, de ladrillos y tejas rojas, un hombre hace señas con una antorcha, la luz prohibida tembló en las paredes.

Afuera se escuchaba el canto de las cigarras, me asomé a la ventana. Noche de Sirte, país encantado, película velada, horror y mediocridad. ¿Soy de aquí? ¿Nací aquí? ¿Soy uno más? ¿Uno más en Sirte isla-barco? ¿Nací en Sirte o Sirte nace de mi?
Noble se sentó frente a nosotros.
- Nayron, Nayron.
Suspiró con nostalgia. El cuerpo alto, los músculos de atleta se desgajaron por la tristeza. Noble era la viva estampa del guerrero, alto, fuerte, cuello de toro, cabello rubio sobre los hombros, mentón cuadrado, nariz perfecta, ojos claros, de un azul sin mancha.
- Poeta de Sirte, cuando este país era un país de verdad y la poesía era su sangre, cuando Sirte no era un pecio a la deriva, navegando de un lugar a otro del planeta, separada de raíz de la madre tierra. Nayron y otros muchos eran la savia de este país, ahora flotante, ahora corcho, ahora salvavidas de las sombras, Escritor todo volverá un día a ser como antes, o mejor que antes, entonces será la felicidad.
Se pasó la mano por la frente sudada.
- Algún día será la felicidad
Estuvimos largo rato en silencio, los ojos de Noble eran un caleidoscopio, brillo, silencio, oscuridad, placer, dolor y muerte, mucha muerte en sus ojos.
- El país estalla.
Dijo en voz baja.
- ¿Vieron lo que ocurrió hoy?, ya nadie está seguro, el pánico genera el ultrapánico, entonces la gente se lanza a matar o morir, hay que aprovechar este estado de cosas, lanzar esa fuerza al lugar adecuado, esa es nuestra misión, nos queda un intento y está próximo, algo va a ocurrir, lo siento en la atmósfera.
- ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
- Esperar, esperar a que llegue el momento, será una gran explosión.
Los ojos de la muchacha brillaron en la penumbra. Tomo la espada.
- Vengaré a Ramón, arrasaré con ellos.
Giraba, giraba, la espada dando molinetes sobre su cabeza.
- Muerte, muerte, muerte.
Giraba, giraba, las flores del vestido se unían, convergían en el vértice del movimiento, rojo, rojo, rojo, sangre sangre, tajó la silla, tajó la mesa y hundió la espada hasta la empuñadura en la madera del suelo, extenuada, el sudor le empapaba el vestido.
El Caballero miraba abstraído el cuerpo que se descomponía en un llanto angustioso.
- ¿Vio señor, vio esa espada? ¿Vio esos molinetes? ¿Dice que está dispuesto?
- Si, no soy un buen soldado, pero
- Soldados nos sobraran.
Contempló con algo de burla mi cuerpo enclenque, desprovisto de cualquier gracia guerrera.
- ¿No es usted escritor?
- Si.
- ¿Entonces?
Nos dimos las manos, la muchacha subió las escaleras y ambos la seguimos con la vista.
- ¿Trabajamos?
- Si
- Debe ser algo contundente, algo que taje el miedo, que fortifique, que haga un poco de luz en los cerebros asustados y guíe a los valientes hacía el objetivo. Puede trabajar aquí, en la casa hay todo lo necesario, llevamos meses preparándonos.
Trabajamos mucho durante varios días, establecimos contactos en la ciudad, buscamos algunas fuentes seguras, pronto todo estuvo listo para el primer volante que pronto sería el periódico La Verdad. Yo era el principal responsable de taladrar en lo más profundo del miedo hasta romperlo en mil pedazos. Me gustaba mucho la idea y me entregué a ella con todas mis fuerzas. La imprenta estaba en un lugar imposible de encontrar, en el mismo centro de la ciudad, casi a las puertas del palacio del Sumo, bajo tierra, en lo más profundo de esta novela, bien cerca de su corazón, a su ritmo tecleaba la máquina y nacía el principal enemigo del Sumo, su pesadilla, La Verdad. Esa noche celebrábamos la salida del primer número. Noble estaba eufórico.
- El día está cerca escritor, más cerca que nunca.
Resaltaba asombroso el optimismo de Noble , en esos días la seguridad del Sumo nos dio severos golpes, la represión aumentaba en cantidad y eficacia, el dictador estaba más seguro que nunca en su gobierno, todo era oscuridad y muerte.
Nos quedamos solos, sentados en el suelo espalda contra espalda, cada uno envuelto en sus propios sueños, cuando tocaron a la puerta.






LA VERDAD
Diario del pueblo de Sirte
NINGUNA CIRSCUNSTANCIA HARÁ VARIAR LA VOLUNTAD........
El mensaje del Sumo a los Jefes de Estado y Gobierno es una falacia......
Es el colmo del oprobio negar toda salida y luego acusar...
Fusilan
Encarcelan.
Interrogan
Torturan
Maltratan.
Desaparecen
ABAJO EL SUMO VIVA EL DUENDE QUEREMOS LUZ VIVA EL DUENDE
ABAJO EL SUMO VIVA SIRTE LIBRE ABAJO LA DICTADURA
LUZ LUZ LUZ LUZ LUZ.

La cosa está revuelta aquí adentro, el viejo cada vez bebe más, ahora le ha dado por decir constantemente que algo va a ocurrir, que el lo presiente, la vieja teje guantes de lana en un rincón y de vez en cuando aprovecha la embriaguez del viejo para treparlo y cabalgar sobre su dedo índice, famoso por sus gigantescas proporciones y por lo achatada de su última falange. Cuenta él y asevera el Coronel, además en la tropa se comenta desde hace mucho tiempo la historia como cierta, que una noche, cuando el viejo no era viejo aún, se quedó dormido recostado a un árbol donde había un nido de termitas y estos insectos laboriosos trabajaron y trabajaron en su pene y lo alargaron y alargaron, satisfechos del calor que irradiaba el nuevo túnel, y el falo del viejo serpenteó por la corteza del árbol hasta rodearlo varias veces.
Trataban ellas de construir una bifurcación en la punta, cuando él despertó dando gritos, asustado del tamaño de su alabarda y de los insectos que pululaban sobre él y corrió a sumergirse en un arrollo. Sea verdad o no la historia, en el ejercito fue enorme el éxito que obtuvo entre los sodomitas, que peleaban entre sí por una trepada en la torre de carne, y supo sobreponerse a las burlas de sus compañeros y a los nombretes que volaban por el campamento.
- Rabo de burro.
- Tres paticas.
Supo sobreponerse y sacarle partido a la cola de soldados que esperaban cada atardecer en la puerta dinero en mano, porque
- Para Disfrutar hay que pagar
Y los soldados introducían la enorme pinga en sus anos y los gritos de placer agitaban a los que dormían y soñaban con mulatas de vértigo, rubias sexy, pelirrojas demoníacas, angelicales, sabrosas y despampanantes morenas, trigueñas de labios regordetes y las rubias, mulatas, trigueñas y morenas huían por un momento de sus sueños y eran sustituidas por la imagen del poste reptando como una serpiente en busca de algo que su hombría no les permitía soñar y a duras penas regresaban a las rubias sexy, a las trigueñas de labios regordetes, a las morenas despampanantes.
Las paredes del cuartel, las letrinas, se llenaron de grafitis, las vulvas hechas a lápiz, las tetas dibujadas a tiza, las nalgas pintadas con crayola, las cópulas trazadas a carboncillo, los nombres de mujeres escritos con saliva, semen, mierda etc. fueron sustituidas por las imágenes del pene a todo color, el badajo penetrando anos abiertos como pomarrosas, falos rompiendo algún sueño, representando algún sueño, falos estrafalarios, mástiles rijosos, alfanjes, espadas, katanas, dagas, puñales de carne cerúlea. Primero se posesionaron de los rincones ocultos, luego fueron borrando las consignas militares hasta convertir el cuartel en un enorme caleidoscopio de sueños homo.
Ahora la vieja disfruta ella sola, aprovechándose de la embriaguez del viejo, de la barra famosa, que aunque ya no era la sombra de lo que antes fue, le proporcionaba placer a la anciana y todavía era suficiente para sus deseos, deseos que el viejo satisfacía alguna que otra vez, estando sobrio. Practicando su afición por la geometría, le introducía en la vagina:
Rombos
Cubos
Semicírculos
Cuadriláteros
Hexágonos
Círculos
Triángulos
Pentágonos
Octaedros
Y cuando no bastaban sus fantasías geométricas:
Velas
Una pierna
La Enciclopedia Británica
La barba de Jotavich
La Niña
La Pinta
La Santa María
El Capital
A mi
El mismo.
Todo está muy confuso, desde que el Sumo prohibió la luz hay una oscuridad de mil demonios, es el caos. El Buitre está furioso por la aparición de ese libelo, La Verdad, también se comenta sobre cierta obra literaria en la que se habla de nosotros, si eso es así, seremos inmortales, si libero al Duende este ayuda al autor, se publica la obra y seré eterno, toda una estrella, podré tener a todos los coroneles que quiera, hablarán de mí los críticos seré el ídolo de cientos de lectores.
El Buitre está muy nervioso, es que no ha podido capturarlos, ¿Será que en el fondo le agrada la idea? ¿Quién rechazaría ser inmortal? Pero no lo creo, el Buitre es un horror, un fanático sin sangre en las venas, un trozo de hielo, escarcha pura, no los ha agarrado porque no puede, no puede hacer otra cosa que perseguir al narrador página tras página y ser inmortal a pesar de todo. ¿De todo? ¿Quién entiende esto? ¿Capturar o no capturar? Esa es la cuestión, capturar puede ser el fin ¿O no? No entiendo nada de nada.
Si libero al Duende seré el héroe, el bueno de la novela, el personaje positivo, admirado por cientos de lectores ¿Y si caigo en manos del buitre? No, no, no no, aquí estoy seguro, tranquilo, sonrío al Sumo, disfruto de mis cigarros mentolados y amo en secreto al coronel.

El día amaneció nublado, una fina llovizna lo mojaba todo con pertinaz monotonía, el coche del Buitre cruzó un gran charco de agua y salpicó las fachadas de las casas que se estremecieron de miedo. La ciudad era modorra y silencio. El Buitre, envuelto en su capa de terciopelo, arrellanado en el asiento trasero del coche, fingía dormir, pero en realidad estaba bien despierto y bastante preocupado, su nariz más arrugada que nunca, cató el peligro.
En cuanto capturase a Noble y al Escritor no habría nada que hacer, inventar una historia tras otra, una conspiración tras otra, un enemigo tras otro, no resolvería el problema, no alejaría el peligro, terminaría haciéndose insoportable la tensión, la cuerda se estiraría más y más hasta reventar al fin, arrastrándolo todo. ¿Que sería de él? Hay que pensar urgentemente en algo que alargue la llegada del fin, ya la esfera terminaba su giro y daba el tiempo lugar al tiempo, lo nuevo y lo viejo se confundían en un círculo giratorio, una cadeneta de causas y consecuencias (hace falta lago que dilate la llegada del fin) nuevos eslabones para la cadeneta, paciencia y tiempo, nuevas ideas.
El Sumo no se percataba, ahora sería conveniente relajar la tensión, celebrar grandes fiestas en honor de algún héroe real o ficticio, poco importa, condecorar, las medallas siempre gustan, condecoraciones y bandas de música y banderas y soldados que presentan armas.
También podría inventarse una gran amenaza exterior, elegir un enemigo terrible que amenaza con esclavizarnos, que nos puede atacar en cualquier momento, mantendríamos la tensión al rojo vivo, un enemigo solapado, un enemigo de siempre, un enemigo dispuesto a todo, un enemigo capaz de ejecutar los más malignos planes, un enemigo asesino, criminal, inmoral, un enemigo que no descansa, que traza un plan tras otro de pillaje y tenemos que prepararnos, tenemos que movilizarnos, tenemos que estar siempre alertas, tenemos que estar siempre listos, tenemos que vigilar a los traidores al servicio del enemigo, tenemos que erradicar a la 5ta columna, no podemos mostrar debilidad cuando de lo que se trata es de los destinos de la patria, del futuro luminoso. Hay que estar listos para lo peor, hay que dar primero si es necesario.
Podemos mezclar bien las dos ideas, sin dudas se trata de una misma cosa, fiestas patrióticas, condecoraciones, marchas y discursos inflamados de patriotismo.
Aumentar ahora la represión sería detonar el explosivo que lo barrería todo. El Buitre se pasó con brusquedad la mano por la frente como queriendo alejar un mal presagio, sacó del bolsillo una foto de sus hijos, así debió ser él a la edad de ellos, dejó caer la foto en la filigranas del capote, en el complejo bordado de grises, platas y verdes, la foto rodó por el abigarrado dibujo.
Recordó la casa de madera coronada de tejas rojas, el lugar de descanso del guerrero, el padre tendido en la cama con las piernas rotas, el viejo soldado que una tarde decidió quedarse sentado para siempre y comenzó a quejarse del dolor de sus piernas, por demás sanas y robustas, mientras él miraba al padre desde un rincón, el padre quejoso, llorón.
- Tengo las piernas rotas. ¡Mis piernas rotas!.
Todos asombrados primero, risueños después y él miraba al padre con duda ante la visión intacta de sus fuertes piernas de guerrero y con indignación a los incrédulos risueños, esos mismos que no más ayer temblaban ante la sola mención del nombre del padre. Pero verdad que las piernas estaban sanas y que el famoso guerrero lloraba en la cama.
Pasaron los días y las semanas y los meses y todos se fueron de la casa, poco a poco, sólo quedaron su padre, la espada, la vergüenza, los pasos de la madre de pared en pared, los pasos de la madre huida entre salivazo y salivazo, y él, la madre que no pudo llevarse los pasos de siempre, quizás por fidelidad, por un último sentido del deber, los pasos de siempre por la casa y la voz.
Nunca más
Nunca más
Nunca más
Nunca nunca nunca nunca nunca nunca.
Nunca más.
Y tomó una pluma de gallina y la mojó en la sangre de su lengua.: Nuncamásnuncamásnuncamásnuncamás.
En todas las paredes, en las sabanas, en la almohada, en le techo, en el suelo, en cuanto rincón encontraba, escribía y volvía a escribir, arrastrándose sobre los codos, reptando.
El buscaba los ojos de buitre del padre, los ojos de milano, de cazador voraz, que antes le miraban con algo semejante al cariño y ahora le huían siempre, aunque él dedicara días y días a capturarlos, les montaba emboscadas, trampas, sin lograrlo.
Un día el padre lo miró desde sus piernas rotas, ahora si rotas y tumefactas, con la punta de los huesos asomando por la piel.
- Ves estoy herido, soy un invalido, nunca, más podré empuñar un arma, nunca más volveré a matar.
El padre que siempre decía que matar era la más importante virtud de un hombre.
- Un hombre solo se hace hombre de verdad cuando es capaz de matar.
Y ¿Cómo respetar a este invalido de miedo? Ese que tropezó con el pánico, que se había roto las piernas contra el terror.
Le puso el uniforme siempre a la vista, las armas relucientes, pero el antiguo soldado, el exterminador, el terror de los enemigos, cerraba los ojos y permanecía inmóvil sobre la cama, entonces un día, furioso por lo que no entendía, tomó la espada he hizo molinetes ante los ojos temblorosos del padre que alargó su aún temible brazo y lo condenó a vivir bajo la cama, a vivir eternamente en la sombra y el mal olor de las heridas y el miedo.
Así se fue su infancia, viendo el mundo a la mitad, primero murió la espada o por lo menos la mitad de la espada que el podía ver, murió la espada, abandonó el mundo quebrado por las sábanas y el colchón maloliente, murió y nadie la lloró, solo el soldado volvió a decir.
- NUNCA MÁS.
Y lo odió más que nunca, lo medio odió, porque así era él, medio-medio, medio ira, medio terror, medio astucia, medio todo. Así creció, su escuela fueron los signos abigarrados del padre, así vivió, entre su medio deseo de escapar, el sonido de los pasos de la madre que se fueron, sonido que se marchó una tarde de lluvia quien sabe a donde, el silencio solo interrumpido desde entonces por los crujidos del bastidor de la cama y las quejas del padre, ya era hora de que el padre muriera y murió sin él darse cuenta.
Al cabo de los días los vecinos se acercaron, advertidos por las auras tiñosas que volaban en círculo y se posaban sobre las tejas rojas del techo, vieron el cuerpo entero, marcial, con las piernas intactas, le faltaban únicamente los ojos comidos por los pájaros. Nadie supo que seguía bajo la cama y se llevaron el cuerpo del difunto y le enterraron con honores militares. Él permaneció oculto, viviendo su medio mundo, feliz soledad mediana, así hubiera estado toda la vida, medio feliz de no ser un hombre entero, de no tener que exponer sus piernas al miedo.
Cuando llegó la hora, los hombres enteros tenían miedo, él solo medio miedo y eso era una ventaja, era su oportunidad, incapaz de sentir un miedo entero salió del escondite y se sorprendió de que, incluso afuera, el mundo era para siempre medio. El mundo era así, mundo a la horma de sus largos años medianos, llevaba una gran ventaja sobre los que hoy temblaban de un terror entero, el mundo temblaba y era su oportunidad, los seres enteros morían de pánico y los seres medianos salían de sus escondites EXCELENTE, no había en todo el universo alguien tan mediano como él, además hijo de un guerrero, de un condotiero, de un soldado de fortuna. Alguien para quien el mundo era sólo piernas cortadas por el bastidor de la cama, zapatos que se arrastran, chanclos, chancletas de goma, de madera, pies mugrosos, pies hediondos, pies hermosos, pantorrillas de gloria, tobillos inflamados cubiertos de venas, tobillos de maravilla, únicos, seres sin rostro, seres piernas, penumbras de un mundo de insectos, telas de araña, polvo y voces sin dueño, voces que se mezclan, mucho miedo, mucho olor a carne tumefacta, a gases, a sudor, un mundo de ver sin ver, de oír sin oír, amar piernas asexuadas, dedos preciosos, dedos agarrotados por las sandalias, uñas comidas por los hongos, uñas esmaltadas, eso y el sonido, los quejidos del colchón de vez en vez, era lo que conocía como amor. Tomó la pluma de gallina que el padre usaba para escribir sus garabatos, un puñal y salió a la calle, seguro de que este era su momento.
El auto se detuvo frente a un viejo caserón de madera, dos guardias abrieron la verja, otros desenrollaron una alfombra roja hasta la puerta del auto. El Buitre se bajó del vehículo, los soldados presentaron armas, gotas de agua resbalaban por las viseras, un soldado de cara tosca y coloradota corrió a cubrir con un paraguas a su Eminencia. El Buitre saludó a los asombrados soldados, no era frecuente recibir un gesto de su Grandeza.
- ¡Hurraaaaaaaaaaa!
- ¡Hurraaaaaaaaaaa!
Coreó la guarnición entusiasmada. En una oficina del segundo piso le esperaban sus dos hombres de confianza, entró y puso su gorra sobre la mesa. Amplias cortinas cubrían la habitación, sobre un buró enorme de caoba, un busto del Sumo en bronce y un ejemplar de lujo El Libro Supremo, el libro que contiene la sabiduría del Sumo Camaleón, padre amantísimo de Sirte, Ínclito, luz de pueblos, líder fraternal, etc. etc. etc. El Comandante y el Doctor se pusieron de pie. El Buitre sin dirigirles una mirada le alcanzó una carpeta.
- Siéntense y lean con detenimiento.
La cara feroz del Comandante no perdía detalle de la expresión del Buitre, conocía cada movimiento de su rostro, sabía que un mínimo cambio de expresión motivado por un movimiento en falso, una palabra inadecuada o poco feliz, podía costarle caro, por eso lo observaba siempre con mucha atención, sin perder un detalle, de manera tal que pudiera obtener la información precisa de aquel rostro imperturbable y caprichoso y adelantarse en servirle.
- Los quiero vivos, especialmente a Don Noble. Lleven los mejores hombres, no dejen un detalle a la casualidad, espero que no fallen.
Clavó su dedo índice en el pecho del Doctor. El Comandante tembló. El Buitre esperó unos minutos, dejó que la tensión de sus súbditos alcanzara el máximo nivel, sonriente palmeó sus espaldas, y sin despedirse salió de la oficina, bajó las escaleras, soldados armados corrían por los pasillos, arrugó la nariz con satisfacción, las horas de sus enemigos estaban contadas. En el Cuerpo de Guardia firmó la orden de ejecución de Nairón, esa noche todo debía terminar.
La llovizna había cesado, el sargento regordete dio un salto, los soldados corrieron a extender la alfombra.

El Sumo leyó detenidamente el informe de su hombre de confianza, la situación se tornaba tensa, esos tipejos le desafiaban él, se atrevían a cuestionar su obra, el plan del Buitre era perfecto, golpear duro a los principales enemigos, mano dura, propaganda abundante, descrédito de los traidores, condecoraciones, paradas militares, desfiles, todo eso estaba probado, pero hacía falta algo más contundente, más demoledor y mandó a buscar al Buitre.
Le expuso sus ideas y preocupaciones, halagó a su súbdito y luego le amenazó con los más terribles castigos si algo salía mal.
- Necesitamos algo contundente que les de el golpe final, que les destruya para siempre, que borre o la menos acabe con el prestigio de esas ideas de Noble y compañía.
- Si preclaro señor, pensaré en eso.
- Pero eso es ya, para ayer.
Encendió un largo tabaco y comenzó a dar paseos nerviosos por la habitación.
- Yo les di la felicidad y esos malagradecidos quieren perderlo todo con sus ideas nefastas
- Así es señor, nunca este país ha conocido felicidad mayor que la que usted le ha dado.
- Retírate Buitre y piensa rápido, quiero una respuesta dentro de 24 horas, pon a pensar a tus secuaces inútiles.
- Si señor, con su venia.
Y se retiró. El Sumo descubrió el mapa y contempló a la Isla, el corte había sido perfecto, él les había liberado de la contaminación que corroe al continente, él les había liberado de le explotación, de la injerencia extrajera, él se preocupaba como un padre por ellos, él les había salvado de la enajenación del mundo moderno, del caos, él les había dado prestigio, él es la Nación, él es el estado, la Isla sería el reservorio de la felicidad humana. Suspiró orgulloso.
Fue a su biblioteca, fabulosa, llena de ejemplares raros y muy valiosos, robados la mayoría a los letrados muertos o exiliados o presos por él, por casualidad tomó de un estante la biografía de Masoch, le dio vueltas y vueltas al libro en su mano, acarició la cubierta lujosa, abrió y escogió una página al azar y leyó el contrato de Masoch con la Pistor
Bajo su palabra de honor, Leopold de Sacher Masoch se compromete a ser el esclavo de Mme. de Pistor, y a ejecutar absolutamente todos sus deseos y órdenes...
Por su parte Mme. Fanny de Pistor...
Una idea comenzó a germinar en el cerebro del Sumo. Pasó horas sentado con el libro contra su pecho, feliz, satisfecho de su inteligencia, orgulloso.
A la tarde mandó a buscar de nuevo al Buitre, escribió un largo documento y se lo presentó sin decir palabra a su súbdito.
El Buitre se inclinó ante su amo, estuvieron horas discutiendo el proyecto, era una idea genial.
LA VERDAD
órgano del pueblo de Sirte en la clandestinidad
COMPATRIOTAS
Es hora de desenmascarar al tirano y sus servidores...derecho.... Deben cesar los crímenes...presos...exiliados
Digamos basta ya a esos sicarios, digamos basta al Dictador...
Creemos todos juntos, sin exclusiones, una patria libre...libertad...
Abajo el Sumo
Abajo la dictadura
UNÁMONOS SIN MIEDO Y DERROQUEMOS A LA LAGARTICA MISERABLE
Nuestra consigna es
LA VERDAD SOLO LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD
Un NO bien grande, escribamos un NO bien grande en todas las paredes de la ciudad un NO bien grande para El Sumo y su hedionda Idea DIGAMOS NO AL SUMO

Tocaron a la puerta.
- ¡Abran en nombre del Sumo!
Noble hizo señas de que me preparara, su espada brilló a la luz de las velas.
- ¡Abran o derribamos la puerta!
La voz de una vecina, de los Cuerpos de Vigilancia Voluntaria del Sumo, alentaba a los soldados.
- Están ahí, están ahí, los tenemos bien chequeados.
Comenzaron a golpear con las lanzas la puerta. La muchacha bajó asustada.
- ¿Qué sucede?
La madera comenzó a ceder, desde afuera llegaba la respiración agitada, los improperios, los gritos de los guardias. La muchacha nos dijo casi presa del pánico.
- Y si hablamos con ellos, hablemos con ellos, así ganamos tiempo.
Pensé en la inutilidad del tiempo en las actuales circunstancias ¿Qué podrían significar unos segundos más o menos?
- ¡Hey los de afuera! Queremos conversar, seguro es un malentendido.
Gritó Noble, pero sólo obtuvo la risa burlona de los guardias. Las carcajadas me llenaron de furor, furor heroico o furor pánico, no lo sé, pero quería enfrentarlos de una vez. Fui a mover el cerrojo, Noble me lo impidió.
- ¿Estás loco? Espera no te apresures. ¿Quieres morir?
Lanzaron kerosén, luego antorchas encendidas, ahora si tendríamos que salir, el techo comenzó a arder, la muchacha tomó una espada y nos aprestamos para la pelea, abrí la puerta. Logramos abrirnos paso antes de que el techo cayera envuelto en llamas. En el patio nos rodearon, unimos nuestras espaldas y nos dispusimos a morir, acometían por todos lados, sentía el tufo avinagrado de los uniformes, el olor a grajo y a alcohol. Lograron separarnos, yo manejaba el hacha o mejor el hacha a mi, parecía ser su apéndice, yo el manipulado, el filo, el objeto, cada vez las armas enemigas más cerca de mi carne y el miedo empezó a derribar toda mi hombría, mi espíritu combativo empezó a decaer en la medida en que iba quedando apartado de mis amigos y aumentaba el número de adversarios y se acercaban las armas y un filo rasgó la piel del brazo derecho y la sangre empezó a manar y el miedo me independizó del hacha y trajo el deseo de escapar a toda costa y descubrí que nada podía hacer con el trozo de metal inerte que colgaba de mi brazo y las espadas enemigas cada vez más próximas y ya eres mío ya eres mío ya eres mío y el estremecimiento de músculos, piel y huesos no dispuestos a inmolarse.
Logré abrirme paso hasta una tapia, salté al otro lado, no era correcto abandonar a mis amigos, pero ¿Qué podía hacer? Tenía que salvar la vida, me acordé de Falftaf, de los liberales de Perico, del coronel Tortoló en Granada y de tantos otros en circunstancias similares y corrí a todo lo que daban mis piernas.
En el lugar del combate, la muchacha en medio del círculo de sicarios, con la cabeza erguida, las manos amarradas a la espalda, a sus pies, el Comandante herido de muerte, de Noble ni rastro, habíamos abandonado a la muchacha, su vestido hecho jirones, rodeada por los soldados, deformados por la lascivia, convertidos en sombras fálicas. La montaron en un coche negro que partió envuelto en cientos de pétalos rojos.
Tenía que buscar a la muchacha y reparar las consecuencias de mi cobardía, tenía que lavar mi honor ¿Honor? ¿Qué es el honor? ¿Se come? Se bebe? ¿Nos da abrigo? ¿Consuela?. No, nada de eso. ¿Entonces? Pero al pensar en la muchacha abandonada a su suerte, sentía una opresión en el pecho, un disgusto, un fuerte arrepentimiento por mi huida. ¿Sería eso el honor? ¿La necesidad imperiosa de buscarla?
En la ciudad brindarían información con gusto, pero no podía ser confiado. Toqué a la puerta de Pascual Pérez, viejo amigo de Noble (el Caballero nos dio su nombre como persona a la que se podía acudir en caso de apuro). Invitó a entrar luego de darle saludos de nuestro mutuo conocido.
Noté enseguida el frío, la helada penumbra de su mirada, frío, hielo que repta por el suelo, por las paredes y cuelga en carámbanos del techo, frío que trepa por los tobillos, frío que desciende desde sus grados de oficial del ejército, frío en mis rodillas que crujen, frío en la cintura, en el abdomen, en la espalda. Comprendo que este helar espantoso me va a hacer estallar, tengo que encontrar una salida rápido.
La hija del oficial Pascual Pérez , oficial de confianza, aclara con voz glacial, aprovecha para patinar, gira, gira, gira, vestido corto, brazos como un cisne y rassss, el patín, la chica salta, vals sobre el hielo. Tengo que hallar pronto una solución o es el punto final, la solución llega como un fogonazo y caen las primeras gotas de agua.
Tengo que ser Don Noble, solo el calor de su recuerdo puede derretir, quizás, el hielo y los brazos enclenques se vigorizan, mi pecho se ensancha, las piernas se tornan fuertes, seguras, acostumbradas a sostener el cuerpo del guerrero y corren chorros de agua, la niña resbala y cae. El agua del deshielo nos llega a la cintura y ya nos sonreímos.
- ¡ Don Noble!
- ¡Amigo Pascual!
Entre copa y copa recordamos los viejos tiempos, las trincheras, el monte, las balas, la pólvora. A pesar de todo siento el temor que le estruja los dedos y le empalidece el rostro, aire frío que sopla a hurtadillas y la conversación languidece, le recuerdo las torres de Raduam, el sable que pudo matarlo de no mediar mi destreza, noches terribles arrinconados en las trincheras, en aquel mes de la amenaza nuclear, hablaba y hablaba hasta que ya nada pudo detener la muerte de la palabra. Yo hablaba y el se comía la puerta con los ojos.
- ¿Estás loco? De allí no sale nadie, es el refugio del Buitre, su nido, la zona la protegen hombres escogidos, los mejores de su élite, no podré ayudarte, lo siento, es muy peligroso, es imposible.
A pesar de todo me indicó como entrar, un carámbano a punto de caer detuvo su descenso en plena congelación, salí dando un portazo, con andar mitad mío, mitad ajeno, mientras la escarcha sonreía tras mis pasos y detrás de la puerta se volvía a escuchar el rasss del patín.

En la puerta de una taberna, un oficial discutía con un negro sobre el precio de cierta muchacha. Era una taberna como muchas otras en la ciudad, un grupo de soldados escandalizaba en la barra, unas muchachas ofrecían sus servicios a los militares, entre sonrisas y miradas procaces.
Un sargento me palmeo la espalda y se sentó a mi lado, pidió una jarra de cerveza.
- Paga el capitán. ¿Verdad capitán?
Un negro cubierto de collares tiraba suertes en un rincón, rodeado por soldados y putas, pronosticaba progreso, matrimonios, dinero y gloria. Yo bebía una cerveza tras otra y pensaba en la muchacha, la cobardía de aquel momento era imperdonable, trataba de justificarme con la historia, con mi papel en la historia, que cada vez creía entender mejor, ¿Qué sería de esta historia si me dejaba capturar?, no era cualquier cosa, no, si me capturan ni Dios entendería nada YO EL ESCRITOR, si de salvarme se trata, la historia a mano para salvarme ¿Podría ser? ¿Podría escabullirme en el texto y escapar? Un señor de casaca verde, capote negro y sandalias entró tocando un tambor ¿El Tamborero? Sonrió rodeado por la turba que le silbaba y hacia burlas. El viejo lazaba los pies al ritmo del tambor, La turba prendida a su casaca le daba a beber aguardiente, vino, cerveza que se derramaban sobre la casaca.
- El mar cubrirá la tierra.
La burla recorrió el local.
- El pájaro rojo pierde la cabeza, se ahogará en su propia sangre.
La burla se hace unánime, le lanzan pedazos de pan grasiento que le golpean en la cara, ruedan y caen sobre el tambor.
- El que es ya no será, el que fue ya no es, el que vendrá no lo hará, cola de azufre, cola de nácar, cola de dragón.
Le arrojan todo tipo de inmundicias.
- Los espíritus de los muertos sobre la ciudad, muertos, muertos, muertos, esta ciudad tiene el alma muerta, todos muertos, astros de lava, dos medias lunas con estrellas en el vientre.
- Ya estaba loco cuando lo subieron a la máquina, escapó milagrosamente a la muerte.
Dijo un patán en vestido con ropa semimilitar.
- La hoja de la guillotina se trabó a mitad de camino, nadie sabe porque, dicen que ya estaba loco, pero de no ser así cualquiera pierde la cabeza. Jajajajajaja.
Era triste contemplar los ojos aterrorizados del viejo, la risa y la burla de la turba que se ensañaba con el infeliz Tamborero.
- Era un intelectual, un flan, una natilla, teatrista o algo así, un flojo.
Dijo en un susurro burlón el patán.
Cayó al suelo el anciano, el tambor cayó al suelo y se apagó la burla, todos regresaron a sus botellas, a sus putas, a sus apuestas, ya nada había que hacer allí, afuera en la calle eran las botas de las patrullas, la oscuridad y seguir en busca de la muchacha, eran las botas de los soldados y el miedo y la paredes huidizas, prestas a la delación.

El día de la Gran Marcha, el Sumo permitió que alumbrase un poco el sol, desde la alta tribuna se podía distinguir el amplio espacio del desfile, millones de Sirtenses marchaban expresando su apoyo al Sumo y la Gran Idea, banderas, carteles, pancartas, consignas. Una gran serpiente multicolor se extendía hasta el infinito por la gran avenida, una gran sierpe bullanguera.
VIVA EL SUMO
VIVA LA GRAN IDEA
VIVA EL COINTRATO
FIRMAMOS EL CONTRATO
El Sumo miró con admiración la obra del Buitre, había logrado movilizar a toda esa gente, no había dudas de que para esas cosas era un genio, contaba con cientos de recursos para lograr mover a las personas a su antojo, miles de personas, millones de hombres y mujeres de Sirte mostraban a los ojos del mundo el apoyo del pueblo a la idea.
Una verdadera masa humana, atronadora, la prensa y la TV trasmitían al mundo entero las imagines de la marcha,
El desfile era la culminación de un largo proceso de compromisos, chantajes, presiones de todo tipo, propaganda exhaustiva, promesas, órdenes, regalías. Amenazas de ataques terroristas, nacionalismo exaltado a tutiplén, sin misericordia. Era la culminación de la idea genial del Sumo, la firma del contrato de su pueblo con él.
Durante tres largas jornadas todo el pueblo fue firmó el contrato, cuadra a cuadra, municipio a municipio, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad. Un contrato nunca antes visto, perverso, sin embargo la gente lo firmó, el por qué corresponde a los estudiosos dilucidarlo algún día. Algunos no firmamos esa locura.

Contrato de honor
Bajo palabra de honor, ___________________________ se compromete a ejecutar absolutamente todos los deseos y órdenes, del Sumo, durante toda la vida.
Por su parte El Sumo no le pedirá nada deshonroso. Además, deberá dejarle seis horas diarias para descanso, y tendrá derecho (el Sumo) a mirar sus cartas y escritos. Por cada infracción o negligencia, el dueño (El Sumo) podrá castigar a su gusto a su esclavo. En resumen, el sujeto obedecerá a su soberano con una sumisión servil, acogerá sus favores como un don encantador, no hará valer ninguna pretensión a su amor, ni ningún derecho Por su parte, El Sumo se compromete a llevar buen semblante tan a menudo como le sea posible, y principalmente cuando se muestra cruel.
Mi esclavo:
Las condiciones bajo las cuales te acepto como esclavo y te soporto a mi lado son las siguientes:
Renuncia total a tu "yo".
Con excepción de la mía, no tendrás voluntad.
En mis manos serás un instrumento ciego, que lleva a cabo todas mis órdenes sin discutirlas. En el caso en que olvides que eres mi esclavo y en que no me obedezcas absolutamente en todo tendré derecho a castigarte y corregirte según me plazca, sin que puedas quejarte.
( ... ) Me estará permitida la mayor crueldad, y si te mutilo, deberás soportarlo sin quejas. Deberás trabajar para mí como un esclavo, y si yo nado en lo superfluo dejándote en las privaciones y pisándote con los pies, tendrás que besar sin murmuraciones el pie que te habrá pisado.
Firmado conforme________________________

Crucé la ciudad y penetré en el bosque o lo que fue un bosque, tocones, ramas muertas, troncos renegridos, durante varias horas no pude hallar un árbol intacto, a lo lejos la aguja de un castillo indicaba el inicio del famoso valle sobre el que tanto hablaba Don Noble, el Valle Tenebroso. Del lindero del bosque el valle descendía abruptamente hasta elevarse de nuevo en el horizonte, allá donde el Castillo Gris desafiaba la cordura con su inmensa mole de piedra, castillo clepsidra, construido por el Sumo sobre las ruinas de una antigua fortaleza, castillo-clepsidra, tiempo de Sirte.
Muchas cosas se decían de este valle, escenario de sangrientas batallas durante las guerras por la independencia, después en la república fue marco de revoluciones,. contrarrevoluciones, golpes de estado, escaramuzas y crímenes, era un tiempo perpetuum mobile, donde se alternaban la luz y las tinieblas. Ahora que el Sumo silenció al país y trajo su paz, la leyenda del valle se adornaba con historias de generales fusilados, espantosas torturas, desapariciones misteriosas, los gritos de los poetas cegados por el Sumo que deambulan sin sentido por el valle y entonan sus cantos de venganza, hombres convertidos en sal, enemigos de la Gran Idea y del Contrato, hombres enloquecidos, un fantasma y cierta cabeza que clama en medio de la noche Fleancio, ¡Traición!, ¡Huye hijo mío! ¡Véngame! Huye!
El castillo guarida del Buitre, lugar de descanso del Sumo Camaleón, me recibió con el puente levadizo tendido y la puerta abierta, en el foso asomaban el lomo los cocodrilos, ni un soldado, nadie en el camino, ¿Extraño? Hermoso, bellas estatuas de mármol y bronce, jardines estilo Versalles, jardines japoneses, innumerables fuentes, estanques llenos de peces de colores, estos seres terribles enemigos de la belleza se rodeaban de belleza. Extraño, muy extraño, contradictorio, presentí que entraba en una dimensión desconocida del terror, podía sentir el fiero resoplido de Irrach, el caballo de Karackse, guerrero de lo eterno, espada del tiempo, olor a sudor, a cuadra, leche de yegua, espada sobre lo intangible.
Subí una escalinata, empujé una puerta de hierro, un quejido en el aire, una gota de aliento. El fantasma de Banquo ensangrentado, goteante, esencia, esencia, y la puerta chirrió más allá del futuro-pasado y se abrió bajo una fuerza superior a mi brazo No cruces, no cruces, si, cruza, no cruces, noooooo, esa puede ser la luz al final del corredor, , la puerta, el principio de todo y penetré en la oscuridad.
Escuché risas.
- Te esperaba, te esperaba.
Avance hacia la voz, rodeado por una luz color sangre, luz no luz,. Baño espectral que alumbraba el salón, en medio de la habitación sentado en un trono de marfil vestido de terciopelo negro, el Buitre.
- Te esperaba.
Dos guardias surgidos como por ensalmo, se arrojaron sobre mi, logré esquivarlos y subí sobre una mesa.
- No podrán cogerme fácil.
Reía divertido el muy condenado, reía a carcajadas, se golpeaba las rodillas y enseñaba completa su dentadura podrida.
- ¡Captúrenlo!
Corría hacia los espejos.
- Los descubriré carroña, romperé tu farsa, iluminaré la ciudad.
Una lanza me golpeó en las piernas y caí, otro golpe en la espalda me dobló de dolor.
- Que fácil, que fácil, ya te tengo, ya te tengo, todos son iguales, unos blandos, buenos para nada. Una natilla, flan de leche, gelatina.
No paraba de reír, se viró hacia una puerta lateral e hizo una seña. La muchacha lujosamente ataviada entró con paso firme. El buitre descendió del trono, hizo una reverencia y le besó la mano.
- Te presento a mi mujer. ¿Ya la conoces? ¡Oh si! Disculpa, mi Reina ahí está tu salvador. ¿Vino a buscarla verdad? Ves, que valiente, vino a rescatarte.
Ahora reían los dos, estaba desmoralizado, fui conducido a una torre en el ala derecha del castillo, la famosa Torre de los Inconformes, construida según los planos de la más famosa torre de Londres, fui empujado dentro del calabozo, cual no sería mi sorpresa y esperanza cuando vi que el jefe de la guardia era Pascual, el amigo y compañero de armas de Don Noble.
- Tienes suerte Escritor, tu dominas esta historia y puedes hacer lo que más te convenga.
Sonrió misterioso guiñándome un ojo. Yo no dominaba la historia, más bien ella me dominaba a mi, pero era bueno que pensará así, eso le daba confianza y podía ayudarle a vencer el miedo. Dijo antes de marcharse.
- Estoy en tus manos, vendré más tarde, no tienes nada que temer ¿Verdad? Estate listo. ¿Bien?
Que no tuviera miedo, que no tenía porque tener miedo, estaba aterrorizado, escuché sus pasos alejarse por el pasillo, esta torre era muy famosa de ahí no se salía jamás, era el fin. ¿Era un sujeto en verdad independiente? ¿Podía cambiar los sucesos? Los hechos hasta ahora probaban todo lo contrario, estaba aterrorizado. Me senté en el suelo, presa de la duda y la esperanza, las piedras cubiertas de liquen, limo y musgo, guiñaban sus resquicios ¿Estaba de verdad la situación es mis manos? Gran misterio. Recordé al viejo Tamborero y la burla, las piedras exigieron silencio y la burla desapareció entre ellas, quedé a solas con Banquo, Banquo inmortal, independiente en su grandeza, me puso el índice en los labios.

Reptó por las paredes y se sentó en el trono.
- ¡Por fin!, pasen.
El Buitre entró acompañado por su mujer.
- ¡Que hermoso vestido!, tiene buen gusto nuestro filósofo ¿Verdad madame? Buitre conozco lo ocurrido ¿Cómo pudo pasar? Ya habrás tomado las medidas para recapturar a ese malandrín.
- Oh Sumo, lamento mucho lo ocurrido ¿Cómo podía suponer que yo albergaba en casa a un traidor? Ese perro maldito cuelga de las murallas y las tiñosas dan buena cuenta de él. Murió diciendo no se que monsergas sobre el Escritor y la historia, dijo cuando lo empalábamos Escritor, si puedes aparta de mi este cáliz. Ya están tomadas todas las medidas de rigor para volver a atrapar a ese ente.
- Hum, no me gusta ese cuento del Escritor
- A mi tampoco señor, ya están tomadas todas las medidas, lo capturaremos antes de que se extienda la leyenda esa de semidiós.
- ¿Y el resto de la guardia?
- ¿Qué, Ínclito?
- ¿Por qué viven aún?
- Son nuestros mejores soldados señor, escogidos, provenientes de familias muy adictas a su excelencia, creo que deberíamos actuar con inteligencia
- ¿Pero, qué dices?
Se quitó el zambrán y vociferando como un demente, golpeó al buitre en la espalda, sus ataques de ira eran famosos y sus subordinados se cuidaban mucho de provocar esas explosiones.
- Yo soy el Sumo pajarraco miserable, sin mi no serías nadie, mariconsón. Tu vida me pertenece
Estuvo cerca de media hora lanzando improperios, luego se calmó poco a poco.
- Diles que se maten entre ellos, que es mi orden, que prueben así su fidelidad, diles que lo voy a presenciar todo, quiero un aprueba de lealtad, no quiero sobrevivientes, el último que se arroje sobre la espada como los romanos.
- ¿Y si no obedecen?
- Obedecerán. ¿No recuerdas la Biblia? Cuando Dios puso a prueba a ese ¿Abraham? ¿No le pidió que ofreciera al hijo en holocausto? ¿A Isaac su primogénito? ¿Acaso no estaba Abraham dispuesto cumplir con su Señor? Dales mi orden y si no la cumplen: Fusílalos, quémalos, ahórcalos, decapítalos, desuéllalos, empálalos, lo que quieras hacer con ellos, pero que desaparezcan. De no hacerlo, que lo sepan, sería un ofensa a mi persona y al pueblo iletrado.
- Así se hará excelencia
El Sumo se paseaba en silencio por la pared, su largo pañuelo rojo colgaba como un estandarte.
- ¡Que descuidado eres Buitre! La dama se aburre, almorzaremos aquí y luego iremos a pescar, yo me ocuparé de ti princesa, ya verás lo que es un caballero, esta tarde pesca y a la noche baile. ¿No te gusta pescar? Yo adoro la pesca submarina.
La muchacha miró preocupada la cara de disgusto del Buitre. Se le escapa el bocado pensó Bueno salgo ganando.
Un verdadero ejército de sirvientes entró a preparar el local para el almuerzo. El Sumo era famoso por sus suntuosos y exagerados almuerzos, enormes bandejas de legumbres, frutas carnes, excentricidades y exotismos.
La muchacha miraba extasiada el despliegue de colores y sabores, en su vida había visto algo así, mucho menos en los últimos años de hambre y escaseces, sintió un dejo de culpa, pensó en su familia que jamás podría probar algo así, pero fue algo que pasó rápido Es magnífico este hombre ¡Qué hombre por Dios!
Las cortinas negras descubrieron las ventanas y la luz prohibida inundó el local. La muchacha maravillada, casi enceguecida por la iluminación repentina y desacostumbrada, vio entre rayos de luz en la pared un gigantesco mural, según sus ojos se acostumbraban a la luz, descubrió que el mural representaba al Sumo en plena jungla, vestido de Tarzán , se balanceaba colgado de una liana, debajo en el césped, con gesto de admiración una dama contemplaba al héroe.

Almorzó sobriamente, como era su costumbre, se enjuagó los dedos en una jofaina llena de esencia de rosas y recostó los codos en la mesa Lo amo, soy su más apasionado (ada) admirador(ora), el otro día por poco me sorprende con el viejo y no quiero que se entere el Coronel, quiero parecer puro (ura) ante sus ojos, que me ame como yo lo amo a él, pero como está la situación. Ahora tenemos un poco más de luz natural y Sirte parece menos fantasmal, la cercanía del trópico, la eterna lucha entre las sombras y la luz. El resplandor de las hogueras de la ofensiva que se libra en toda la Isla contra los libros, contra todo o que quedaba con letras, contra todo lo impreso.
Las llamas bailan en las fachadas de Sirte, fuego fuego, las denuncias se suceden unas tras otras, fulano tiene libros escondidos, zutano tiene revistas en el sótano, esperancejo esconde material prohibido en la azotea y pasan los carros cisterna cargados de kerosene, como en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury “ Es un hermoso trabajo, el lunes quemar a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, quemarlos hasta convertirlos en cenizas, luego quemar las cenizas. Ese es nuestro lema oficial”
Contradicción de los creadores de las sombras, queriendo perpetuar lo oscuro, crean luz. El Sumo solo desea la felicidad de todos nosotros, hace tiempo prometió hacerme ministro ¡Que sueño! Yo ministro, paseándome por los salones con un traje rosado de borlas doradas.
El Duende permanece bien sujeto, ahora le ha dado por dejarse crecer la barba, últimamente se ha vuelto engreído, orgulloso y amenazante. Tomó un libro de la mesa y abriéndolo al azar declamó.

Oíd oh Dioses el sagrado peam
que entonamos en vuestro honor los pueblos griegos
antes de emprender nuestra tarea
de vencer en la palestra y en el juego.
Ante vosotros, oh Dioses inmortales
divinos protectores de la Grecia
hacemos el presente juramento...
Tiró el libro con furia al suelo y golpeó con los puños las paredes ¡Oh Yao!, ¡Oh divino Horus!, ¡Osiris!, ¡Oh Mithras!, ¡Oh Abrasax es Yao! ¡Escuchad!, Mooh, Khonso, yo un melancforis, un supremo poeta, preso entre tanto ignorante. ¡Oh Tétrada sagrada! Inmenso y puro símbolo, cuanto ignorante. Recogió el libro con amor y apretándolo contra el pecho, con voz engolada declamó.
Soy Sade, la amante deliciosa,
ven sobre el mar, ven a bogar
en mi lancha de púrpura y de rosa
hay un lecho de nácar, ven a gozar.
Soy la virgen que desdeña a los hombres
no amo a ninguno, mi amante, mi bien
El Duende carraspeó y el hombrecito lo miró con una mezcla de curiosidad y alarma, había aprecio en los ojos del Duende, aprecio y un chispazo de picardía.
- Abrasax es Yao.
Dijo el prisionero y el continuó.
Es la dulce Fania, sus senos, su nombre
celebran mi canto, sus labios también.
Sintió miedo, el prisionero le aplaudía entusiasmado. ¿Qué estaba haciendo? Miró a su alrededor con espanto, si lo oían, si alguien les escuchaba, si le veían con el libro, conversando con el preso, todo se iría al cuerno, él un letrado, él colgado patas arriba en cualquier farol o ardiendo en el sagrado ácido del Sumo ¡Oh estúpido! Algo andaba mal, muy mal cuando este se atrevía. Arrojó el libro estomago abajo, trepó presa de pánico, invocando al Sumo, pidiendo perdón, gracia, magnanimidad.
El Duende le miró con lástima, el olor a papel quemado y el resplandor de las llamas llegaba hasta lo más profundo, faltaba poco y creció un centímetro más, faltaba poco, faltaba poco, estaba seguro.

Los techos de arcilla brillaban con los primeros rayos, la ciudad despertaba, la luz, débil aún, violaba la prohibición del Sumo, el gris retrocedía un poco ante el avance de la lujuria, era el sol del trópico en lucha con las tinieblas, era el sol que vencido era envuelto en la prohibición del Sumo, pero lograba infiltrar rayos en lo negro, en las páginas de El Oficial, periódico del Sumo, primero y único en salir cada mañana, solitario siempre, que anunciaba esa mañana la derrota absoluta de la luz, la victoria total, la muerte de todos los adversarios, victoria total del Sumo y advenimiento de su reino milenario, Sumo para siempre, el Sumo o la muerte, tinieblas, oscuridad.
Parecía ser este un amanecer más en la siempre fiel Isla de Sirte, uno más en la capital cercana al trópico, con oscilaciones de luz cada vez más atrevidas, país que en su eterno navegar se encontraba a la vista de las pirámides del Anahuac. Esa mañana tan igual, tan semejante, en que Sirte se detenía en la proximidad de esas pirámides, lista para sangrarse con la espina del maguey, esa mañana en la proximidad de la lucha entre dos soles, un sol anémico y un sol sediento y amarillo, conjunción de astros, conjunción de lucha infinita. Sirte despertaba con la noticia de la victoria total.
Pero algo sucedió, hubo un ligero temblor y la cristalería tintineó, un sordo murmullo fue creciendo poco a poco, luego un terrible rugido estremeció la ciudad.
Noble se despertó asustado, los cristales de las ventanas estallaban, temblaban las paredes, caían los cuadros, rodaban las tejas del techo, se frotó la cara y el pecho con agua fresca, se vistió para el combate, cota de malla, casco, espada y bajó las escaleras.
Noble sabía que la explosión sería sin dudas terrible, controlarla, dirigirla a su objetivo, esa era la tarea. Lanzó el caballo al galope entre la furia que estallaba por doquier, se unió a un grupo de hombres armados con machetes, estacas, cuchillos, viejas escopetas de caza, comenzaban a amontonarse los muertos de ambos bandos.
- ¡VIVA EL DUENDE!
Gritó Noble.
- ¡Abajo el Sumo!
- ¡Abajo el Contrato!
- ¡Rompamos el Contrato!
- ¡Viva el Duende!
- Viva el Duende.
Insistió, trató de clavar bien la idea en sus cerebros y en sus corazones.
- ¡VIVA EL DUENDE! ¡VIVA EL DUENDE!
Gritó la multitud. Reconoció a varios de sus amigos en la vanguardia, los perseguidos, los condenados al exterminio, organizaban a la muchedumbre hasta donde era posible, surgían de la oscuridad de la sombra, del miedo. Eran la cabeza de la insurrección.
A la tarde la ciudad estaba casi en sus manos, el enemigo huía despavorido, soltaban las armas, se escondían, cambiaban de bando, era perseguidos y colgados de los faroles, de los postes, de los árboles, de las vigas de las casas destruidas, era una furia devastadora.
¡Al Castillo! ¡Al Valle! Gritaban los jefes ¡Muerte! ¡Muerte! aullaba la masa.
Noble fue electo jefe supremo, llegaban por miles los hombres armado a ponerse bajo su mando, frente a ellos, defendiendo el Valle, el ejército encabezado por le élite del Buitre, parecía que poco se podía hacer ante esta formidable tropa. Noble puso su lanza en ristre y se lanzó al ataque, lo siguió la masa enloquecida, caían despedazados por los tanques, los trituraban las orugas, estallaban los proyectiles, caían a montones. Por cada cien muertos, llegaban doscientos rebeldes al valle, los tanques no podían deshacerse de los hombres que como hormigas se prendían de sus flancos. El jefe cayó degollado por un mandoble de Noble, el ejército comenzó a flaquear, fueron rodeados, aplastados por los muertos y por los vivos. La clepsidra del Sumo anunció con su habitual aullido el nuevo día, 24 horas había durado la batalla, las aves de rapiña se lanzaron sobre los cadáveres y la avalancha se dirigió al Castillo. En las cercanías de Palacio un hombre se acercó con bandera blanca, Don Luis Aguinaldo, legendario oficial de Sirte, las tropas rebeldes al reconocerlo bajaron las armas.
- Mis soldados están con ustedes ¡Abajo el Sumo!
- ¡Abajoooooooooooo!
- Ahí dentro está la artillería que necesitamos para aplastar a ese bribón, en marcha, el Palacio es nuestro
La artillería abrió fuego y varios rebeldes saltaron en pedazos, fue como un aviso, todos a una se lanzaron contra el edificio, en pocos minutos apareció una bandera blanca en los balcones, el Palacio era de los rebeldes y la tan necesaria artillería estaba en sus manos. Aguinaldo arengaba a los vencidos y pedía piedad a los vencedores.
La clepsidra del Sumo no cesaba de aullar en el centro de la plaza, como si presintiera su próximo fin, la turba se lanzó contra ella, trajeron escalera y cuerdas, la derribaron, la cortaron en pedazos, sólo quedó su alarido gravitando en Sirte, la clepsidra dejaba de marcar el tiempo del Sumo y era el fin, su fin y el inicio de una nueva época.
La muchedumbre lo destruía todo, no había fuerza capaz de detenerla. Cuando se cansaron de matar, robar y romper, comenzaron a quemar, ardían los muebles de estilo, los cuadros, las cortinas, las lenguas rojas de la llamas iluminaron los espejos y las caras aterradas de los soldados sobrevivientes, era la luz innatural de la ira. El pueblo festejaba, caminaba sobre las llamas y la muerte, Semíramis sobre la ciudad.
Esa luz no era la buscada la añorada, la ira, la sed de venganza, la transformaban en muerte, en nueva oscuridad.
- Todos al Castillo.
Ordenó Aguinaldo, se puso al frente de los hombres, satisfecho, arrogante, pletórico, fuego en el Valle, en la ciudad, en el Palacio.
Buitre sintió la explosión, la esperaba, la presentía, se vistió y tomó las armas, la nariz le temblaba de miedo.
- Guardias preparen la defensa, busquen al Doctor y al Comandante. Menos mal que el Sumo está aquí, este lugar es inexpugnable y lo defienden los mejores soldados. ¡Rápido! No hay tiempo que perder.
Buscó a la muchacha.
- Prepárate, queda poco ¿Sabes manejar un arma? Toma una espada, no creo que te haga falta pero por si acaso, es mejor que estés lista.
El Buitre dio las ordenes necesarias y organizó la defensa El Comandante se encargaría del recinto interior, en el exterior de las murallas el Dr. se puso al frente de las tropas. Buitre contempló orgulloso a sus hombres.
- Por aquí no pasarán- gritó el Doctor.
En la habitación real, El Sumo, envuelto en un chal de pana verde, temblaba de miedo.
- ¿Qué sucede Buitre? ¿Donde están tus hombres?
- Todo está listo señor.
- Vamos a morir.
- No excelencia, estamos preparados para resistir, nunca podrán entrar al Castillo.
- Te responsabilizo, te ordeno, no los dejes pasar, destrúyelos.
- Así se hará majestad, de todas formas ármese y espere.
En la torre principal, donde se estableció el puesto de mando, todo estaba listo. Desde allí se dominaba el Valle, la ciudad ardía, divisó la cúpula del palacio, unos puntos negros, apenas visibles por la distancia, se movían sobre ella. Los hombres del Doctor daban vítores enardecidos al Sumo Camaleón, el Doctor los arengaba:
- ¡Viva nuestro invencible héroe de cien batallas!.
- ¡Viva el Sumo Camaleón!
Una avalancha incontenible se precipitaba en busca de ellos, daba miedo el negror de la ira. Los soldados apretaron filas. El Buitre recorrió las filas enemigas con los binoculares, la avalancha se había detenido como por ensalmo, tres hombres se acercaban al Castillo.
- No disparen - ordenó.
- Que se acerquen, que se acerquen.
Una masa ululante y desorganizada, no podrán romper nunca la defensa. Contempló a las figuras que se acercaban y el pecho se le agitó, era él, su enemigo que se ponía así facilito en sus manos no, ahora no hay quien te salve, natilla, los tres hombres llegaron junto a la puerta.
- Déjenlos pasar
Bajó al patio central, ordenó redoblar la vigilancia. El Escritor estaba frente a él, un ligero temblor en la mejilla denunciaba su miedo el escritor se muere de miedo pensó y le miró con dureza, sacó la espada y apretó la punta contra su pecho.
- Viniste a morir
- Vine a parlamentar
La sombra de la torre caía sobre el escritor y lo volvía insignificante frente a la figura del Buitre. La sombra de la torre tembló.
- ¿Acaso no lo ves? Es el pueblo entero, están perdidos, ¡Ríndanse!.
- ¡Al calabozo!
La escolta trató de resistir y fueron muertos.
- ¿Qué dices ahora escritorzuelo? ¿Qué final le vas a dar a esto? Es tu muerte, ¿no lo ves? Es tu muerte ¡Llévenselo! ¡Enciérrenlo! Cuando acabe con esas ratas me ocuparé de él.
Los guardias se llevaron al prisionero desmadejado de terror e impotencia, los cuerpos de la escolta se desangraban sobre las losas, un ligero resplandor se elevaba en el horizonte, transformando la oscuridad en un gris atardecer.
- Arrojen los cadáveres desde las murallas.
Miró preocupado el nacimiento de la luz, el sol que e esforzaba por salir y ponía matices rojizos en el cielo, los cuerpos de la escolta volaron desde las murallas y cayeron a tierra, un alarido de indignación recorrió a la tropa rebelde, un minuto después la avalancha se puso de nuevo en movimiento. Los hombres del Doctor avanzaron a su encuentro y se cerró el puente levadizo. Al llegar la noche, nada se podía precisar, el firmamento resplandecía por las llamaradas y tomaba el color de la sangre, el sol sanaba su anemia, sangre, sangre para hacer luz.
Cada vez arribaban más y más rebeldes, el ejército no aguantó y corrió a buscar la protección de las murallas perseguidos y exterminados.. El Buitre ordenó abrir fuego con los cañones, los primeros rebeldes y los remanentes de la tropa del Doctor cayeron destrozados. El Buitre sonreía aquí no podrán entrar.
La primera explosión derribó una columna del patio.
- ¿De donde sacaron la artillería? ¡Claro del palacio! Nunca confié en ese maldito traidor de Aguinaldo.
El fuego arreciaba, saltaba el revoque, caían cornisas, la guarnición sufría bajas, se desmoralizaba, una gran explosión estremeció el Castillo, habían volado la entrada, los soldados huían, arrojaban las armas llenos de pánico. El Buitre bajó a su cuarto, tomó una bolsa y huyó por un pasaje secreto, todo había terminado y él no se dejaría atrapar, dentro del Castillo eran aniquilados los últimos focos de resistencia.
El Tamborero se paseaba por el patio central, seguido por una tropa andrajosa y estrafalaria de seres contrahechos.
Tocaba su tambor entre las montañas de cadáveres, tocaba su tambor entre el fuego y la muerte, entre los gritos de los vencedores y de los vencidos, tocaba su tambor en medio de la más desenfrenada orgía de sangre, algunos letrados intentaban contener a la masa, pero era en vano, la masa inculta, iletrada había soportado mucho y había desbordado los diques, eran los mismos, quizás, que no más ayer gritaban vivas al Sumo y colgaban de los postes a los letrados, pero hasta de ser cómplice la gente se harta, de ser empujados, abolidos.
El vino fue sacado de las bodegas en grandes barricas y se mezcló con la sangre, con los quejidos y las risas y los gritos y el vino y la sangre corrieron mezclados por las lozas destrozadas del patio.

Noble observaba por los binoculares el Castillo, los soldados del Sumo disparaban desde las atalayas.
- ¡Caballeros!
- ¡Don Luis te creíamos muerto!
- Pues estoy vivo y les traigo artillería, obuses y algunos morteros del arsenal de Palacio, más mis hombres que son de lo mejor de este país con esos artefactos ¿Y el Escritor?
- Lo mandamos a parlamentar y fue capturado o muerto, no sabemos.
- Pero eso no es posible ¿Cómo puede narrar entonces esta parte de la historia? Muerto no está, él es el narrador, pero ¿Cómo puede si no nos ve? ¿Esto ocurre así de veras? ¿Quién es el narrador aquí?
- Don Luis, si se está narrando por algo será, déjalo a él hacer lo suyo y ocupémonos nosotros de lo nuestro.
Las baterías machacaban el Castillo, el fuego de los sitiados disminuía, Noble mandó a volar la puerta, un grupo de hombres logró llegar a la entrada y colocar la carga, la explosión abrió un boquete, la avalancha con el Caballero al frente penetró por la hendidura.
- Aguinaldo, a la torre.
Los defensores eran masacrados. Llegaron a la torre y abrieron las mazmorras, de una de ellas salió el Escritor, se abrazaron fuerte los tres.
Don Luis Aguinaldo me entregó una espada y comenzamos a registrar una a una las habitaciones. Encontramos a la muchacha en uno de los cuartos superiores espada en mano.
- Vengan malditos
La bata de dormir apenas le cubría los pechos, turgentes y agresivos. Miraba ensimismado los senos saltarines, los labios hermosos morados por la furia y el miedo, la espada se acercaba y no podía apartarme, ni cubrirme, ni atacar, mi vista estaba fija en el vellón negro del pubis, espada y brazos rendidos ante los senos erectos y saltarines. Noble le hendió en dos la cabeza con su arma, lo miré espantado.
- Era una virgen.
- Era una víbora.
La sangre de la muchacha me ensució las botas, estaba débil por la emoción y la carrera por los pasillos. ¿Dónde estaba el Sumo? Buscamos por todas partes, ni el Sumo, ni el Buitre, ni el Duende. Al final del último pasillo encontramos una habitación llena de símbolos cabalísticos. Don Luis encendió una antorcha las paredes estaban cubiertas por cortinas de raso negro, sobre las cortina los símbolos de la cábala.
- ¿Que es esto?
- Bajo las cortinas hay espejos Noble.
Un sollozo se escuchó desde uno de los rincones del cuarto. El Sumo agazapado, temblaba de miedo.
- ¡Sal de ahí!
- Por Dios no me maten, si muero morirá el Duende, él está aquí en mi pecho.
El pañuelo le colgaba flácido del cuello, tenía los ojos vidriados. Nos miramos atónitos ¿Y este era el Ser Supremo? ¿Y este era el poder? ¿Este era el ser que había mantenido durante tanto tiempo en un puño a Sirte? ¿Cómo pudo ser? Tantos años dueño de destinos, vidas y suertes, esta lagartija miserable, este ser que ahora miraba al suelo con el miedo electrizándole la mandíbula. ¿Y esto era el poder?. Frank Muller, el conocido explorador y etnólogo alemán, liberado por nosotros de su prisión, creía encontrarse ante uno de los célebres lagartos- ubicuos descritos por su coterráneo Hans Smitt. Noble hacía todo lo posible por convencerle que ese era el Sumo, el mismo que le hizo desaparecer del mundo, pero el sabio se reía y contaba los dientes del lagarto, decía que el hallazgo de un ejemplar vivo lo haría famoso.
Pero aunque parecía imposible, ese que ahora temblaba era el poder. Los espejos comenzaron a romperse hechos llama, añicos, vulgar cristal. La multitud se apoderaba de todo, hombres envueltos en sedas, cargados de adornos y ropas de mujer, espadas, escudos, sostenedores y lanzas, corazas pantaloncitos, coloretes de puta de palacio y la voz de la ira. Cuerpos lanzados de las atalayas, tres caballeros negros sobrevivientes de la batalla del Valle son conducidos hasta la hoguera de muebles y banderas y cadáveres, Sus armaduras pierden el negro y se tornan rojas, encendidas, trozos de luz que se suman al nacimiento de la nueva luz.

El hombrecito corrió a todo lo que daban sus piernas por el Castillo, pasó entre los soldados que huían, temeroso a cada momento por su vida, los derrotados eran pasados a cuchillo y la sangre manchaba sus zapaticos de charol, logró salir, la multitud reía, danzaba, bebía que asco toda esa gente miserable.
Un soldado le cerró el paso.
- No bebes belleza.
Y le tendió la jarra, lo tomaron por brazos, iba a protestar y pero lo unieron a una danza frenética y discordante. Los tocadores de taponaxtle vendían sus hierbas de ensueños que eran mezcladas con ron y vino y aguardiente, bailaban todos, mujeres, rebeldes y oficiales conversos, la barba hirsuta de su nuevo amigo le arañaba la cara.
- Aparta las espinas vulgar hotentote o golpeo tu carota.
- Ja ja ja belleza, pero si eres un primor. ¡Viva el Duende!
¿Y si lo descubrían? Pensó Si esta gente descubre quien soy estoy perdido. Tomó aire con fuerza y gritó.
- ¡Viva el Duende! ¡Viva el Duende!
- ¡Que viva! ¡Que viva!
- Bravo hombrecito, bravo.
Gruñó el soldado acariciándole el rostro.
- ¿No quieres bailar conmigo?
El vino, el ron, el aguardiente, las hierbas de los tocadores de taponaxtle comenzaron a saltar en su cabeza. Tomo la jarra y se bebió de un trago todo su contenido.
- El mundo es un sable y un Coronel y un Sumo cobarde y mentiroso
Una mujer trató de besarlo en la boca y el soldado la golpeó con el revés de la mano
- El mundo es un sable y un soldado con cara de hotentote y olor a ajo y a aguardiente y un traje rosado de borlas doradas. De todos los dioses, los más grandes y los más amados, han llegado a al ciudad. Demeter y Demetrio, ellos van a presidir los solemnes ritos de la Virgen, un sable miserable soldado, no sabes lo que es huir por esa boca, ese esófago, no sabes. ¡Dame más vino! ¡Omecoyan! Y me remontaré al lugar dos. Ya ahí, ¿Soy alguien yo? Ya ahí, Castor y Polux, Ce-Acalt, los Ibeyes, en el ónfalos, ombligo donde el diverso se hace universo. Repto y vuelo.
- ¡Qué dices preciosidad? ¿Deliras? Denle más ron a este señorito
- Soldados, sangre, yo soy el Loto blanco, la causa creadora, soy fuego y soy amor Sumo cobarde y mentiroso
El soldado le sentó en sus piernas, la gente bailaba y reía y él recostó la cabeza en el pecho del soldado.
- Los otros dioses moran lejos. Oh voluntad unitaria del verbo. Alom ja yo soy la bacante que prueba su yedra divina. Bailen todos, si antes no ahora si.
El pecho del soldado olía a sudor y pólvora, miedo ira y venganza, los fuegos artificiales iluminaban la noche, y él, demasiado acobardado, sólo se guiaba por el instinto y el instinto le aconsejaba estarse quieto y recostarse al calor, por demás agradable para él, del soldado, por eso rodeó con sus brazos el cuello de res y gritó con todas sus fuerzas.
- ¡Viva el Duende!
Aunque su voz era apenas un hilo y a su alrededor no quedaba casi nadie, a no ser el soldado que cargándolo en brazos, fue a esconderse con él en los matorrales.
El célebre etnógrafo, profesor e investigador alemán Frank Muller, liberado por las fuerzas patrióticas, escribiría años más tarde Se lanzaron una danza desbocada y frenética, una mezcla de bailes de Java y Yorubas, propio de las razas negroides que habitan esa región, bebían y se refocilaban sin distinción de sexos, son gruesos y de baja estatura ríen sin ningún motivo y gesticulan y se comunican a gritos como es propio de las razas lipoideas a las cuales pertenecen.
El poeta Svavo, que cayó prisionero del Sumo al extraviarse el avión en que viajaba en el fatídico triángulo, en los festejos por la victoria, expresó para la agencia Exanpress.
- Extraordinario, no había vuelto a sentir una sensación tal desde Praga 1968
NOTA DE PRENSA
Regresan a la realidad luego de ....el célebre profesor Frank Muller, Matías Pérez, Santa Helmetrudis, Samuel Moore, Beny Moré, Gueorgui Plejanov, Pello el Afrocán, L.Armstrong, Shapiro, Connely, Papa Montero, la Macorina, D.Ellington, San Hilarión, San Hildegunda, Ahmad Ghazalí y otras muchas célebres....desaparecidas en el triángulo.

Fue encerrado en una celda. Hasta él llegaban los gritos de júbilo, las canciones, los vítores, Malditos. Se acostó en el camastro, el pecho le daba saltos, sudaba, el olor a humedad de la celda le trajo recuerdos del pasado, recuerdos que creía olvidados, el olor a grasa, a ropa amontonada sin lavar, el padre con la bata siempre manchada de sangre, la madre mansa con la batea siempre llena de ropa de otros, para sustentar la mala pata el viejo para los negocios. Trató de sentarse en el camastro pero el dolor le hizo doblarse, sintió un intenso escalofrío.
El sol entraba a raudales por la ventana de la celda, el sol que se había rebelado en la lujuria del trópico, que renació a su pesar, gemelo débil pero persistente, fortaleciéndose por momentos, y el lienzo en blanco y ella despidiéndose para siempre en el andén, los recuerdos uno tras otro, el lienzo en blanco y las críticas, fracaso tras fracaso, soledad tras soledad, las banderas al viento, las consignas y ella riéndose, las banderas y este dolor que ahora le parte el pecho, dejar los sueños, el lienzo en blanco ya para siempre y la voz del oficial ¡Atención! ay ay ay ay ay ay ay Ya es usted un guerrero de valimientos un dos un dos un dos tres cuatro y las marchas y los caballos y el placer del uniforme, el placer de mandar, él al frente ascendiendo, ascendiendo, ascendiendo, su misión, descubrir su misión su predestinación y para siempre Sirte, el amo y señor de Sirte, yo los haré felices yo quemaré esos libros que sólo traen desgracias yo los llevaré al estado primigenio a la felicidad paradisíaca antes de las pinturas los libros y los ismos y las filosofía el paraíso el Edén el estado natural “autores llenos de sentimientos malignos cerrad vuestras máquinas de escribir ...un libro en manos de un vecino es un arma cargada Quémalo... se sabe acaso quien puede ser el blanco de un hombre leído...He leído unos pocos libros en mi juventud se de que se trata ¡los libros no dicen nada!” Nada que puedas aprender o creer hablan de gentes que no existen delirios imaginativos delirios de gente sin sentido y objetivo que envenenan la mente de las masas y los hacen infelices si quieres que un hombre no sea desgraciado no lo preocupes con esas sandeces sólo el trabajo importa nada de filosofías pinturitas y otras cosas femeniles e ilusorias trabajo que es lo que hace al hombre Amo y señor de Sirte Dios soy Dios. El dolor le destroza el cuerpo, piensa en ella, la ve de nuevo en el anden eres un fracaso SUMO PADRE DE LA PATRIA, Inclito, Inclito, Inclito ¡Viva el Sumo! Rompan los espejos no más luz la luz se aparta de sus ojos y el dolor arrecia acaso no les di la felicidad dolor, dolor, dolor y banderas y manos que arrojan flores a su paso y mujeres que le alcanzan sus hijos para que los bese Yo el invencible se rompeeeeeeee y esos disparos y esos gritos y esa luz que yo prohibí firmamento sangre coagulada pastizal del sol Oh el Duende El Escritor escribe un final feliz para mi desgraciado
El Camaleón se retorció en el camastro, gritó, la guardia acudió corriendo Avisen a Don Noble que me muero fuertes contracciones, respiración agitada Mi espalda mi pecho mi estomago
Don Noble se acercó al camastro, trató de sujetar al Sumo para que no cayera al suelo. El Camaleón daba saltos, su piel se tornó gris, el pañuelo rojo yacía a un lado. Quedó quieto unos minutos luego el dolor regresó con más fuerza, El Sumo se aferraba al borde del camastro presa de fuertes contracciones.
Es la muerte es la muerte no te vallas eres mi partero soy el Sumo el jefe invencible es la muerte es la muerte.
Algo saltó de su pecho, un chorro de sangre y un pequeño ser cubierto por sus entrañas. El Sumo dio dos saltos más y quedó quieto. Estaba muerto.














Segunda Parte
LA FELICIDAD
Yo les daré la felicidad
Quetzalcóalt
LA VERDAD
Última hora:
Liberados todos los presos políticos
Al fin la justicia impera en Sirte... regresaran a sus respectivos países... se respetará la voluntad de cada exprisionero... AMNISTÏA GENERAL
ATERRIZAN PRIMEROS AVIONES EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE SANTA MARÍA
Se restablece el tráfico aéreo... el comercio... la libertad de viajar... que traerá la felicidad al pueblo de Sirte... seremos felices... bajo la sabia guía de nuestro....reconstrucción del país...democracia...todos juntos
Al fin la democracia regresa al dolido pueblo de Sirte de la mano de sus hijos esclarecidos...






CiudadanosdeSirtepuebloheroicolatrubagrishasidobarridanuevosairesdelibertadsoplanennuestropaísairesdeculturayprogresolibetadydemocraciaplenaparatodosporigualacabaremosconlasdesigualdadesdelrégimenanterior.
¡Viva el Duende!
¡Viva el Duende!
La plaza frente a Palacio hervía de júbilo, millones de personas se amontonaban frente a la tribuna, banderas rojas, azules, amarillas, banderas nacionales, banderas de los países amigos, banderas, banderas, banderas, los rostros sudorosos y felices convergían, los brazos se entrelazaban, los cuerpos y los gritos formaban remolinos, tornados, ciclones de entusiasmo, enorme mancha de polvo encima de la mancha humana.
El líder miró a la eternidad, allá entre dos edificios cubiertos de consignas, el líder creyó verla llamándolo entre las dos torres de cemento y vidrio SILENCIO el líder seguía prendido a la eternidad. Ella le guiñaba un ojo, le provocaba y el SILENCIO en la tribuna, con los dedos clavados en la madera del podio y la masa esperando SILENCIO y la eternidad planeo sobre la multitud que no la veía y hasta intentó posarse sobre alguna cabeza pero siguió su vuelo sin detenerse y hasta soltó alguna que otra cagarruta y recibió alguna que otra sonrisa agradecida (por aquello de que si te caga un pájaro te da buena suerte) y algunos movimientos en busca del santo bautismo, la masa comenzó a perseguir la heces que caían del cielo y ella defecó encima de la gente, los agraciados corrían con el rostro lleno de felicidad, una pasta blanco grisácea les corría por la cabeza, cara y espalda y ellos sonreían. Luego con un elegante giro fue a posarse en el hombro del Duende, el líder alzó el brazo derecho y recorrió con la vista a sus súbditos defecados por la eternidad, un manto gris cubría a su pueblo.
Aplausos y vivas y consignas repetidas hasta el agotamiento. El carraspeó, arregló los micrófonos, miró a su nueva compañera y satisfecho pensó en lo bien repartido que estaba el mundo, porque era lógico que a él le tocara la eternidad ¿no?.
Queridoscompatriotasjuntosconstruiremosunanaciónunicaenestemundoinjustoeliminaremoslaincultura
Eliminaremos la incultura y la ignorancia que sometieron a este país en el caos
Educación y cultura serán nuestra meta seremos el pueblo más culto del mundo
¡Viva el Duende!
¡Viva el Duende!
¡Viva el Duende!
Seremos el pueblo más educado y culto de la tierra.
Nohabránmásricosnipobrestodosseremosigualesacabaremosconlosprivilegiosseremos un solo pueblo construiremos cientos de Universidades escuelas centros de investigación galerías de arte bibliotecas museos... a todos los rincones del país seremos la envidia del mundo nuestros enemigos rumiaran su envidia y el Imperio será una sombra a nuestro lado.
¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Vendrán días difíciles nuestros enemigo internos y externos no cederán terreno tan fácil pero cuando se cuenta con un pueblo como este no hay barrera que no sea derribada ni enemigo que sea vencido.
Aplausos continuos, ciclones de entusiasmo, arrebatos, desmayos, pasión, arregló por undécima vez los micrófonos.
Lo más importante es la unidadlomassagradoeslaunidadelpuebloentornoalarevoluciónquebarrióalosilertadosdelSumo.
Los restos dejados por la eternidad, el sudor, la euforia, los aplausos, los rostros, el polvo, las banderas, las consignas, las p a l a b r a s, formaban una pasta, los vivas se alzaban como burbujas en un pantano, se estrellaban contra la tribuna. El Duende hablaba con los ojos cerrados,. Ensimismado en su grandilocuencia.
Pasaban las horas y la eternidad bostezaba, pero él no se detenía, no podía detenerse y continuaba. Noble, parado en la tribuna, rodeado por los nuevos personeros, con sus entorchados de general, con el pecho henchido de felicidad miraba al Duende. Don Luis le señaló a la masa, extasiado en el flamear de las banderas, ninguno de los dos vio a la eternidad planear sobre ellos y posarse junto al líder. Noble se sentía satisfecho, sus sueños, la libertad, la derrota del Sumo, era feliz, el aire era fresco, el sol brillaba, por primera vez en años la isla- barco se detenía en un punto, olía a mar, sobre todo si uno no sentía los embates de la eternidad, si uno no veía su volar caprichoso.
El Caballero no la veía, ella pasó sobre todos ellos y eligió al Duende y sirvió de catalizador para unir todos los residuos y se formó el pantano que los ojos de Don Luis y Noble no podían ver, porque eran felices y miraban con ojos que solo querían ver lo bueno, para ellos el espacio entre los dos edificios no era más que un destello de luz, una franja e sol que alumbraba los rostros eufóricos y hacía titilar las estrellas y los cordones dorados de los generales y las viseras y los sables de los soldados de la escolta. El Duende continuaba su discurso y el sol rodaba sobre sus cabezas.
El Escritor, desde el público, tampoco la veía volar, él también miraba con buenos ojos, era feliz, sus amigos en la tribuna cerca del Duende, en el lugar que se merecían, solo una duda le escarbaba en el pecho ¿Y toda esa gente que rodea al Duende de dónde salió? ¿Y ese de traje rosado con borlas doradas que contempla con adoración al líder y trata de estar lo más cerca posible de él? La presencia de sus amigos en la tribuna alejaba de un manotazo el dedo hurgador de la duda y volvía a sonreír y aplaudía y gritaba con los demás y tomaba notas en su recién estrenada libreta de periodista con oficina propia con su nombre en letras doradas en la puerta y secretaria personal, aplaudía al líder y soñaba, soñaba con un futuro brillante, con la conclusión feliz de esta historia, con la posibilidad de publicarla en una buena editorial, aplaudía al líder y soñaba, todos sus amigos muy felices, era la paz, la felicidad.
El Duende seguía habla que te habla y la verdad y los sueños de los tres amigos le causaban escozor y le hacía carraspear en las pausas, andar constantemente en los micrófonos con gesto nervioso y buscar las causas de su molestia en la multitud, era la verdad y los sueños de tres hombres que no podían ver a la eternidad porque no creían en ella, porque no conocían de su existencia, tres que aplaudían porque su verdad era otra verdad, sus aplausos se diferenciaban del resto, crecían sobre la masa y eran visibles muy visibles y el Duende estuvo a punto de descubrir la causa de su molestia pero el pueblo comenzó a gritar con más fuerza, y algo distrajo la atención de los tres amigos, algo que el líder dijo, un cambio repentino en su discurso, un YO inmenso y desolador, un YO EL DUENDE dicho por primera vez, un YO YO YO dictado por la eternidad y por cierto hombrecito parado a su lado, cierto hombrecito que aplaudida más fuerte que los demás, que gritaba más fuerte, que introducía su lengua bífida en los oídos del Duende y por toda una cohorte de seres que hacían reverencias y lanzaban oh uh ah a su paso, exclamaciones perrunas, serviles y soltó un YO EL DUENDE que hizo callar a los tres amigos, tres que no esperaban oír nunca más un YO dicho en ese tono y de esa magnitud, pero el Duende carraspeo confuso, miró a su alrededor y la cohorte comandada por el hombrecito afirmó complacida y el continuó con sus YO olvidado para siempre del nosotros, continuó con sus YO molesto por la mirada cada vez más severa de los tres que no volvieron a aplaudir. Terminó el discurso de repente prometiendo morir antes que traicionar a la patria que le había confiado tan alta misión, pasó la vista por la plaza repleta y se retiró sin despedirse.


















LA VERDAD
Organo de prensa del pueblo libre de Sirte.
Partirán hacia sus respectivos países nuevos exprisioneros liberados de las mazmorras del Sumo.
Liberados de las mazmorras luego de incontables años nuevos prisioneros, cientos de hombres que se aventuraron a acercarse a las fronteras de Sirte... Pedro González del Pozo y Ribadavia quien dice ser el verdadero capitán de la Pinta,......barcos vacíos, a la deriva, pecios fantasmas...prisioneros del magnetismo de la clepsidra borradora de todo tiempo...aviones perdidos con todos sus pasajeros y tripulación..
El fatídico triángulo... desaparecer, cientos de personas... aviones, barcos... triángulo de la muerte.
Todo el que se aventuraba... cercanías del corte de la cuchilla...
Científicos del país y de todo el mundo investigan...










La gente abandonaba la ciudad, marchaban en largas filas al campo, en busca de los árboles, de la yerba, de la naturaleza, del sol, de la vida.
La muchacha dejó caer el vestido de flores rojas al suelo, gotas de sudor brillaron en su piel y se mezclaron con la savia del pubis estremecido por el roce de la yerba, las emanaciones de la tierra, vapor lúdicro, que calentaba su entrepierna, jugo precioso en busca de la tierra, intercambio de maravillas potenciadoras de la creación, doncella paridora de hecatombes y dulzuras, hilos de sudor y savia que corren por los muslos, a la pantorrilla, al tobillo perfecto, a la tierra. Se soltó el cabello negrísimo que corrió por la espalda hasta la cintura quebrada..
Don Noble salió temprano, tomó su cesta de fiambres y se unió a los ciudadanos que se dirigían al campo, llevaba un sombrero de alas anchas, camisa de algodón, pantalones de montar y botas. Daba gusto ver la hilera interminable de seres felices, desfile multicolor que se confundía con los mil un colores de la Isla.
La ciudad estaba cubierta de banderas, consignas y carteles con la foto del Duende. Grupos de soldados descansaban tendidos en el suelo, algunos cariserios veían pasar al pueblo y sentían envidia, un día tan precioso y no poder ir con la familia, sin poder participar en este domingo de fiesta.
Noble partió al galope, cruzó los límites de la ciudad y se adentró en la floresta, los belfos del animal parecían estallar. Entraron al paso entre las tiendas, los niños retozaban entre los calderos puestos al fuego, corría el aguardiente y el ron, el Caballero bebió rodeado por los vítores del pueblo, algunos excombatientes le brindaban su tienda al pasar.
El sol brillaba en lo alto y algunos comenzaban a despojarse de las prendas molestas e innecesarias, Noble se quitó la camisa empapada en sudor, las fuertes cuerdas de su musculatura se tensaron, puso el caballo al galope y se hundió en el campo libre, distinguió un arroyo a lo lejos y hacia allá se dirigió. Nadaba dando fuertes brazadas, luego se tendió en la yerba bajo el sol, todo era armonía a su alrededor, la melodía de la creación le hacía sentir toda la fuerza de su organismo integrado al supremo concierto. Tuvo deseos de correr, de desafiar a todas las fuerzas de la naturaleza, entonces la vio, no tuvieron tiempo de ocultarse uno del otro, Noble se acercó y le puso la mano en la cadera, admiró su piel morena, ese matiz único de la Isla, ella lo rechazó, trató de cubrir su desnudes, corrió a la orilla del arrollo, él la siguió, la muchacha contempló el hermoso cuerpo del guerrero, todo cuerdas, músculos, sin una gota de grasa. Sintieron el trote de unos caballos que se acercaban y se alejaban. Ya al final de la tarde todo comenzó a aquietarse, a condensarse, la felicidad repleta de energía vigorizaba los corazones. Sólo había un pequeño lunar, una pequeña mancha, un YO solitario que crecía en cierto pecho.

Tomó los guantes de piel Hoy daré el primer recital. ¿Quién lo iba a decir? Un oficial le ofreció el brazo, en el pasillo se pasó una mota con polvo de arroz por las mejillas.
- ¿Estoy bien?
- Si su señoría
Le guiñó un ojo al oficial y bajó las escaleras. El salón estaba repleto, los nuevos oficiales de la Revolución hacían gala de un vestir descuidado, intencionadamente al desgaire, cabellos mal cortados, uniformes sin planchar, botas sin cordones, sin afeitar, contrastaba con los vestidos lujosos de las damas y con los entorchados de los oficiales de carrera. El hombrecito les dirigió una sonrisa forzada.
El Chambelán golpeó el piso con el bastón y anunció con voz musical
- Como colofón de la velada de esta tarde tenemos el honor de presentar ante ustedes al excelentísimo Primer Poeta Oficial del la Revolución Letrada.
Aplausos cerrados acompañaron su paso de danza hacia el estrado.
- Dedico este recital al representante supremo de nuestro pueblo, guía y lustre de Sirte, el Duende y a la memoria del inmortal Nayron.
En la primera fila se alineaban algunas señoras de elegantes vestidos y plumíferos de mirada lánguida, más atrás hombres de traje, monóculo y bastón y en la última fila, cerca de donde se expendían los licores, el grupo menos atento, jóvenes de ropa raída, overoles, chamarretas de cuero, pelo largo y libro en la axila, discutían y bebían sin reticencias, grandes espirales de humo brotaban de sus filas.
El Poeta miró con disgusto al grupo que no le prestaba ninguna atención, pero se contuvo, sabia que el Duende les protegía, filósofos de esquina, escritorzuelos vanguardistas, recibían múltiples agasajos y honores, ya les arreglaría las cuentas en su momento, él no se quejaba, con el Duende le iba pero que mucho mejor que con el Sumo. El supo darse cuenta desde el primer momento como le alegraba al nuevo líder que le celebraran su inteligencia, gota a gota se deslizaba en los oídos del nuevo jefe. Poder, Poder, Poder, tú el preclaro, tú el único, tú el predestinado, tú, tú y sólo tú, ¿Quién si no?
Comenzó a leer sus poemas dedicados al Duende y a los héroes y mártires de la lucha contra la dictadura.





LA VERDAD

La Universidad de Santa María de Sirte, de San Pablo, Instituto Superior de Ciencia y Técnica, Universidad Agrícola, Escuela de Medicina, Universidad del Arte y la Escuela Superior de Diseño Industrial decidieron otorgarle los títulos de Doctor Honoris Causa, de dichos Centros de Altos Estudios a nuestro preclaro líder el Duende....
Condecorado el Duende con la Estrella de Diamantes de Primer Grado que confiere la República de Sirte. En el acto hicieron uso de la palabra el Máximo Homo Literatura y miembro del consejo de dirección del Movimiento Letrado Alex Grasinski Ruiz y varios representantes de los partidos que aspiran a ganar las próximas elecciones.
Estuvieron presentes los representantes de los partidos:
Demócrata Cristiano
Socialismo Democrático.
Liberal.
Republicano.
Comunista.
Popular
Y de otras 1200 organizaciones políticas así como los miembros del Consejo de Dirección del Movimiento Letrado que dirige el preclaro líder el Duende...






El viernes entrevisté al Duende, vestía un largo camisón, unas sandalias rojas sobresalían por los bajos.
- Agradable visita.
Pronunció con afectación, entornando los ojos y tendiéndome la diestra.
- ¿Qué desea joven? Me agradan las visitas ¿Alguna fábrica? ¿La Universidad? ¿Alguna? ¿No?
- Escribo una novela Ínclito.
- ¿Ínclito?
- Sus ojos chispearon felices.
- El General Don Noble debe haberle hablado de mí, yo fui uno de los que...
- ¡Ah si! Ya recuerdo, si, Don Noble, Aguinaldo y tú, ya ¿Una novela dices?
Nos acomodamos en un sofá. En una mesita de laca china con dragones iridiscentes humeaban dos tazas de café. Tomó una caja y me brindó un tabaco.
- Son los mejores del mundo. ¿No fuma? Hace bien, pero se pierde algo único.
Encendió y aspiró con fruición.
- ¿Qué cree de mi gobierno? ¿Cree que actúo bien? ¿Si?
Entrecerró los ojos y sin esperar mi respuesta.
- ¿Qué esperaba de mi ese maldito General?
Sus manos temblaban, de pronto sonrió y dijo mirándome a los ojos.
- ¿Qué es lo que quieren? ¿Acaso no son felices? Todos son felices pero tus amigos no, dice Noble que me adora, pero es el único, fíjate, el único que no está de acuerdo con mis planes.
Golpeó el piso con las sandalias.
- Créeme Escritor, se lo que hago, no todo puede ser como ellos quieren, no señor, hay que tener en cuenta las circunstancias que hoy vive el país, la economía está arruinada, el precio de la cal viva, principal renglón exportable del país, está por los suelos, que decir del capulí y la carambola, sembrados tradicionales abandonados por la desidia del Sumo, se requiere un gran esfuerzo, un gran sacrificio, pero le digo, y anote la fecha, que antes de 5 años Sirte será uno de los países más desarrollados del Mundo y eso lo lograremos a pesar de nuestros enemigos.
Se acercó, hasta casi tocarme, hizo unas señas misteriosas, aproximó la boca a mi oreja y dijo en un susurro.
- El Imperio del Mal, nuestro irreconciliable enemigo, acecha.
Regresó a su posición en el sofá y más calmado continuó.
- Soy un protector convencido de las artes y el arte es libertad y es felicidad, el arte purifica a la sociedad, el arte nacido del pueblo, del genuino pueblo, nos elevará a alturas nunca antes alcanzadas por ningún otro pueblo del mundo.
A veces tenía la sensación de que se burlaba. ¿De que hablaba? El país se llenaba de su exaltación a lo bello, a lo perfecto, estatuas, seres incólumes, poetas de salón, todo plano, sinflictivo, hermoso. Pintores cortesanos, hombres de mármol, músculos, sonrisas, miradas siempre en el futuro, en ese futuro que él promete y que parece estar ahí bien cerca, parques y plazas llenándose de héroes de piedra.
- Este era un país de incultos, ya no lo será jamás
- Señor todos queremos lo mejor para Sirte, nosotros arriesgamos nuestras vidas por usted, Don Noble y Aguinaldo condujeron las tropas para...
Me interrumpió burlón.
- Si ya se me ese cuento, ustedes me liberaron bla bla bla
- ¡Señor!
- ¡Malagradecidos!
- No se ponga así señor.
Se dejó caer hacia atrás con cara de desconsuelo, parecía a punto de llorar.
- No se desanime señor.
Se irguió en el sofá, se puso de pie con gran energía y comenzó a andar a grandes pasos por el salón.
- ¡Nunca! Cuando un hombre tiene un objetivo que cumplir, jamás se siente derrotado o desanimado, no puede darse ese lujo. Sirte confió en mí y no defraudare jamás a la patria.
Se sentó de nuevo, recostó la cabeza en el respaldar y cerró los ojos, estuvo unos minutos en silencio, luego me tomó las manos.
- Construiré un gran país, de hombres sabios, trabajadores, saludables, nos rodearemos de cosas bellas, espirituales, ya verás. Yo les daré la felicidad, la máxima felicidad, este será el emporio mundial de la cultura, del arte, donde no tendrán cabida los ignorantes iletrados, será un país envidiado en todos los confines de la tierra.
Se llevó la mano al pecho en gesto teatral.
- Usted es un hombre culto, un escritor, peleó contra el Camaleón ¿Cómo es que sigue de simple periodista? ¿No quiere dirigir un periódico? ¿Mi periódico?
Le contesté que lo pensaría y sonrió con sorna, no me gustaba el giro que tomaban las cosas. El Duende rodeado de pífanos y bandurrias que proclamaban su grandeza, todos agradecidos, todos comprometidos ¿Quién se atrevería después a criticarlo?.
Entró un señor ricamente ataviado. El Duende me lo presentó
- Rodelius, Caballero Letrado.
Me miró con arrogancia.
- Un placer.
Y viró la cara hacia el Duende con adoración
Salí desconcertado de la entrevista ¿Qué estaba pasando? Su efigie proliferaba por todo el país, monedas, bustos, postales, sellos de correo, toda una explosión de veneración y culto. Ya funcionaban tres Universidades con su nombre y en su nombre. En la ciudad se respiraban aires de felicidad, soldados mezclados con el pueblo, obreros felices, jóvenes alegres, banderas y consignas, había hambre, escaseaban los productos, faltaba la electricidad, pero eso era un problema transitorio, nada se logra sin sacrificios y en poco tiempo esto sería cosa del pasado. En el aeropuerto los aviones con los excautivos esperaban la orden de partida, el momento preciso para regresar y salir por fin, a través del corte de la cuchilla a la realidad. Con la destrucción de la clepsidra había sido abierto el fatídico triángulo, (eso decían los expertos) todo era cuestión de esperar, aunque algunos escépticos planteaban que sólo la verdadera felicidad podía romper el hechizo.
Mientras el Duende prometía felicidad para todos y repartía privilegios y prebendas entre sus seguidores más cercanos, repartía discursos interminables y promesas y armaba su Caballería Invencible de Señores Letrados, con su divisa del búho que paseaban las recién estrenadas armaduras por las calles de Sirte, oro, escarlata y azul, penachos de colores brillantes, altaneros, en briosos corceles ricamente enjaezados. El pueblo asombrado aplaudía el paso de la Caballería, desacostumbrado después de tanta oscuridad, a ese despliegue de colores. Todos en Sirte llevaban ahora un libro bajo el brazo, pues nadie quería parecer un iletrado, y los levantaban en alto como saludo y como símbolo de lealtad.
El sol limpio, el sol que alumbraba la tierra de Sirte, bebido con ansias por esta tierra tantos años en tinieblas, apenas podía traspasar el follaje del Bosque de los Conjuros, caminé despacio, sin apurarme.
Tenía que averiguar que había sucedido, tenía que comprender, tenía que llegar a la verdad aunque tuviera que atravesar muchos bosques como este, refugio de Angru Manyu, El Elam prometido se nos escapaba, el bosque donde quema sus alas Arisman, tinieblas y luz, bosque inabarcable, bosque que hay que vencer para encontrar la verdad, la vida.
Tinieblas, tinieblas y luz. Continuar era imprescindible, bosque lleno de voces de lo oscuro, de la voz de los Devas, Yazatas multiplicadores de fieras feroces, masiegas venenosas, en el bosque imperan aún las leyes del Sumo, no límites, no puntos cardinales, la negación de todo lo existente y yo cada vez más perdido en esta trama sin salida ¿Esto era un punto muerto? ¿La antinarración? ¿Un agujero negro? ¿Cómo escapar de tanta negrura? Eché a correr y los Devas murmuraban a mis oídos y se escuchaban cantos y toques de tambores y crepitar de llamas y caí bien adentro del bosque-no bosque, los gritos aumentaban y tropecé, está vez sin caída, esta vez sin límites ¿O era esto un límite?. La vida se escapaba en cortas ráfagas, se dividía en siete partes de unas trescientas cuarenta y nueve veces, lejos de este bosque sin clima, indefinible y fue entonces mi oscuridad, mi descenso y viví con los Arios en Aercana Vaejo y fui con Zaratustra a través del desierto y fui escriba en Egipto y Dalai Lama en Lhasa y monarca en Birmania y enemotarco en Grecia y centurión en Roma y seguí a Calvino y navegué con Colón en la Santa María y combatí contra los ingleses en la Habana, ataqué el Palacio de Invierno en 1917 en Rusia, desembarqué, aterricé, fui mil veces muerto y miles de veces nací en otras historias hasta llegar aquí a este valle frente a una muralla de setecientos metros de altura, de lajas azuladas, medio derruida por el tiempo, rocas por todos lados, rocas y profundas gargantas, luego una avenida rodeada por victorias aladas, caballos de bronce, innumerables estatuas, daba acceso al santuario.
Era lo que buscaba, aquí podía estar, sino la verdad al menos una respuesta. El santuario era guardado pro héroes, dioses y más de 4000 estatuas, sobre una terraza se alzaba el templo, una construcción dórica anfipróstila, una escalera de granito daba acceso al protyrium de donde se pasaba a la cella, en su centro el ónfalos (ombligo del mundo) punto de intersección de las águilas de Apolo. Una bella estatua de Apolo de oro y marfil, de más de 30 metros de altura, rodeada por los dioses menores del Olimpo. Además, cascos, corazas, panoplias, escudos, lanzas, ságaris, exvotos de todo el mundo.
Después llegué al Adyton, donde profetizaba la pitonisa, cubierta de vapores y torbellinos de humo. Sobre la boca del abismo levantábase un trípode de bronce de gran altura, en cuyo centro se encontraba una plataforma circular con un escabel que servía de asiento a la adivina.
De rodillas, después de ofrecer mis modestos presentes, le expuse mi preocupación a la Pito, las nubes de vapor se levantaron ahora con más furor y la Pitonisa se contorcionó y dijo con voz apenas audible:
- Viajero, un oráculo poco puede hacer ¡Oh fuego que das el conocimiento del futuro, tú eres el gran inspirador de la ciencia y el lenguaje!
El fuego creció en la antorcha de Apolo.
- ¡Oh Apolo Verbo solar!
La Pitonisa parecía morir y renacer constantemente iluminada por la sagrada luz de la antorcha y dijo con voz terrible por lo profunda, por lo poco que tenía de este mundo.
- La ilusión es la mayor fuerza que mueve a un pueblo, es fundadora de imperios y hacedora de la historia, destruir las ilusiones es catastrófico.
Hizo un largo silencio.
- Destruir la ilusión es darle muerte a los hombres, la felicidad es posible, creer no es poder pero es fe.
El fuego se extinguió en la antorcha de Apolo, un soplo etéreo me rozó la frente, oscuridad y luz, luz del sol entre las ruinas, entre los exvotos cubiertos de herrumbre, en las huellas donde antes estuvo el trípode y silencio de mármoles olvidados y saqueados una y otra vez, la voz esta vez incoherente y balbuceante.
- ¿Cuando hay un puñado de granos? ¿Cuando empieza a ser un puñado?
La cabeza me daba vueltas y volví al vértigo, al retroceso y avancé entre visiones de trirremes enzarzados en fiero combate y disparos de arcabuces y fusilería y la estatua del Rey George derribada en Nueva York y la turba reclamando libertad o muerte y trajes de dril y panamás y putas y boleros y victrolas y Sirte, la isla-barco, la isla-collage, la isla-dadá, y el bosque lleno de dudas, sombras y sigilo.
Encontré un sendero iluminado por el sol que con dificultad se abría paso entre el follaje, cuando un hombre me cerró el paso con la espada, el pánico le desfiguraba el rostro, desenvainé la espada y apenas pude parar el primer golpe.
- ¿Qué le sucede hombre?
- ¡Atrás!
Otro golpe apenas parado, tomé posición y ataqué, a los pocos minutos logré desarmarlo y el sujeto cayó de rodillas.
- Señor, máteme de una vez.
- No pretendo matarlo ¿Porqué habría de hacerlo?
- ¿Y la rama dorada? ¿Tomó usted la rama dorada?
- ¿La rama dorada?
- Soy sacerdote de Diana, pensé que usted venía por mi, fui oficial del Sumo, coronel por más datos, cuando todo acabó logré huir y refugiarme aquí en el bosque, di muerte como está previsto al anterior sacerdote de Diana, pero en mala hora, desde entonces no duermo, no vivo, no tengo un minuto de paz ¡máteme por favor! Termine de una vez.
- De ninguna manera, no quiero su vida, de los de su clase ya maté a unos cuantos en su momento, tú no eres el enemigo, ni tan siquiera un enemigo.
Le di la espalda y continué mi camino. La luz clara del sol anunciaba el fin del bosque Tenebroso, atrás quedó la figura oculta entre los árboles, risible y siniestra, espada en mano.

El hombrecito empujó el batiente de la puerta y entró en la taberna, gaifalones, arandeles, armas herrumbrosas, filigranas desvaídas, adornaban las paredes. Sobre unos estantes al fondo, cacerolas, ollas de barro, en las paredes lámparas de aceite. Embutidos, cebollas, ajos colgaban renegridos y mohosos del techo, junto a escudos, banderas y despojos guerreros. Mesas de madera casi unas sobre otras llenaban el mesón, el hombrecito se sentó y con voz aflautada llamó al tabernero, un anciano de mirada pícara y bonete rojo en su cabeza de lancelote.
La taberna estaba aún vacía, las lámparas lanzaban sus rayos de luz sobre la ropa del recién llegado, que llevaba traje de seda con borlas doradas, medias altas de algodón satinado y medias de charol. Era el poeta oficial de Sirte El magnífico bardo y eso lo sabía bien el tabernero, que se apresuró en servirle una hogaza de pan blanco y una jarra de vino.
Era el gran encuentro anual de poetas, allí se reunían los más grandes de los grandes, durante días corría el vino, el ron , la cerveza y la algazara alcanzaba niveles inusitados. El patrón era amigo de cuanto poeta había en Sirte y este era además el único evento que se celebraba más o menos fuera de los marcos oficiales.
El Duende le suministraba de todo al patrón, las mejores bebidas, los mejores embutidos, las más lindas mujeres, barricas y barricones del Ródano, tintos, blancos, mostos de manzana, rones de Arrechabala, del Caney, Havana Club, aguardientes de caña, de ciruela, de toronja, riquísimos entremeses, carne de cerdo, jabalíes, terneras, arenques, pargos, chernas, quesos, faisanes, escabeches, chicharrones de cerdo, todo de la mejor calidad, todo guardado para la ocasión, el origen de los suministros era guardado en riguroso secreto y para muchos el evento era fruto de la generosidad del patrón, que recibía los suministros por canales muy ocultos desde el exterior y del mercado sumergido nacional que florecía y se robustecía cada vez más.
Desde semanas antes empezaban a llegar al torneo, poetas, acompañantes y curiosos, se hospedaban en todos los hoteles del valle, llegaban señores en briosos corceles, seguidos de heraldos, trompeteros y bufones, los menos privilegiados, en carromatos, en mulos o a pie, plantaban tiendas en las plazas y todo se llenaba de alegría.
Reuníanse aquí los más grandes poetas, trovadores y juglares, más una enorme multitud de curiosos y seguidores.
Comenzaron a llegar los principales contendientes, entre vítores ya entraba el estruendoso Giraldo seguido de un séquito de bellas damas, José El Negro, maestro de la décima, Mario Monford, serio y adusto, el pedante Godofredo con su bandurria enjoyada, Rogelio El Gordo, Albear con ceñido traje, el Sudado, el Jesuita, Singrasa, la Castiza, el Canario, el Jilguero, el Sinsonte, toda una cohorte de gentes menos distinguida por su posición pero no por su lira.
Bellas damas, famosas en estos eventos y fuente de inspiración de los poetas, se reunían con sus abanicos y bellos tocados, con atrevidos escotes y maquillajes brillantes. Después entraba un grupo mayor de servidoras de los dioses venéreos, rollizas campesinas y delgadas jovenzuelas de ciudad, provocaban requiebros a su paso, brotaban los primeros versos y alguna que otra mano se sumergía en los escotes. Proserpinas y Cátulas, Flavias y Mesalinas, acosadas y tomadas por sorpresa en los rincones.
Y llegaban más poetas y trovadores con el símbolo de las artes y las letras en las solapas, emblema del Movimiento Letrado. El ron corría, las risas, los cantos, los versos se elevaban, al rato nada se distinguía en la mezcolanza, los hombres con los pantalones enredados en los tobillos, los miembros enhiestos, refocilándose con las jóvenes sobre las mesas ya sin ningún recato. Coplas salidas de la fatiga amorosa, burlas, quejidos, relinchos, maullidos de placer, sin faltar el amor sáfico y sodomítico, hasta el amanecer.
Al día siguiente comenzó la competencia, se sucedían uno tras otros los bardos, entre el éxtasis y los aplausos, a la noche de nuevo la orgía.
El séptimo día estaba dedicado a los grandes entre los grandes. Israel se lanzó a una difícil métrica, desfilaron imágenes angelicales, música de atrio, incienso, catedrales, aplausos. Después se sucedieron, Godofredo, Giraldo, José y los otros, hasta que llegó el turno al Magnífico Bardo, abanicó el aire con las pestañas, miró a su alrededor con aire lánguido y comenzó: Guerreros fieros, musculosos bestiales, fortalezas, mozas correntonas, perseguidas por soldados verga en mano, enormes glandes como corazón de buey, luego un héroe luminoso ante el que huyen las tinieblas, muros que caen, soldados grises que huyen, el héroe adorado por el pueblo, la paz, la felicidad, la envidia y la amenaza de los enemigos, el héroe imponente barre a los indecisos, a los cobardes, a los pusilánimes, a los traidores, el héroe derriba a la quinta columna, el pueblo es feliz, obreros vigorosos de mentón firme y mirada al futuro, campesinos robustos y sonrientes, una métrica bestial, con caireles magníficos, imágenes como encaje, imágenes tremebundas bordadas con fino hilo, buganvillas, rosas, sudor, sacrificio y el enemigo, furia, sexo desenfrenado, embriaguez, crepúsculos, amaneceres, desmayos, fuego y Tiberio en Capri con sus Sprintas y Pecerios en bacanales inauditas.
Todo el mundo quedó en suspenso, los poetas lo miraban arrobados, algunos cayeron de rodillas, estallaron los primeros vivas y aplausos, fue paseado en hombros y le pusieron la corona de laurel, le brindaron vino en copas de oro y plata, era la gloria, no tenía rival, estaba henchido de satisfacción, mareado por el éxito.
Entonces hizo su entrada al torneo Don Noble rodeado por sus compañeros, miró con disgusto el desorden, el no aprobaba esas bacanales, ese despliegue de abundancia en medio de un pueblo hambriento, por eso había llegado el último, por eso sus amigos tardaron varios días para convencerle de que asistiera, de la importancia de su participación.
El Magnífico Bardo se pavoneaba entre sus seguidores, hacía alarde de su talento y lanzaba pullas a sus rivales, se sentía inquieto por la llegada de Noble, pues conocía su calidad como poeta, pero esta vez el triunfo era suyo y se permitió algunas bromas de mal gusto a costa de sus rivales. Al Singrasa le relampaguearon los ojos, el ron, el aguardiente y la cerveza, que en mil afluentes formaban un turbión en su cerebro, se le desbordaron por los ojos, por el cuello, por los músculos tensos, espada en mano se lanzó sobre el vencedor, cayeron las mesas, en medio del caos Monford quiso detener al borracho y fue atravesado por la espada, a su vez Israel le abrió en dos la frente, de la alegría se pasó al llanto y las lamentaciones, en un charco de sangre yacía uno de los mejores amigos de Don Noble, el Caballero se arrodilló ante su amigo, todos le miraban en silencio, el Magnífico Bardo hizo un gesto de desprecio.
Noble pidió un guitarra-lira y se subió sobre una mesa frente al cadáver, la voz tronó fuerte primero, más suave después, como un murmullo, era el ritmo de la marea, las bailarinas cretences danzando frente al toro, el ritmo de la azada cavando la tierra, el lamento del indio en las minas, Isis bebiendo en el cuenco de su mano, bello rubio de virgen La luz madre mía Iacchos, la luz se apaga y quedan ellos dos, solos, una quimera azul dorada, sacerdotisas de Proserpina Que Perséfona os sea propicia y el grito Eskato bebelois ¡Fuera los profanos!. Lo que vino a continuación era algo inconcebible para el oído humano.
Noble y su amigo desnudos ante las tinieblas, dos hierofántidas los cubrieron con pieles de cervato, la sala se llenó de humo y llamaradas, multitud de seres cambiantes, un negro todo vestido de blanco sopló humo de tabaco y aguardiente sobre los cuerpos, se escuchaban tambores batá, cencerros. Perséfona sonriente Morir es renacer y el árbol de los sueños, la ceiba de bronce que clava sus raíces en la tierra y esparce sobre los hombre sus bendiciones Evohe, la luz madre mía, morir es renacer, Iacchos, la luz madre mía. Una mujer vestida de blanco se acercó a ellos, sus ojos eran del color del océano, su piel llena de sol, era negra como el azabache, olía a mar y su voz era tormenta, olas que se estrellan contra la costa, les bendijo.
En el centro del círculo formado por los participantes, entre las brumas que se dispersaban con la bendición suprema Komx Om Pax, un canastillo fue dejado en el suelo por tres hierofántidas, una doncella vestida con un hermoso traje rojo, azul y blanco, mulata, con un niño en brazos, quitó el manto que cubría la canasta y volcó su contenido, una piña, fecundidad y regeneración, una serpiente en espiral, evolución universal del alma, la caída de la materia, redención por el espíritu y el huevo, figura del hermetismo pleno, la perfección divina. Ante todos los presentes se fueron develando sus vidas anteriores desde el remoto fondo de los ancestros, para regresar al momento de la espada homicida y detener el tiempo, sujetar la espada y borrar la ira del asesino y fuera tinieblas, todos juntos abrazados, todos de rodillas divinizados, admirando al poeta de los poetas, al bardo de los bardos, sin dudas, supremo ganador del torneo. La sangre desapareció del piso, corrió de nuevo el vino, cervatos enteros fueron puestos sobre las mesas, puercos, gallinas, pavos, faisanes, aderezados con aguacates, ristras enteras de ajo, tomates, cebollas, la salsa corría por los cuerpos desnudos, se lamían.
- ¡Aguardiente!
Era el grito, aguardiente, las mozas chillaban tintas en salsa, una rubia cubierta de pulpa de mango era lamida por dos negras. Todo era jolgorio, alegría suprema por el triunfo y la resurrección. El Caballero y los suyos tomaron el diploma y la corona del premio y se marcharon mostrando de nuevo su desacuerdo a tal despilfarro de comida en medio de las necesidades del pueblo de Sirte, se marchó dispuesto a dar conocimiento al Duende sobre el caso para que tomara las medidas pertinentes.
- El Duende no lo sabe, el no se debe haber enterado, si él lo supiera seguro q ue ya hubiera tomado medidas.
Sólo uno despidió lleno de odio al Caballero. El poeta oficial de Sirte, fiel servidor en otros tiempos del Sumo, se bebió de un golpe la copa de vino, atravesó entre los cuerpos desnudos y se fue dando un portazo entre terribles juramentos, mientras lloraba a lágrima viva.

LA VERDAD
Decide grupo de exprisioneros del Sumo quedarse en el país
Un importante grupo de exprisioneros del régimen anterior, decidió por su propia voluntad quedarse en Sirte, dado el ambiente inigualable de libertades que reina en el país. El grupo es encabezado por el poeta Svavo....
...condiciones magnéticas interfieren en el corte de la cuchilla...celebradas conversaciones con el resto de los excautivos en un ambiente constructivo...
....un grupo de mujeres famosas...atrapadas en el triángulo...fueron el principal apoyo de Svavo...firmaron documento de apoyo al Máximo Líder..
Diotimia
Lilith
Eva
Isis
Hera
Alcmene
Demeter
Core
Afrodita
Eris
Las Moiras
Circe
Medea
Antígona
Casandra
Safo
Olimpia
Estatira
Sisigambis
Cleopatra
Hipatia
Dalila
Isolda
Eloisa
Catalina
Isabel I
Cristina de Suecia
Malinche
Teresa de Jesús
Virginia Woolf
Djuna Barnes.
Isadora Duncan
Simone de Beauvoir
María Magdalena
La Macorina.
La Dama Azul
Lola Flores
Sor Juana Inés de la Cruz.
El sol calcinaba las calles de la ciudad, la isla errante detenida en el trópico., a la vista de la Gran Pirámide, sufría los embates del verano, los vendedores en la plaza se ocultaban bajo los toldos, apenas se escuchaban sus pregones.
Sandalias, collares, pinturas, tamales, boniatillos, cintos de cuero, tallas en madera, San Lázaros fosforescentes, pulsos, aretes, batidos de mamey, pizzas, cubiertos por un enjambre infernal de moscas, los escasos transeúntes corrían a refugiarse en los portales tratando de capturar un poco del aire salitroso que llegaba a duras penas de la bahía, caliente, nauseabundo, cargado de hidrocarburos y sabe Dios cuantas cosas.
En el centro de la ciudad, en el Palacio de Gobierno, conversaban sentados en sendos butacones, el Duende y el Magnífico Bardo.
- El triunfo de Don Noble es noticia en todo el país, su fama, ya de por sí enorme, alcanza caracteres inmortales, sería tremenda tontería matarle.
- Si lo se Ínclito, pero es insufrible verlo pavonearse por la ciudad. Además piense usted, por ahora dicen ser fieles, Noble, Aguinaldo, el Escritor, ellos arrastran un porciento grande de simpatías en el pueblo ¿Qué sucedería si deciden oponerse a sus planes? ¿Acaso no son ellos y sus seguidores los únicos que se atreven a contradecirlo?. Además ya jugaron su papel ¿No? Usted esta predestinado por su inteligencia y valor a gobernar nuestra nación, la gente como ellos valen cuando se les necesita, cuando hacen falta héroes. Cuando el momento es de sacrificios aparecen y se les utiliza, después hay que deshacerse de ellos para volver a la realidad, sino ya encontraran algo a que oponerse, ya encontrarán la manera de seguir adarga al hombro sobre los huesos de algún Rocinante.? Ya intentó comprarlos?
- ¡Ah! son incorruptibles.
- Perdone señor pero no le creo, a Noble le gusta la Gloria, Aguinaldo el poder y las mujeres, al Escritor ¿Qué decir? El pondrá lo que quiera, pero todos sabemos a lo que aspira un escritor. Don Luis es el lado más débil de ese trío.
Svavo convertido de la noche a la mañana en uno de los hombre de confianza y consejero cultural del Duende, escuchaba escondido tras las cortinas, no sin satisfacción, ese diálogo, el también odiaba a ese trío, principalmente a Don Noble, contemplaba los gestos ampulosos del hombrecillo, admiraba a su amigo de juergas y confidencias y le debía mucho de su éxito cerca del Duende, ayuda por ayuda el contribuyó a destruir la unidad de los ex- cautivos que exigían el regreso a sus países, la situación se había puesto muy complicada, al hombrecillo se le había ocurrido que sería un gran golpe político que los expresos se quedaran en el país declarando sentirse en Sirte como en ningún lugar del mundo, Sirte era el lugar de la felicidad para todo el género humano y ¿Quién querría irse del país más feliz del mundo? El grupo se dividió en dos, de un lado Yuri Gagarin, el ex cosmonauta soviético, quien le acusaba de ser agente de la KGB y del otro su Comité pro residencia en Sirte, que al final triunfó gracias a sus mañas, con beneplácito del hombrecillo y del Duende.
Svavo admiraba al magnífico Bardo, en cierta forma competía con él en alabar al Jefe. Ya el hombrecillo se retiraba y él daría el golpe final.
El Duende abrió su piano y él hizo su entrada.
- Su excelencia, perdone.
- ¿Qué se le ofrece mi querido poeta?
- Ínclito
Bajó la vista un instante y luego la subió bruscamente y la clavó en los ojos del Duende.
- Según sus sabias orientaciones, en 6 meses se celebraran las elecciones para la presidencia y el parlamento del país.
- Continua.
El Duende le miraba intrigado, conocía a su consejero, algo importante se tría entre manos.
- Señor es una noticia desagradable.
- ¡Suéltala ya hombre!
Puso cara de constricción.
- Señor le ruego que sea benévolo. Se trata de Don Noble, he tenido noticias y usted sabe que fieles son mis fuentes, de que Noble piensa separarse del Movimiento Letrado y presentar su candidatura por el partido Demócrata Cristiano, lo que significa que será su rival, usted sabe el apoyo con que cuenta el Caballero en amplios sectores populares y...
La mentira aleteó ante los ojos del Duende, aleteó y se posó en su hombro y le picoteó el tímpano, demócrata, demócrata, con sonido como de cañería rota.
El Duende se puso de pie de un salto.
- No me quiere el muy bastardo. ¿Así que el malagradecido no quiere a su jefe? ¡ya verá!, lo sabía, lo sabía, no se puede confiar en los soñadores, en los perfectos, ¡puaf!.
Svavo reía por lo bajo un empujoncito más y todo estará hecho. Ah Bardo, tú y yo llegaremos lejos.
- ¿Señor para que quiere usted celebrar elecciones? Los hombres cultos de Sirte le aclaman, el pueblo lo adora y no quiere más gobernante que usted, usted es su legítimo representante, usted es el único que puede conducir al Sirte por el camino de la soberanía nacional y el desarrollo, usted y su sabia dirección, usted e s el único que puede preservar al país de la amenaza del Imperio del Mal que quiere destruirnos, el país hará lo que usted diga.
El Imperio del Mal, pensó el Duende y sonrió ante la oportuna idea de su consejero, una amenaza externa, Svavo acababa de darle la clave.
- Svavo, mande a venir a Don Luis a las cinco, reúna al consejo a cuatro.



















LA VERDAD
Importantes acuerdos en reunión extraordinaria.
¡Decretan la felicidad para toda la nación!
En reunión extraordinaria celebrada en horas de la tarde de ayer se decidió por unanimidad cambiar el nombre a nuestro Movimiento que se llamará de ahora en lo adelante Partido Único del Pueblo Letrado.
Ratificado el Duende como Secretario General
NOTA EDITORIAL
Teniendo en cuenta la cambiante e inestable situación internacional, la cada vez más amenazante actitud del Imperio del Mal resuelto a poner fin a nuestra Revolución Letrada, teniendo en cuanta la opinión general del pueblo, dado el estado actual de orden y bienestar en que vive nuestra patria, se acordó en reunión extraordinaria del partido Único del Pueblo Letrado suspender las elecciones por tiempo indefinido, hasta nuevo aviso. En la histórica reunión se tomaron los siguientes acuerdos:
1. Suspendidas las elecciones
2. Queda instaurada la dictadura del Pueblo Letrado.
3. Suspendidos los partidos políticos hasta nuevo aviso.
4. De cada cual según su capacidad y a cada cual según su fidelidad.
5. Queda decretada la felicidad para toda la nación
En horas de la noche de ayer fue ascendido al grado de Comandante, nombrado jefe del Departamento de Seguridad Interna y nombrado Alto Caballero Letrado, el excelso servidor del pueblo d Sirte Don Luis Aguinaldo de Podicis, Caballero de Culis Monumentalibus, en la brillante ceremonia.....
Frank llegó al aeropuerto de Santa María entre mandolinas, guitarras, tambores y rumberas. La terminal estallaba en los recibimientos y languidecía en las despedidas, esta área siempre estaba vacía.
Subió a la terraza de la terminal aérea, contempló emocionado las luces de la ciudad que abandonaría al fin, después de tantos años, después de todo no fue en vano la prisión, en su maleta llevaba una valiosa información etnográfica sobre Sirte y sus habitantes, obra que él consideraba de un extraordinario valor científico.
Años y años prisionero en este triángulo de la irrealidad, en este agujero d la historia. Era febrero de 1944 el submarino alemán Erne se acercaba a las aguas del Caribe en misión de exploración. Frank Muller, oficial de Reich y etnólogo, los acompañaba, su tarea terminar la investigación Resistencia de la razas negroides- lipoideas al mar. Todo marcha bien, según el plan, sol radiante, mar tranquila, tripulación entusiasta y heroica.
El submarino navegaba en la superficie, los oficiales tomaban el sol, a las 11 y 30 minutos, cuando se preparaban para almorzar, los relojes enloquecieron, la brújula giraba en todas direcciones, los equipos daban datos imposible de creer, perdieron el control de la nave y luego vino el miedo, el pánico, luego el silencio y el submarino en la playa, encallado en la arena, y Frank sólo en la playa, rodeado de aeronaves y barcos de todas las épocas, dirigibles, aerostatos, barcos fantasmales, aviones, sin tripulantes, medio hundidos en la arena, entre los matorrales y los mangles. Frank trató de buscar una salida sin lograrlo, parecía extenderse hasta el infinito el cementerio de naves, imposibilitado de escapar, prisionero para siempre de la clepsidra el Sumo camaleón dueño de Sirte.
Entonces vino lo absoluto, lo eterno en las canteras de sueño, vaciando y llenando agujeros, piedra a piedra, Frank Muller, ario puro, no perdió su tiempo, su entrenado ojo científico se dedicó a observar todo y escribir, hizo lo que creyó el análisis más completo de la raza habitante de la Isla Seres de poca estatura, generalmente gruesos, grasientos, dados a la alegría más absurda, incapaces de reflexión y de pensamiento profundo.
El triunfo del Duende le llenó de perplejidad, en un inicio creyó que se trataba de soldados del Reich que venían a rescatarlo, pero descubrió con una mezcla de desconsuelo consuelo, consuelo por su libertad, desconsuelo porque eran esos mismos seres amorfos, sus libertadores.
Vino la esperanza del regreso y luego la lucha contra la facción que quería quedarse en Sirte, parecía imposible escapar del país triángulo. Ahora en la terraza, casi a las puertas de su libertad definitiva pensaba Alemania sigue siendo un gran país y fue a chequear su pasaporte. El oficial de inmigración lo miró con desconfianza, revisó una y otra vez el pasaporte.
- ¿Por que quiere irse? ¿No se siente feliz? ¿Acaso no es Sirte el mejor de los países del mundo?
- Si pero soy alemán y quiero regresar a mi patria, buscar a mis familiares, a mis amigos.
El oficial hizo un gesto d enorme extrañeza, dirigiéndose a su compañero dijo
- ¿Quién quiere huir de Sirte?
El otro oficial dijo a Frank, severamente.
- ¿Por qué quiere huir?
- Yo no huyo, yo regreso, ya le dije que soy alemán
Respondió altanero.
- Iletrado decadente
Dijo por lo bajo el oficial mientras le revisaba el equipaje. Ya estaba en la escalerilla del avión cuando se apagó la luz. Oscuridad absoluta un fuerte viento comenzó a soplar, olor a salitre a mar. Frank apretó la maleta contra su pecho, su trabajo, el trabajo de tantos años, tenía que salvarlo. Algo lo golpeó y perdió el conocimiento.
Despertó en una playa de noche, hacía frío, el reloj marcaba las 11 y 30 ¿De la mañana? ¿De la noche? Dos sombras le llamaron en la oscuridad.
- Apúrese, vamos ¿qué espera?
- ¡Vamos! ¡vamos!
Frank los siguió sin hacer preguntas, subieron a una extraña embarcación. Las manos le sangraban, los remos pesaban, pero había que huir, huir hacia la libertad. El no sabía si era la libertad lo que esperaba al final del viaje, ni sabía ya que es la libertad, al final de ese mar infinito, lleno de tiburones y espectros, lleno de llamadas y luces, lleno de trotes de caballos y visiones de futuro. Llevaban varios días en el mar y ellos no hablaban más que de la costa fantástica a donde arribarían algún día. Así pasaron los días y los meses y los años y vieron el corazón del océano palpitar con la llegada de los ahogados y vieron la sombra de la isla moverse con las olas y vieron la fuente por donde brota el alma del mundo, vieron muchas cosas en esos años y se enriqueció la historia de Frank. Al fin un día decidió coger los cientos de pliegos de su trabajo, enrollarlos, introducirlos dentro de una botella que cerró con cuidado y encomendándosela a Dios, la arrojó al mar.







LA VERDAD ABSOLUTA
Importante resolución del Consejo Supremo del Partido Único Del Pueblo Letrado.
En uso de las facultades que me han sido conferidas...
Decreto:
Primero: la Capital de Sirte será rebautizada con el nombre de Ciudad Feliz....
Segundo: Nuestro órgano de prensa La VERDAD, periódico del Partido, voz del pueblo de Sirte, pasará a llamarse LA VERDAD ABSOLUTA...
Atentamente
YO,
EL DUENDE

Fragmento de la obra del célebre profesor alemán Frank Muller, hallados en una botella, que su importancia decidimos publicar en este diario, en honor al conocido etnógrafo. Rogamos nos disculpen por la calidad del material, bastante deteriorado por los efectos del mar
(...) Seres gruesos de poca estatura, grasientos (...) pueden ser incluidos dentro de la raza negra, en la familia negroide lipoidea, clase (...) escasos de inteligencia, violentos, poco reflexivos, poco dados al trabajo, el estudio y el pensamiento abstracto (...) mezcla de razas (...) pueden ser clasificados para su estudio en las siguientes subclases o grupos
Albarazado Jabao (...)
Albino Pinto Caribe
Barcino Atigrado Bicolor
Cambujo Leonado Gatuno
(...) Lunarejo (...)
Mulato Saltatrás Chino-negro
Castizo Blanco Blanconazo
Chino Negro Caribemix
Bolo Zambo (...)
Cholo Cuarterón Capirro
Galfarro Grifo Caprino
Harnizo Caltifo Rubio
Lobo Chino-mulato Albino-capirro
Morisco Moro Jabao-capirro
Tornatrás Rojo Mulato-rubio
(....)Nombres comunes de fácil entendimiento para los estudiosos y pueblo alemán en general(...) útil para soldados y colonos(...) en esta parte del mundo por civilizar(...)no son trabajadores ni inteligentes (...) estadio inferior de desarrollo (...) 50% de población blanca aria (...) en unos años convertirían en un paraíso (...)
Fue imposible esclarecer lo que decía la última parte del trabajo sobre las razas y grupos de la Isla de Sirte por lo deteriorado del material, no obstante creemos que lo presentado ante ustedes es suficiente para darnos cuenta de lo que piensan nuestros enemigos del pueblo de Sirte, comprender que destino nos espera, si nuestra victoriosa Revolución Letrada, conducida por nuestro preclaro Líder, es derrotada.
En próximos números según se puedan salvar otras partes del material se lo ofreceremos a nuestros cultos lectores, se hará todo lo posible para que el pueblo letrado de Sirte conozca la mayor parte del material, prestigiosos técnicos de todo el país trabajan en ese empeño.

La mañana amaneció nublada, cortas ráfagas de aire silbaban en los acantilados, este era mi lugar preferido, las rocas al norte de la ciudad, un pequeño rincón a donde no había llegado el malecón del Duende, aquí se apreciaba todavía el corte de la cuchilla dado por el Sumo, a pesar de la acción de las olas, aún en algunos lugares sangraban las rocas, durante un tiempo este fue sitio de peregrinación de ulcerosos, leprosos, inválidos y tullidos, que venían a aliviar sus dolencias bebiendo la sangre de Sirte. Hoy ya no venía nadie.
Las paredes lisas eran atacadas por el oleaje, que en unos pocos años más haría desaparecer todo vestigio de la acción del Sumo, aquí en el saliente podía leerse la escritura dejada por todos los mares del mundo. Se encontraban algas, crustáceos y restos de peces de todo el planeta.
En las cuevas horadadas en la piedra se respiraba el aire del Mediterráneo, del Indico, del mar de Japón, del Golfo Pérsico, del Mar Rojo, del Pacífico, se escuchaba el eco de cientos de idiomas y dialectos, música, danza, risas. Esta era la punta de Sirte, su extremo más al norte, ahora el sol se abría paso entre las nubes y dibujaba la sombra de un pájaro cual mascarón de proa.
Aquí descansaba siempre, lugar de meditación, el lugar idóneo para los sofismas, las dudas. ¿Qué somos? ¿Una isla? ¿El Arca de Noé? ¿El ombligo del mundo o sólo una insignificante isla- barco a la deriva?
El mar se embraveció, un crujido pavoroso me detuvo la respiración, un ruido de amarras, de madera que se rompe, el mar golpeó con furia la proa, sentí un ligero balanceo y perdí pie, creí escuchar un grito ¡MARINEROS A CUBIERTA! Luego un sonido de arena en el fondo y otra vez la calma y el sol implacable que lo devora todo.

TERCERA PARTE.

LA FELICIDAD ABSOLUTA


Sólo uno busca el paraíso, todos los demás
huyen del infierno.
Abel Posse
En una bella tarde de flores, redobles y trompetas, arribaba a la estación de Ciudad Feliz, Aguinaldo de Podicis, relumbrante de botonaduras doradas, mofletudo y altanero, Aguinaldo Caballero de Culis Monumentálibus, Malleus Maleficarum, rezaba la divisa de su escudo, un ojos avizor sobre campo amarillo, un ojo escudriñador y frío.
Bajó al andén cubierto por una capa, la guardia presentó armas y el se deslizó lleno de orgullo por la alfombra que dos guardias adornados con caperuzas y canesúes desenrollaban a su paso. Terminó el himno y los instrumento de viento, liderados por las trompetas, resoplaron furiosos un aire de moda, un grupo de muchachas militantes de la Juventud Única, arrojaba jazmines.
El líder de las trompetas sopló con vigor y Margarite se llevó la mano derecha al pubis y la izquierda a la frente, un do-bemol resbaladizo y erotizante le subió por las piernas, el resto de las jovencitas lanzó un grito de pavor, precedido por un gemido de placer. El do penetraba convulso y el trompeta –roja la cara- trataba de separar su dedo de la nota, pero el do-bemol penetraba a la muchacha, serpiente de muchas cabezas que se retorcían en los adoquines.
El trompeta cayó desvanecido en medio de convulsiones, morado por el esfuerzo. Margarite yacía pálida, ojerosa, un rictus de placer en los labios, manchado su albo uniforme de escarlata.
- ¡Viva Margarite!- gritaba el pueblo.
- Preñada por la gracia de Dios
- ¡Viva Margarite, a quien un solo de trompeta le ha unido el útero con el ano!
- ¡Hurraaaaaa!
Al trompeta hubo que llevárselo en una improvisada parihuela, primero todos habían corrido a ayudar a la pobre Margarite, a la que el vientre le crecía por momentos. Él mientras tanto, yacía exánime, cuando atrajo la atención de la multitud algo que crecía entre sus piernas.
- Un falo-roble-enhiesto
- Un suprafalo
- Un ceiba
- Un mástil
- Una cúpula árabe
- Un minarete.
- Un faro
- Un reactor nuclear.
- Hay mamuchka –gritaban unos hombre rubios.
- ¡Mamuchka, mamuchka!, ¡Baikonur!
Mientras el poste falo cohete crecía y varios sodomitas y soldados corrieron a abrazarse al prodigio y libraban una dura batalla con un grupo de exprisioneros del Sumo que veían en el cohete una vía para escapar al fin de la Isla, a los excautivos se unió un grupo de escolares descontentos y la situación se complicaba por momentos, cada vez llegaban más y más personas deseosas, por diversa razones, de treparse en el cohete.
Intervino la guardia y no sin poco esfuerzo lograron trasladar al trompeta a lugar seguro y se restableció la calma.
Aguinaldo de Podicis partió a su mansión, precedido de su escolta y los restos de la banda de música. La residencia de Aguinaldo era un bello palacete rodeado de verjas españolas ricamente labradas, jardines con puentes, estatuas de mármol. Vírgenes desnudas perseguidas por sátiros, la fachada estilo plateresco.
Podicis condujo a Margarite en brazos por los salones hasta su aposento, adornos de todas las épocas y estilos, cuadros de un narcisismo enfermizo, cubrían las paredes, bellos aguinaldos en todas las poses, aguinaldos galanes, aguinaldos guerreros, espejos de todas las clases y estilos.
El vientre de Margarite crecía y la joven sollozaba. Podicis la costó en la cama y la desnudó, la vulva de la muchacha respiraba con estertores de animal herido, era una preciosa vulva rosada, que solo era afeada por la rajadura que la unía con el ano. Empezó a sangrar, el sexo de la muchacha se abrió convirtiéndose en un agujero insondable. Podicis, hombre valeroso tembló, en ese agujero podía estar la verdad de todas las cosas o la mentira, todo o nada.
Las manos de la mujer apretaron las sábanas, el hueco se ensanchó, Podicis creyó vislumbrar las llamas del infierno, el agujero comenzó a cambiar de forma, ora un cuadrado, un rectángulo, un pentágono, un triángulo. Era un gigantesco caleidoscopio. Margarite comenzó a gritar, el agujero era ahora un círculo perfecto, palpitaba, sístole, diástole, sístole, diástole, todo se hizo ingrávido, Podicis flotaba cerca del techo de la habitación desprovisto de peso, lo mismo era atraído al agujero que expulsado a los confines del cuarto - Es la antimateria, un agujero negro - sollozó, ya veía perdido, trasladado a cualquier cosmos, a la incógnita, a los misterios de la creación, ya se veía convertido en un universo nuevo cuando su mísero cuerpo estallara, pero todo se detuvo de golpe y cayó al suelo y la vulva volvió a ser sólo una vulva desgarrada hasta el ano, una vulva de mujer a punto de parir.
¿Qué puede parir una muchacha preñada por un do-bemol?
- Un monstruo
- Una isla
- Una idea
- Un Mesías
- Un continente
- Un genio
- Una nueva raza
- Un niño común y corriente.
Margarite clamó al Duende
Podicis rezó un Ave María
Margarite se apretó el vientre con las manos
Podicis clamo ¡hay Dios mío!
Margarite gritaba
Podicis pedía en nombre del señor
Podicis de rodilla ante la vulva abierta, se estruja las manos. Algo rodó al suelo y se ocultó bajo el armario, algo viscoso, indefinible.
- ¿Qué será?
Podicis pensó en algo absoluto y dijo
- Amen
Aquello comenzó a arañar la madera bajo el armario. Podicis se agachó, un enrome ojo incoloro lo miró con algo muy lejano al cariño, muy próximo al odio, pegado a la indiferencia, una mirada más que fría. A Podicis se le formaron dos carámbanos en la comisura de los labios. La cosa dijo
- Papá
Podicis dijo
- Amen
A los quince días se celebró en la catedral de Ciudad Feliz, precedida de grandiosos festejos, la boda entre Aguinaldo de Podicis Caballero de Culis Monumentalibus y Margarite, preñada en una tarde gloriosa, por un do-bemol de trompeta.

Para acudir a la reunión de Don Noble tuve que atravesar por innumerables medidas de seguridad. El gran Comandante rebelde estaba en desgracia, era jefe de un ejército fantasma, no asistía a las reuniones del gobierno ni era invitado, no era miembro de Partido Único del Pueblo Letrado, general sin soldados, político sin tribuna, poeta sin palestra, condenado al silencio absoluto. Todo esto, su amor propio herido, su sentido de la justicia, la situación del país, llevó al héroe a replantearse el problema.
Comenzó a preparar la revuelta, Pronto aparecieron los hijos de papá prestos a la aventura, los obreros descontentos, los lumpen y pillos de toda laya, ambiciosos dispuestos a sacar el mejor partido posible de la revuelta, campesinos descontentos con la colectivización, estudiantes, artistas, ex burgueses, ex simpatizantes del Sumo, pequeños propietarios ambiciosos y toda la claque humana que siempre aparece en momentos de conmoción, sin ideología, ni convicción firme, arrastrados por los discursos de los oradores.
Noble los recibió a todos por igual, gran general pero ingenuo político, creyó en la oratoria fantasmal, se dejó cautivar por los discursos altisonantes de los retóricos, por el efímero entusiasmo de la claque. Mientras sus hombres hacían discursos, Sirte se llenaba de estatuas, consignas y banderas.
El lugar de la reunión era pedregoso, de escasos arbustos, ruinas de los antiguos habitantes del país crecían como lunares por todas partes. Estaban reunidos y eran sombras, sólo sombras excluidas de su realidad por las piedras antiguas. Noble corrió a saludarme, estaba radiante, todos estaban sentados en círculo alrededor de los oradores, sentados bajo la luz de una luna que comenzaba a salir. Los discursos se sucedían y los corazones se inflamaban, aquellos hombres eran fuego y me contagiaron con su entusiasmo.
Siempre recordaré aquella reunión entre las viejas ruinas, alumbrados por la luna, aquel Don Noble rejuvenecido por el ardor de la lucha, por la pasión, nadie podía prever lo que se avecinaba. En los días que siguieron se unieron más y más personas, salieron en marchas y mítines para la calle y el Duende tembló. En todos los lugares se hablaba de revueltas, de revolución, de lucha. ¡Traición! Clamaban la radio y la tv, bullían los sótanos, las escuelas, los talleres, los parques, se hablaba de cambios, de democracia, de libertad, los obreros y los estudiantes estaban descontentos y se organizaban.
Un día al salir de la redacción, me sumé a un mitin, ¡Reformas! Clamaba un escolar que pensaba que las reformas eran más dulces y más baratos, ¡Reformas! gritaba un empleado que quería que le aumentaran el sueldo, ¡Reformas! Gritaba un grupo de estudiantes contentos de no estar en clases: la policía arremetió contra la manifestación y todos se dispersaron.
En aquella reunión entre las ruinas, no se podía entrever otro futuro que el futuro luminoso de los que piensan cambiar el mundo. Don Noble era un héroe antiguo arrebatado por la pasión. Al terminar hablamos de las viejas cosas y de las nuevas que vendrían.
- ¿Qué les darás? ¿Un nuevo Sumo? ¿Un nuevo Duende? ¿Qué les ofreces?
- No, no esta vez será distinto.
Eso mismo dijo el Duende, pensé, pero no se lo dije, en el fondo tenía la esperanza de que fuera cierto, caminábamos entre las piedras y escuchaba sus proyectos, no podía menos que simpatizar con ellos, pero ¿Qué haría Noble mañana, con toda su nobleza y la gloria y el poder puestos en una misma balanza?
- Este pueblo noble y sufrido merece la felicidad.
- ¿Cómo?
- ¿Cómo que como? La verdad los hará libres y la libertad es felicidad. Ahora vivimos en la mentira y la infelicidad construiremos una nación en que el culto a la verdad y la libertad sea el único dogma.
No se porque pensé en Robespierre y los jacobinos. Cuando regresaba un fuerte estremecimiento de la tierra me lanzó al suelo, los árboles temblaron y el suelo se encabritó, recordé la proa levantada de la isla y la furia del oleaje, el ruido de las amarras, pronto todo se calmó, quedó el lamento de las piedras y un silbido quejumbroso en el suelo, la sensación de movimiento, de balanceo. Sirte emprendía de nuevo la marcha y sentí la brisa en la frente.
En los días que siguieron las cosas se complicaron y comencé a entender la profecía de la pitonisa. Los rebeldes pasaron a la acción, aumentaron los crímenes y las detenciones, el ejército ocupó la ciudad, la felicidad del Duende estaba en peligro, la opinión se inclinaba ora al proyecto del Duende ora a las promesas de Noble.
De los grupos más radicales, Noble creó una fuerza incapturable, para sembrar el terror y mover a los indecisos a tomar partido, ponían bombas, mataban policías, emboscaban patrullas militares, luego desaparecían sin dejar huellas.
El Duende alquiló mercenarios entre los ex cautivos, armados hasta los dientes recorrían la ciudad, rusos armados con hachas, mogoles a caballo con sus temidos arcos, alanos, magiares, siux, eslavos de largas espadas y escudos redondos, transilvanos, chinos, españoles, mau mau, samurais japoneses, guardias rojos, marinos de todas las banderas, Caballeros de la orden de Calatrava, casacas rojas, cabos UMAP, soldados polacos, franceses, rusos liberados del triángulo y ahora bajo las órdenes del Duende.
Se realizaban registros constantes, detenciones, se ofrecían recompensas, se publicaban bandos, se hacían discursos sobre el futuro de Sirte, sobre la felicidad que el Duende forjaba para todos, un futuro de hombres cultos, letrados, de artistas. La felicidad absoluta está en la cultura, mientras más culto es un pueblo más feliz es, la muerte de la incultura es la felicidad.
Y el país se llenaba de consignas, de estatuas, de soldados con el símbolo de las artes y las letras en las armas.

Margarite abrió los ventanales del salón, la luz iluminó la última pared y dejó al descubierto el óleo de Uccello Paráfrasis de una batalla de San Romano de Paolo, ovos, trompos multicolores, lanzas fálicas, caballos en extrañas poses. El salón estaba lleno hasta la incomodidad de cuadros, cortinas y muebles.
Desde el amanecer Margarite bajaba al salón a pasar la mañana, su hijo iba de mueble en mueble, de cuadro en cuadro y clavaba su ojo incoloro en cada resquicio, se pasaba horas frente a la Conversación o frente a La muerte de Sócrates. Aguinaldo, orgulloso, comentaba el hecho a sus amigos y acudían todos a ver su recorrido por el salón, nervioso, rodaba en una u otra dirección con su ojo fijo en los óleos.
La conducta del recién nacido era extravagante, se escondía bajo el armario, se negaba a probar los alimentos que con extremo cariño Margarite trataba de darle, los pechos de la madre reventaban de leche pero el pequeño no aceptaba ese alimento. Una tarde descubrió que su hijo, nada más entraba una mosca u otro insecto, se ponía inmediatamente en movimiento, trazaba extrañas figuras geométricas en torno al intruso que no sospechaba nada de esa masa silenciosa y zas lo atrapaba.
El padre se divertía soltando pequeños roedores en el salón y el final era el mismo, los eliminaba sin que la víctima sospechara nada. Poco a poco lo fue soltando por toda la propiedad, le amplió su coto de caza a todo el edificio, al patio, a los jardines, cada vez sus movimientos eran más rápidos, más precisos. En pocos días el edificio y sus alrededores, quedaron limpios de intrusos. Los criados huían aterrorizados de aquella cosa que los miraba fijo y los perseguía por todas partes.
El hijo de Margarite seguía creciendo por días, una noche un alarido de dolor despertó a todos en la casa, uno de los perros estaba tendido en la escalera, muerto, sin la mitad del cuerpo, el corte era limpio, perfecto, no había ni unja gota de sangre en el lugar, como si siempre hubiera sido un medio perro. Al día siguiente desaparecieron los galgos, después los gatos de Margarite, después el ama de llaves, como si nunca hubieran existido. Aguinaldo pasaba del miedo a la satisfacción, su hijo era infalible, un pequeño error que importaba, sabía corregirlo rápido, una idea, aún no definida le daba vueltas.
En el curso de unos pocos días desaparecieron todos los criados, el chofer, los jardineros, el cartero, dos soldados de la guardia personal de Podicis. Aguinaldo se entretenía con su hijo, el salón era su centro de reuniones, ahí Podicis pasaba horas con su hijo, ahí disfrutaba de sus cacerías, admirado por la eficacia de aquel ser, era realmente infalible. Aguinaldo Gordo y sonrosado, Margarite inadvertida y fantasmal, hija menor de una de las familias más antiguas del país, descendiente de negreros y colonizadores, sangre venida a menos por la modorra de la inacción y el calor. El viejo caserón de la familia se desmoronaba junto a la antigua plaza del puerto, convertido en cuartería, en habitáculo de decenas de familias, podrido por la humedad, la roña y el abandono de más de un siglo. Entre tiñosas, salitre, sueño, revoluciones, malas jugadas y olvido se perdió el apellido que ya nadie recordaba, ni siquiera Margarite, que era sólo eso, Margarite y nada más, la esposa de Aguinaldo de Podicis.
Un mañana, Margarite descubrió que en el óleo de Uccello faltaban los caballos, lanzó un grito que hizo bajar a Podicis. Revisaron el resto y el daño era terrible, faltaba Sócrates y la Conversación era un lienzo incólume, en todos los cuadros faltaba algo, las figuras habían desaparecido limpiamente, como si nunca hubieran existido.
Lo que hasta entonces había sido sólo una idea sin fundamento, un sueño para Aguinaldo, comenzó a tomar cuerpo, se fue convirtiendo poco a poco en un plan. El Duende tenía miedo, los golpes de Noble lo ponían en serias dificultades, su prédica no contaba aún con el apoyo necesario, pero sus golpes eran cada vez más efectivos y Aguinaldo no lograba detener a su antiguo amigo y compañero de armas. Todo estaba en juego, incluso su vida y ahora en bendito hijo ponía en sus manos la llave del triunfo.
Su hijo lo acompañó a los cuarteles, a las unidades de policía, a los campos de prisioneros, comenzó a entrenarlo meticulosamente, los mejores instructores fueron puestos a su disposición. Lograron rápidos avances, en los campos se acabaron las fugas, era eficiente, muy eficiente, Aguinaldo se sintió un elegido, un predestinado y redobló los esfuerzos, las expectativas fueron superadas a un grado imposible de concebir para la mente humana. Su hijo era perfecto, inimaginable, absoluto, era lo que nunca había existido.

El Duende sentado sólo en su auditórium se mesaba la barba, estaba seriamente preocupado Ese maldito Caballero lo iba a echar todo a perder, tanto esfuerzo por nada, la situación es realmente difícil ¿Qué hacer?.
El lugar era como una especie de teatro, donde el acostumbraba a reunir a su Consejo Supremo del Partido Único, lo presidía una mesa larga, toda de formica blanca, con doce sillas, ahí se sentaba él al centro, Svavo y el magnífico Bardo a su izquierda y derecha, Aguinaldo de Podicis y algunos de sus ministros, frente a la mesa principal y un poco más abajo, varias hileras de mesas de formica roja, erizadas de micrófonos y en cada mesa un botón para pedir la palabra, que al ser apretado se encendía en un tablero frente a Svavo, que concedía la palabra luego de la aprobación del Duende.
Detrás de la mesa principal, en una enorme tela, se representaba al Duende entrando victorioso en el Castillo del Sumo, unos soldados huyen despavoridos, un oficial pide clemencia bajo la espada del Duende, en los laterales, consignas, consignas y más consignas, llamados a enfrentar la amenaza exterior e interior, llamados a la unidad contra la quinta columna, dirigida por El Caballero traidor, al servicio del Imperio del Mal, etc, etc, etc.
El Duende se mesaba la barba, una larga barba verde que ya casi le llagaba a las rodillas, se estrujaba los dedos desesperado, se golpeaba los muslos, caminaba de un lado al otro del auditórium. ¡Maldito Caballero! Tenían razón mis consejeros debía haberlo eliminado hace mucho tiempo. De pronto tuvo una idea, una de sus geniales ideas, se le iluminó la cara ¡Claro! Apretó un botón y ordenó a su chambelán que avisase urgentemente a Svavo al Magnífico y a Aguinaldo.
El Duende recibió eufórico a sus edecanes, Aguinaldo no estaba en su casa, ni en su oficina, dio la orden de que lo localizaran y lo trajeran inmediatamente.
- Señores, se me ha ocurrida una idea salvadora.
Svavo y el Magnífico hicieron una reverencia al Duende y a una orden suya se sentaron frente a él.
- Vamos a organizar una gran marcha, que recorra de un lado a otro el país, arrancaremos en la punta de occidente y terminaremos en el cabo del oriente, organizaremos una gran marcha. La marcha más grande de la historia, estremecerá al país hasta en sus más escondidos rincones, movilizaremos a todo el pueblo letrado.
- ¿Y cómo atraemos a la gente? La situación es bien compleja
Eso dijo Svavo pero para sus adentros, pensó, como está la cosa es posible que vallan cuatro gatos al desfile.
- Hay que crear un motivo, algo que conmueva, que electrice a las personas, que las una en torno a nosotros, no va ha ser difícil el pueblo me ama. Algo que deje sin alternativas, que obligue a la gente a definirse, tomar partido, que nos les quede otra disyuntiva que seguirnos
- Si señor, algunos se han dejado atraer por las mentiras del Caballerito ese, pero el pueblo de Sirte le ama.
- Benemérito, hay que desatar una gran campaña de difamación en torno al Caballero y sus seguidores, la prensa , la televisión, la literatura, todos los medios en función de esto. Tenemos que convertirlo a los ojos del pueblo en el más vil de los traidores, en el más abyecto de los seres, un delincuente sin escrúpulos, culpable de todos los rezagos del pasado explotador, representante de lo peor de nuestra sociedad.
El magnífico agregó a la idea expuesta por Svavo
- Una amenaza exterior, un peligro eminente de agresión por parte de nuestros sempiternos enemigos.
- El Caballero trabaja para ellos, es uno de ellos, se ha vendido al enemigo.
- El Caballero es un traidor, que socava la unidad nacional.
- Es un corrupto, un ladrón que ha medrado a costa del hambre del pueblo.
- El Caballero es un alcohólico, un libertino.
- El caballero es un enemigo
- Bien señores veo que han atrapado muy bien la idea, arrancamos mañana con un gran titular, destacando las medidas que toma el enemigo para atacar alevosamente a nuestro país, ponemos la situación al rojo vivo, paralelo a esto vamos presentando pruebas de la corrupción del Caballero, de cómo desviaba para su beneficio los recursos del pueblo, como por culpa de gente como él los esfuerzos de nuestro gobierno para dar solución a los problemas del pueblo se ven frustrados, después presentamos pruebas de su mala conducta moral y más adelante descubrimos que es un espía enemigo y ya todo esta listo para la gran marcha, de un extremo a otro del país.
- Señor pero una marcha de esas dimensiones dura varios días, un mes más o menos y lleva un aseguramiento considerable.
- Gasta lo que sea necesario.
Aguinaldo hizo su entrada, reverenció al Duende y fue puesto al día de los nuevos planes, escuchó en silencio.
- Cientos de banderas, banderitas, carteles, pancartas, altoparlantes, camiones, pipas de agua, combustible, todo o que sea necesario, esa es tu misión Svavo. Tú, Bardo, te ocupas de la Prensa y de la movilización, reúnete con lo sindicatos letrados, con los comité de letrados, con todas nuestras organizaciones, tú Aguinaldo neutraliza al enemigo, asegura la tranquilidad del desfile.
Aguinaldo tenía el rostro sonriente, estaba muy feliz, tenía un plan y si le daba resultado Sirte estaría a sus pies, su hijo era la clave, carraspeó y pidió la palabra, durante media hora expuso su idea, todos le escucharon asombrados, Svavo no estuvo de acuerdo, el Bardo más que menos, el Duende dudaba, Aguinaldo propuso una prueba y Svavo dejó de existir, el Duende aplaudió entusiasmado y aprobó el plan, con una sugerencia, se llevarían a cabo las dos ideas.

La luz de las lámparas vacilaba en el sótano –silencio- miradas
Románticas
Inflamadas
Temerosas
Lunáticas
Convencidas
Fanáticas
Dudosas
Cobardes
Timoratas
Valerosas
Temerarias.
SILENCIO, el orador se subió a la mesa, un chico alto, desgarbado, vestía chamarreta de cuero y jeans, los presentes seguían hipnotizados el movimiento de las manos del muchacho que revoloteaban junto al pecho, como si llamasen desesperadas a alguna idea que se negaba a acudir a la frente del orador. SILENCIO sobre la mesa, ojos entornados, hasta que al fin alzó la cabeza y abrió los brazos como un Cristo.
- Señores hoy es el día
Parecía un predicador, el discurso era una torre de ladrillos azafranados, habló de la lucha, del dictador, de la democracia, de los cobardes indecisos, del despertar mediante la violencia y le aplaudieron con delirio y el orador se bajó de la mesa.
El grupo del sótano era diverso, un viejo guitarrista flamenco, una bailarina de bailes exóticos, un carnicero, un ex militante del Sumo, un ex soldado del Duende, dos damas cubiertas de joyas, muchachas sin dueño, un escritor de novelas románticas, tres ex marineros anarquistas rusos, se estrecharon las manos, las damas ricas rompieron a llorar.
Preparadas las armas, salieron a la calle, ellos serían el detonador, ellos darían la señal, se movían silenciosos, ese grupo de apariencia inofensiva respondía a su jefe como una máquina.
Atravesaron la ciudad escondidos en la viscosidad de los discursos, entre la niebla de la palabrería. Esa era la táctica de Noble, aprovecharse de las debilidades del enemigo, esconderse en la densidad de su palabra. Ciudad Feliz estaba llena de palabras, palabras que fortalecían el monolito del poder, palabras que los hombres de Noble utilizaron a su favor, así llegaron sin ser vistos al palacio de Aguinaldo.
Las dos muchachas sin dueño echaron a andar con aparente despreocupación en dirección a la entrada del palacio, los guardias de la garita les dieron el alto, las chicas se acercaron, miraron provocativas a los soldados, uno de los soldados, un rubio pecoso de cara cuadrada se terció la subametralladora a la espalda y tomó a una de las chicas por el brazo. La sin dueño lo dejó hacer, él la sentó en sus piernas, el otro guardia dudaba, veía a su compañero meter la lengua entre los pechos rozagantes, sus manazas bajo la saya.
- ¡Dale compadre! A esta hora no va a venir nadie.
La otra chica se acariciaba las caderas y se mordía los labios. El sentimiento del deber, la erección cada vez más pronunciada de su pene, la chica cada vez más atrevida y provocativa, el miedo a que lo sorprendan, la chica cada vez más cerca, lo acaricia, los gemidos de placer de la otra, los gritos, el cierra los ojos y no ve a los dos seres que saltan sobre ellos y les clavan los cuchillos.
En el camino de gravilla que conduce a la puerta principal, no hay nadie y eso asombró al jefe del comando, el muchacho de la chamarreta de cuero ordenó tenderse a la orilla del camino y con uno de los marineros se adelantó a explorar, nadie, vacío, silencio, el antes super custodiado palacio no tenía ahora ni un solo guardia en los jardines, la prudencia aconsejaba tener cuidado pero el joven jefe lo vio todo bien, una magnífica oportunidad. A una señal del jefe el viejo guitarrista avanzó agachado, tropezó con el fusil, al pararse sintió algo extraño, algo que se acercaba, algo indefinible, apuntó en todas direcciones con el fusil, nada, deben ser los nervios, pensó.
Tampoco al pie de los aposentos había nadie. Impartió las últimas instrucciones, todo según el plan, si no había custodia mejor. Entraron en el palacio, el viejo vigilaría la entrada, el jefe subió primero las escaleras, de pronto tuvo la sensación de que quedaba algo por decir y se volvió, el viejo no estaba en su lugar, ninguno de sus hombres estaba en el puesto señalado, uno de los marineros, que había ido a explorar el fondo del jardín, pasó a la carrera por su lado e hizo fuego con su arma contra el edificio.
Algo les seguía, algo en la oscuridad, barrió el césped con la ametralladora, algo les seguía, algo que rodaba tras ellos, un sonido como de bolsas de agua, un amarillo, un amarillo seráfico, que no era luz, una niebla amarilla que lo envolvía todo, el marinero disparaba desde la garita, hacía fuego al azar, en todas direcciones, tenía los ojos desorbitados.
- Algoinmensounojoincolorounagelatina.
- Vamos hombre, huyamos rápido de aquí.
Corrieron los dos, calle abajo, hasta que fue uno sólo el que corría, alguien ya sin memoria, incapaz de detenerse.

Al día siguiente del asalto fallido al palacio de Podicis, se consumó el fracaso, desaparecieron uno por uno los combatientes, los que ayudaban a los combatientes, los que simpatizaban con los combatientes, los transeúntes olvidados del toque de queda.
Un lobo
Un ojo gigante
Un sabueso
Una baba.
Un ser gelatinoso
La nada
El vacío absoluto
Para cada persona era algo distinto, las desapariciones no se detenían, conspiradores y simpatizantes se esfumaban en su dormitorios, , en la mesa del comedor frente a su familia, mientras tomaban un baño, caminando por las calles, mientras viajaban en ómnibus, en el trabajo, en el escondite más secreto, sin un ruido, sin un grito, sin defenderse, sin darse cuenta. Desaparecían sin dejar rastro, desaparecían de la mente de la gente, desaparecían de la memoria, desaparecían ellos y desaparecían sus ideas, era como si nunca hubieran existido, en su lugar quedaba la nada.
Una violenta protesta de los estudiantes, frente a la sede del gobierno, (de pronto ninguno recordaba que hacía allí), terminó en estruendosos aplausos, vivas y vítores al Ínclito, al Único, al Infalible, al Benemérito, el Supremo Benefactor, el Arquitecto de la felicidad y todos felices se fueron a sus casas.
En toda la ciudad crecían los vivas y todos los descontentos comenzaron a reír en una misma frecuencia, como si se hubiera ajustado el mecanismo de un reloj, todos aun mismo impulso, todos comenzaron a sentir una gran felicidad.
A partir de ese día el Duende no se llamó más el Duende, desde ese memento se hizo llamar El Supremo Benefactor.

El escritor de esta novela (yo) va por las calles engalanadas cubiertas de pancartas, banderas y consignas de alabanza al Supremo Benefactor, Aguinaldo pasa en un auto descapotable, un bello impala rojo chino y una gran dicha cubre la ciudad.
Aguinaldo sonríe arrellanado en el asiento trasero del auto, saluda al pueblo a los que su auto transforma en medias gentes, saludadores alegres, ellos gritan sus vivas con los brazos en alto y él inclina levemente la cabeza. Este sería el paraíso del Buitre, si el reinado del Sumo era el tiempo de la gente mediana este es su paraíso. De alguna ventana escapa Tristán e Isolda, prelude and libestod, un tambor redobla y todos están felices, él ha creado la felicidad.
Aguinaldo se detiene frente al Palacio de Gobierno, jóvenes en túnicas de kaki rojo chino, con el símbolo de las artes y las letras en pectorales y brazaletes.
- ¡Oh bello!
- ¡Oh Supremo!
- ¡Oh Grande entre los Grandes!
- ¡Vivaaaaaaaaaaaaaaa!
Aguinaldo pasa entre los felices, pétalos de rosa caen a su paso, el creador de la felicidad, su hijo, a devorado el resentimiento, el descontento, la rebeldía y es ahora la ciudad y el país y se extiende descomunal, amarillo, inodoro e intangible.
La guardia presenta armas, los caballeros llevan sus lanzas adornadas con banderines de colores, sobre las cotas de malla pañuelos bordados, los caballos con penachos rojos, verdes y amarillos. Refulgen al sol las corazas y escudos bruñidos. Esta es la élite del Duende, sus Caballeros Letrados.
Más atrás se alinean los mercenarios, las tropas integradas por los excautivos del Sumo liberados por el Duende, amazonas hermosas, terribles con el arco, saludan marcialmente al héroe.
Los enanos de Hisparia con sus cerbatanas de caña y puñales de sílex: los glaxis de espadas cortas magníficos en la pelea cuerpo a cuerpo y hermosos como doncellas, hititas armados de lanzas de punta de hierro, cirilos que montan al revés en sus caballos para mejor usar sus arcos pequeños pero muy eficaces, rusos armados de hachas, infantes españoles con arcabuces Todos saludan al salvador, a Podicis, Caballero de Culis Monumentalibus y segundo hombre de Sirte.
Él mira al cielo y ve a su hijo, que es amarillo, radiante, a Escritor que le ha puesto entre las líneas de su victoria, Escritor que ahora siente el deseo de exterminarlo de un plumazo, pero siente la presencia a su lado del amarillo poderoso, omnisciente, amenazante, es como una marea amarilla que se desborda.
Aguinaldo entró al Palacio. El Supremo Benefactor está en el trono vestido de verde esmeralda, a su izquierda el Magnífico Bardo. Podicis besa las botas lustrosas del Jefe.
El Supremo Benefactor desciende del trono y besa en ambas mejillas Podicis, todos abren la boca asombrados.
- Siéntate aquí a la derecha, ese es tu sitio.
Llama al Chambelán, le da un orden este da unos golpes con el bastón en el suelo y anuncia que el Supremo Benefactor va a decir una palabras, el Supremo sube al podio, arregla los micrófonos y se pasa 6 días hablando. Al séptimo día declara
- .... y por esa razón , teniendo en cuenta... decreto que todos los habitantes de Sirte son iguales...queda decretada la igualdad absoluta... fuente de felicidad suprema... cultura e igualdad es igual a felicidad... he dicho
El pueblo festejaba ¿Y los revoltosos de ayer?. Nadie sabe, nadie se preocupa, nadie se acuerda, ahí está el amarillo sabueso de Podicis, presto a desaparecer cualquier descontento, cualquier duda, cualquier contradicción, dispuesto a barrer con cualquier iletrado, ahí está el amarillo borrador de cualquier resentimiento.
Podicis estrecha a una joven por la cintura, otra le pone una corona de flores, suenan los panderos y un grupo de africanos entra cargando una enorme bandeja que colocan sobre la mesa, una gigantesca mujer emerge entre montañas de verduras y aderezos, senos que rompen los cristales de as ventanas, nalgas como aerostatos, vierten aceite sobre ella, sal, especias, la gorda se relame, bebe del aceite derramado sobre sus senos y abre las piernas, muestra una vulva morada, abismal y caen todos sobre ella, todos penetran en el abismo y ella rota las caderas que chocan con las paredes y aumenta la rotación, la mesa se rompe, ríos de sudor, aceite y semen se derraman y las paredes revientan y todo el pueblo cae sobre la gorda que rota y rota cada vez más rápido las caderas, y el ríosudoraceitoso corre por la ciudad y las nalgas crecen y la punta de un seno se traba en el campanario de la Catedral y las campanas tocan a rebato remedando tiempos de piratas y negros revueltos.
Cuando se llevan a la mujer todos caen extenuados y el río de sudor, aceite y semen aumenta su caudal e inunda la ciudad.
Las muchachas desnudas se saborean dormidas, llevan en sus bocas el sabor de una masa increíble. Sólo una ventana permanece intacta, una ventana de la que escapan Tristán e Isolda y Don Noble se asoma a la noche y sus lágrimas se mezclan con el sudor, el aceite y el semen que corre por las calles.
Don Noble que no sabe que pasó, que recuerda vagamente que preparaba algo, que estaba dispuesto a todo ¿Para qué? ¿Para que estaba dispuesto?
Aguinaldo duerme en el suelo, un halo de luz lo cubre, los negros recogen a los durmientes y los llevan a sus habitaciones, a Podicis lo acuestan en una cama de marfil y alabastro, una cama en forma de triángulo, encienden lámparas de aceite aromático y comienzan a sonar arpas y flautas.
El Escritor de esta novela (yo), va tras el Tamborero, todavía se escucha música y algunos borrachos escandalizan, siento unos pasos detrás de mí, llevo la mano al cinto donde va el cuchillo. Silencio. Un relámpago amarillo y todo queda en calma. ¿Qué ocurrió? Nada, el hijo de Sor Margarite, la criatura de Podicis vigila.

Lágrimas de Don Noble caen en el río de sudor- semen- vino- aceite, bajo su ventana se detiene una muchacha, un grupo de soldados pasa y alumbra la calle con un reflector, van sonrientes y contentos, bromean con la muchacha que alza la vista al balcón de Noble. Noble la contempla arrobado Es ella, si, es ella y el recuerdo llega y le inmoviliza, un vestido de flores rojas, la espada y el techo cubierto por el fuego, la joven le sonríe a Noble y luego se aleja aguantándose de las paredes, para evitar caer en el río, las lágrimas del Caballero caen sobre el vestido de flores rojas, ella las toma y se las guarda entre los senos, los saldados silban y lanzan palabras soeces, la joven llega a la esquina y desaparece en la oscuridad.
Don Noble camina de un lado al otro de la habitación ¿Era ella? Pone un disco en el gramófono, se deja caer en un sillón y pasa sus manos por los bordes de la bata sucia: la chaqueta de general, cubierta de medallas se balancea en la pared colgada de un clavo, en un rincón un viejo casco con un blumer azul como estandarte.
Algo brilla un instante en el fondo de sus ojos, una chispa del recuerdo, pero las pupilas regresan a su vacuidad. Saca una pistola del escritorio y se apunta en la sien, una muchacha corre desnuda por la pradera, el dedo se pone rígido en el gatillo, aprieta los párpados, un castillo arde, la gente corre, arroja el arma al suelo y regresa a la ventana.
No lejos de allí la fiesta se renueva, elévanse gritos y cantos, la gente baila, bebe, se divierte, subido sobre un barril de cerveza un soldado vocifera, nadie entiende los que dice, un gordo lo derriba y le lanza un chorro de cerveza de su boca al rostro del soldado que intenta escapar infructuosamente del gordo endemoniado que ríe a carcajadas y le lanza otra andanada, algunos les rodean y aplauden. Hoy es día de fiesta, Aguinaldo es el protector de Sirte y ¡Larga vida a Aguinaldo legítimo hijo de esta tierra!
Cada vez llegaban más y más y el ron y la cerveza corrían. El gordo y el soldado bebían abrazados. Por una de las esquinas hizo su entrada una cohorte de mercenarios, encabezados por Pedro González del Pozo, ex capitán de la Pinta, los extranjeros se unieron a la fiesta, las mujeres desfallecían ante los apuestos soldados. Don Pedro abrió de un sablazo un barril de cerveza y se lanzó a beber directamente del chorro, el líquido le empapó la casaca, el pelo, la barba, él sacudió la cabeza y mojó a todos los que le rodeaban.
- ¡A Palacio! ¡Busquemos a nuestro padrecito! Busquemos a Podicis, a nuestro angelito.
Gritaba un cosaco ruso con lágrimas de borracho
- A palacio a buscar al padrecito.
Coreó la multitud que inmediatamente se puso en movimiento imitando el paso militar de las revistas. El gordo y Don Pedro iban al frente, un grupo de mercenarios le arrancó el vestido a una gorda, colgaron las enormes panteletas en la punta de una lanza y se la pasaron al gordo que con aire marcial las llevó como bandera. La gorda desnuda marchaba detrás, golpeaba el pavimento con sus pies gordezuelos.
- ¡Busquemos al padrecito!
Un rayo surcó el cielo y tiñó de amarillo los techos, la marcha atravesó la parte vieja de la ciudad, el antiguo mercado de esclavos, el puerto maloliente y lleno de moscas, dejaron a tras lo s caserones en ruinas donde deambulaban los esclavos fugitivos, escondidos en la penumbra de las habitaciones, entre el polvo y los espejos transmisores de una realidad ya olvidada, negros armados de machetes, con sus collares de cuentas de colores, escondidos en los jardines y el encantamiento de sus dioses, convertidos en gatos, perros lechuzas, serpientes, pájaros, para escapar de la voracidad de los rancheadores, dejaron atrás el edificio de la antigua bolsa de valores, la plaza vieja, la tarja que señala el lugar desde donde comenzó a retirarse el mar por orden del Sumo, en la época en que Rudwolf el Viking logró penetrar los límites de la cuchilla y burlar el hechizo.
Don Noble se tapó la cara con las manos, ya no era un hombre joven, el vientre pronunciado antes de tiempo por la alimentación de la isla, ríos de chocolate, grasa de puerco, arroces nadando en manteca, dulces, azúcares de todo tipo, casi reventaban los botones de la camisa. En el cielo cubierto de estrellas flotaban nubes rosadas y un angelito de enormes nalgas se posó en una nube, luego tomó impulso y se perdió en la oscuridad.
- ¡Viva el Supremo Benefactor!
- ¡Viva Aguinaldo!
Se acercaba la multitud a la ventana de Noble. El Caballero se vistió, se ciñó la espada y bajó a la calle. Lohengrin se apagó tras la puerta. El negro del cielo se tornó amarillo, un amarillo como de medio día y el amarillo se arremolinó a su alrededor y formó cascadas y círculos.
Iba feliz en la marcha, en los primeros momentos logró mantener el paso, flanqueado por dos bellas jóvenes que le tomaron de la cintura.
- ¡Viva!
- ¡Viva!
De su frente goteaba sangre, pequeños hilos de sangre que mancharon el amarillo y sintió una felicidad inmensa.
- ¡Viva! ¡Viva!
Tras, tras, tras sonaban las botas y los zapatos en el empedrado y en los oídos de Noble y se vio rodeado por cientos de banderas, pétalos de rosa, todo amarillo, hombres, mujeres, niños todos amarillo y empezó a quedarse atrás, un gran cansancio le entumeció los huesos, las muchachas le soltaron, le faltaba el aire, feliz, feliz, feliz, feliz y él en su armadura, lanza en ristre, con su rodela encarnada. Se le doblaron las rodillas, empezó a caer, una caída larga, lenta, un tobogán de rosas amarillas, pétalos, risas y aplausos, un tobogán donde espiraleaban sueños olvidados, jirones de un azul desconocido, caída, caída, cientos de flores y el silencio de los Hermes mutilados
Cayó al suelo y una bota le pisó
Doce botas
Ochenta y ocho botas, sandalias, zapatos, pies descalzos.
Sintió el peso del mundo sobre sus hombros, y lanzó un grito, un grito hacia adentro, estremecedor, el llamado, sagrado pean de las almas selectas. Nadie lo podía escuchar, era un grito hacia sí mismo, hacia lo más profundo de sus ancestros, la masa lo oprimía contra el suelo, la multitud ululante.
Ciento setenta y seis botas, chancletas, sandalias, coturnos, pies descalzos, se hundió en las piedras, el Castillo ardía, la muchacha lanzaba mandobles con su espada, los senos erectos como lanzas le desafiaban, todo era silencio, sólo él y la espada.
Doscientos cincuenta y dos botas, zapatos, sandalias, el ovo traslúcido, las luces, los lagartos, el fango que lo cubre todo, mil ocho pies descalzos y el amarillo total, las flores amarillas, los demonios, la navaja que corta los cuerpos, un pez enorme, amarillo con la garganta llena de luz, en busca de silencio, se hunde y no recuerda nada, es un trozo de olvido que se pierde en el asfalto ¿Quién soy? Y va más al fondo, sin memoria, el sabueso lo observa con su ojo viscoso, lo envuelve en más y más oleadas de amarillo.
La multitud siguió su camino, se perdió en la ciudad, en la avenida sólo quedó una espada rota clavada en el asfalto.

Yo también me pregunto quién soy ¿De qué soy parte? Don Noble a desaparecido en manos del sabueso, en manos del suprarepresor, ¡Ideal! Decenas de hombres han intentado antes esta proeza CONTROL, los asirios, los reyes persas, los emperadores romanos, las monarquías absolutas, Hitler, Stalin, Mao, pero nadie lo ha logrado como nuestro Supremo Benefactor, CONTROL ABSOLUTO, gracias al suprarepresor, al hijo de Podicis y Margarite, EL GRAN BORRADOR, ninguna idea extraña al poder del Duende logra sobrevivir, ni tan siquiera nacer, el país está en sus manos, cada hombre está en manos del enano verde, bueno ya no es un enano, desde que salió de las entrañas del Sumo ha ido creciendo hasta alcanzar una estatura normal.
Es un modelo de dictador, un paradigma, a logrado LA UNANIMIDAD ABSOLUTA, sin oposición de ninguna clase, ni en el pensamiento de la gente, no hay dudas, cualquier posible discrepancia es abortada antes de nacer, SON FELICES, viven bajo la sombra protectora del Supremo Dictador.
¿Quién soy? ¿Un dios extraviado? ¿Esta historia existe en mi o independiente de mi? ¿Cómo entender que halla sido condenado a vivir aquí?
Las dictaduras más perfectas de nuestro tiempo usan las elecciones ¿Por qué elegir en una situación donde no hay elección? ¡Ah! mediante la boleta electoral se le da la oportunidad al ciudadano de participar en un acto de asentimiento. El individuo, en este círculo donde impera la uniformidad trata de no hacerse notar, de no ser la nota disonante, de no señalarse, de hacerlo tendría que atenerse a las consecuencias, el Duende no necesita de esas exquisiteces, el tiene garantizada la unanimidad. En los lugares donde la dictadura está fuertemente arraigada, el 90 % de los sufragios a favor sería una disminución demasiado grande, que entre cada diez se oculte un adversario secreto, mejor es cierto número de votos anulados o adversos en torno a un 2%, es muy favorable, para las dictaduras es importante mostrar que en sus dominios alguien puede decir no, además ¿Y el enemigo? Hace falta tomar medidas porque hay un 2% de enemigos de la gran mayoría, la propaganda está obligada a que el enemigo de clase, el enemigo de pueblo, sea golpeado y puesto en ridículo, pero nunca se le deja fuera de combate, no pueden sobrevivir con el simple asentimiento, con la unanimidad, un 100% sería un error, si todos son buenos y fieles para que el terror, de ahí la importancia del 2%, se trata de los saboteadores, se trata de los empecinados que a la vista de una unidad tan absoluta se muestran remisos. Genial. El Duende no necesita nada de esto, él tiene al sabueso, a él no le hace falta ningún 2%. En las dictaduras perfectas ese 2% aparecerá de nuevo en las nóminas de las cárceles, en la de los campos de trabajo o en la de aquellos lugares misteriosos, ocultos, donde la gente desaparece sin dejar rastro. Los ciudadanos de esos Estados trataran por todos los medios de hacer saber que han votado a favor, si lo hace en contra igual dirá que votó a favor. Perfecto, pero es que no hay nada más perfecto que el gobierno del Duende, nuestro benefactor, él no necesita pasar tanto trabajo, él a logrado la unanimidad más absoluta, sin contratiempos, sin resentimientos, en el país no hay ni puede haber rebeldes, no existen.
Nuestro Supremo Benefactor no corre esos peligros, no gasta un centavo, una neurona en esas cosas, el tiene garantizada la unanimidad, aquí todos son felices, todos se sienten plenos, el suprarepresor se ocupa de ello.
¿Soy parte de alguien o de algo? Mientras divago, siento el amarillo amenazante, sujeto a estas líneas, escondido en cada golpe en las teclas, oleadas de amarillo. Sirte hunde su proa en las aguas y me acuesto boca abajo, cara al mar que me envuelve en el salitre. Siento el trotar de unos caballos en el fondo, veo los destellos de una luna de plata. Una mujer desnuda cabalga un caballo de coral, el relinchar de la bestia se confunde con los rugidos del mar, la boca enorme del triángulo que se traga las formas, toda forma colapsa en su geometría, no hay forma, no hay regreso, sólo el relincho de la bestia comedora de corales, la amazona se acerca y soy arropado en sus velos, la cara es una máscara de rayas azules y blancas, la mujer ejecuta una danza sobre el caballo.
En el fondo del mar hay una muchacha atada con una cadena, el viento es cada vez más fuerte, el oleaje más recio, una paloma trae en el pico un trozo de yerba fresca y me la deja caer en los labios, los rayos del sol se pierden en una figura opaca, sin sombra ni imagen. En la playa quedó un grito y una ciudad hecha polvo, un dios sujeto por miles de corazones, un dios anémico, los chasquis perdidos en el laberinto de las cuentas de vidrio, un dios muerto sobre la calzada, asesinado, proa de Sirte grabada en todos los mares del mundo, falo clavado en la tierra virgen, una nueva sacudida me arrojó al fondo de la tierra.

La conocí en la entrada del teatro, todavía llevaba en los oídos los últimos versos de Plauto Tampoco nosotros podemos permanecer ya más tiempo. Se acercó y me pidió fuego, un cigarro colgaba de la comisura de sus labios gordezuelos, su mirada, tras unos lentes redondos, se iluminó con la cercanía de la llama. Aspiró con fuerza el humo.
- Gracias.
Se quedó parada frente a mi con el cigarro entre los dedos.
- ¿Usted no es actor? Me parece conocido.
- No, no trabajo en el teatro.
Quedó turbada, sin saber que hacer con el cigarro entre los dedos.
- De todas formas me resulta conocido.
- Me permite invitarla a tomar un café.
Su rostro se relajó
- Si, porque no.
Arrojó el cigarro al suelo y lo aplastó con la punta del zapato, enlazó su brazo con el mío.
- ¿Vamos?
Confesó que apenas había visto la obra, le resultaba aburrida, salió a fumar al salón hasta el entreacto en que se encontró conmigo, irse a la calle en medio de una representación era de muy mal gusto, muy mal mirado ¿Qué podrían pensar de ella? ¿Qué no se preocupaba por fortalecer su cultura? ¿Y si la veía un Consejero y pensaba que era una apática? ¿O lo que es peor una iletrada?.
- No será usted un Consejero.
Tendría cara yo de velador de la pureza.
- Vamos al cine.
Espetó de pronto.
- Es un buen filme.
- ¿Acaso es del heroico Supremo Benefactor?
- Si
- Mira mejor caminamos un rato.
La ciudad había cambiado mucho en aquellos años, enormes edificios, muchos parques, grandes avenidas, estatuas, monumentos, todo grandioso, enorme. Nos sentamos cerca de la Fuente de los Héroes, mármol y chorros de agua multicolor, héroes de piedra, hermosos, fuertes, que miraban allá, bien arriba de los edificios, en realidad incómodos y feos, enormes megalitos grises que crecían hasta las nubes, hacía un futuro perdido entre las nubes, amasado con el sudor del pueblo de Sirte, el futuro bien alto, bien arriba, bien inalcanzable.
- ¿Qué eres? Ya se que no eres actor ¿A qué te dedicas?
Se acomodó los lentes que le resbalaban por la nariz.
- Soy escritor
- ¿Escritor?
Puso cara de extrañeza.
- Si, escritor, es que acaso no lo parezco.
- Sobre que etapa de la vida del Supremo escribes.
Sonreí con amargura.
- Sobre ninguna.
Ella sonrió escéptica.
- Soy uno de los tres.
Le dije
- ¿Qué tres? ¿Uno de los tres héroes? ¿Uno de los elegidos?
- Fui compañero y amigo de Don Noble, el tercero de la leyenda.
- Sí, ya sé, Don Noble murió combatiendo al enemigo iletrado al servicio del Imperio, a los vendepatrias traidores, Podicis es el jefe de la Seguridad y el Escritor no existe, eres un mito, un cuento inventado por el Supremo Benefactor por modestia, para que no sepan que es él quien hace la historia, la leyenda cuenta que era un corresponsal de guerra, fue quien fundó la Verdad Absoluta, era fuerte, alto, un guerrero letrado, no mientas, tú no eres el Escritor.
- Si soy.
- ¿Pues qué escribes?
- Todo esto, todo lo que pasó, pasa y pasará, ustedes sin mi son nadie, no existirían, serían humo
- ¿Cómo es eso posible? Nosotros existimos aunque tú no existas, yo no te conocía y vivía, tengo pasado, presente etc, además, ¿Dime la verdad? ¿Quién eres?
La ira le enrojecía el cuello y la cara, apretaba duro los puños, sus ojos retadores me hicieron sentir miedo, miedo a que se marchara ¿Qué podía explicarle?, no entendería nunca, ni yo mismo estaba claro.
- Trabajo en la Verdad Absoluta, como redactor jefe. ¿Y tú?
- Estudio en la Universidad.
- ¿Y que estudias?
- Danza del ombligo
- ¿Cómo?
- Danza del ombligo, danza folklórica de Sirte ¿Nunca la has visto?
- ¿Y en que Universidad se estudia eso?
- En todas, es una de las carreras más difíciles de coger, seleccionan a los mejores estudiantes.
- ¿Y cuál es tú Universidad?
Ella me contempló con asombro y yo comprendí enseguida que había hecho una pregunta muy estúpida, todas las universidades se llamaban igual Universidad del Supremo Benefactor, o Instituto, o lo que fuera pero del Supremo Benefactor y las fábricas y las escuelas primarias y las secundarias y las policlínicas y las funerarias y las guarderías y los cines, etc.
- La que queda a la salida de la autopista principal, a un costado del estadium El Supremo Benefactor, a la derecha de la barriada obrera del Supremo Benefactor.
Tomamos café y fuimos a su casa, un apartamento como miles en Ciudad Feliz, en uno de los tantos megalitos, fachada lisa, impersonal, entrada de piedras grises, busto del Duende, banderas y la consabida frase EL HOMBRE FUE CREADO PARA LA FELICIDAD, repetida hasta el cansancio, en los edificios, teatros, monumentos, en todos los rincones del país. Me presentó a su hermano, desmovilizado por insuficiencia teórica, dictamen realizado por los Consejeros de la Pureza Espiritual, me tendió la mano.
- Mucho gusto
- El gusto es mío
Y volvió a sumergirse en una montaña de periódicos, que hacían la habitación intransitable, nubes de polvo se arremolinaban hasta el techo.
- El hombre fue creado para la felicidad como el ave para el vuelo
- Si, tiene razón, yo luché por la felicidad, miles de iletrados cayeron bajo mi bayoneta, ahora alguien calienta el hierro para marcarme, entonces iré por el mundo con la huella infamante en el pecho ILETRADO, yo, que era un martillo de herejes, yo que no conocí descanso ni di tregua ¿A cuántos marqué con el hierro dice usted?, cientos, miles, perdí la cuenta, aún llevo en la nariz el olor de la carne quemada, ahora alguien prepara el hierro para mi, ahora me vigilan, siento la cercanía del instrumento en la carne.
- ¿Y que es un iletrado? ¿Cómo sabes cual era iletrado? ¿Cómo?
- Fácil, los jefes lo saben, ellos nos indicaban el escondite del rufián traidor y allá íbamos nosotros con los hierros.
Un resplandor amarillo aleteó ante sus ojos y continuó.
- Supongo que sean los que no leen la prensa, los que no escuchan las sabias palabras de nuestro Supremo Benefactor, los que no leen sus libros, los que no estudian su biografía, los que no siguen sus preceptos, los que no leen la obra que nuestros escritores han realizado sobre él, los que, bueno supongo, los jefes son los que saben, ¿Quien soy yo para saberlo?
- ¿Y si se equivocan?
- ¿Quien soy yo para cuestionar nada de eso? ¿Y usted?
El amarillo se hizo presente y el hombre se aterrorizó.
- Yo me esmero, leo, leo, sin descanso todos sus discursos, para que me devuelvan el certificado de letrado que por error perdí.
Una ráfaga de amarillo le llenó los ojos y lleno de pánico agregó.
- Soy feliz, muy feliz, que sea lo que el quiera, que se haga su voluntad, soy feliz acatando su voluntad y se sumergió de nuevo entre los papeles.
Esa tarde fui a ver a mi amiga que participaba en una exhibición de danza del ombligo. El espectáculo se celebraba en un enorme coliseo, atestado de personas, por suerte logré conseguir un buen asiento, el presentador, vestido con un traje escarlata anunciaba a las concursantes, 100 chicas del último año de la carrera, patriotas sin igual, ejemplo de la juventud heroica de Sirte, eran chicas muy hermosas todas, con esos trajes minúsculos de tela vaporosa y las cadenetas cargadas de monedas y esas caderas asiáticas, africanas, indias, europeas, mestizas, esas mulatas cimbreantes, de nalgas únicas, diosas calípiges, cinturas afinadas por el sol y la cadencia que les acompaña desde su nacimiento, mi amiga bailó bien, todas ellas lo hicieron bien, parecían no tener huesos, ni articulaciones, la muchacha alcanzó el lugar 47 entre las cien concursantes y no estaba conforme, fuimos a mi apartamento e hicimos el amor por primera vez.
Revisando los estantes de mi biblioteca descubrió con asombro que yo tenía libros que no eran escritos por el Duende o escritos sobre el Duende, era la primera vez que veía una cosa así y estaba escandalizada y confundida, vio cuadros que no eran del Supremo, ni sobre el Supremo, escuchó música, leyó revistas y bailó para mi en privado la mejor danza del ombligo que haya ejecutado en su vida (eso dijo)
Mis visitas a la casa se hicieron cada vez más frecuentes y fijamos fecha para la boda, la ceremonia fue por todo lo alto, alguien se ocupó de todo, por algo era uno de los tres aunque nadie me identificara como tal, era sólo un cuento para escolares y una estatua de piedra acompañada de dos caballeros fuertes y gallardos ¿Quién me podía reconocer?. Pero él se acordaba y la boda fue un éxito y mi joven esposa vivió momentos inolvidables.
Por ese mismo tiempo logré conjurar la amenaza que se cernía sobre mi cuñado. El soñaba con el regreso y me juró que se esforzaría como nunca en la lucha contra los enemigos de Sirte ¡Que Dios le perdone! Era su máxima aspiración en la vida. Aunque el ejército, la policía y todos los demás cuerpos militares y paramilitares eran casi puro símbolo gracias a la eficiencia del suprarepresor. Pero ellos tenían su misión, el sabueso nunca se equivocaba y de cierta forma era justo, ellos no, la misión de ellos era equivocarse.

La segunda vez que entrevisté al Duende ya muchas cosas habían cambiado, incluso él mismo había cambiado bastante, aunque en esencia seguía siendo el mismo
El salón donde me recibió tenía el aire frío de las oficinas, tras un buró enorme de formica verde estaba el Supremo Benefactor, el padre de todos los Sirtenses, el protector de los desposeídos, el líder de la clase obrera, la luz del mundo trabajador etc. etc etc.
Alto, algo desgarbado, con una luenga barba que casi le llegaba a los tobillos, vestido con un batón verde esmeralda. Detrás un gran lienzo con él mismo en actitud pensativa, como el pensador de Rodín. Muebles sin ninguna gracia, cuadrados y feos completaban la oficina. Saludó complacido y no respondió ninguna de las preguntas que le hice, habló de la recuperación de la economía, de las medidas tomadas en la distribución normada de alimentos para mejorar la salud del pueblo, mayor variedad de productos y de mejor calidad, lo repitió varias veces en la entrevista, lo cierto es que la alimentación, ya mala, en tiempos del Sumo, durante el reinado del Supremo, había empeorado notoriamente, habló largamente de las medidas para obtener nuevas fuentes de energía y no depender de los desalmados comerciantes de petróleo, culpables de los grandes apagones que sumían a Sirte en una oscuridad mayor que en tiempos del Sumo, padre de la oscuridad.
Si la primera vez fue arrogante esta vez su altanería rayó en la impertinencia y la falta de respeto, como redactor de la Verdad Absoluta debía proyectar hacia el exterior una imagen bien positiva del Líder Paternal, pero él no se molestaba para nada en darme esa imagen, sino todo lo contrario, él sabía perfectamente quien era yo, pero me trató como si fuese el portero del periódico y no su redactor jefe y podía darme por satisfecho, él sabía bien que como escritor de esta historia, el alcance del sabueso estaba bastante limitado y me podía permitir algún que otro resentimiento e inconformidad.
Habló de sus planes inmediatos y futuros, después que puso fin a la entrevista, entonces me invitó a compartir con él un té frío, en pequeño saloncito ricamente decorado con imágenes estilo chino o que pretendía serlo, nos sentamos en unos cómodos butacones.
- ¿Qué cuenta el Escritor?
Pregunto con sorna y sin esperar respuesta empezó a hablar de sus ideas de gobierno, que no habían cambiado mucho, claro todo lo que dijo iba dirigido a la posteridad, y al exterior de Sirte, porque aquí él era dueño de vida y milagros. Dijo: Si quieres hacer feliz aun hombre no le preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión, es preferible que un gobierno sea ineficiente y autoritario a que la gente se preocupe. Que la gente intervenga en concursos donde haya que recordar las letras de las canciones más populares, los nombres de los artistas más famosos, o de los nombres de las capitales, o cuanta gente fue a la playa el verano pasado. Llénalos de noticias, muchos noticieros informativos, muchos comentaristas, muchas mesas redondas, mucha información incombustible, sentirán que la información les asfixia, pero creerán que están pensando, que son gente capaz e inteligente, que su gobierno se preocupa por su información, que son el pueblo más informado del mundo, y se sentirán felices, mucha televisión, nada de filosofías, ni psicologías, mucha TV, programas participativos, que den premios, musicales, aventuras, informativos ya te dije, mucha información inocua. Muchas reuniones, clubes de todo tipo, crea un dique, contra la marea que quiere entristecer al mundo con pensamientos falsos, somos muy importantes para que la felicidad surja en el mundo y esta felicidad de la que hoy disfruta nuestro pueblo trabajador se extienda por todo el mundo y por todo el universo. Nuestro orden no admite minorías, ¿Qué queremos por encima de todo? Ser felices, pregunta a cualquiera que desea por encima de todo y te dirá que ser feliz, lo habrás oído miles de veces Queremos ser felices, bueno para eso vivimos nosotros, es la obra de nuestra vida, para eso sacrificamos nuestras vidas ¿Verdad Escritor? Afuera los conflictos banales, trabajo y diversión, sin complicaciones.
Bebía su té con calma, jugaba con los cubos de hielo, los introducía en la boca, les daba dos o tres vueltas con la lengua y luego los dejaba caer en el líquido de nuevo, su voz a veces sonaba raro por el efecto del hielo en la lengua.
- Lo último que hablamos es para su consumo, está claro.
- Claro excelencia.
Me despidió con una fuerte palmada en la espalda y una sonrisa, oleadas de amarillo me acompañaron hasta la salida. El Duende, ahora Supremo Benefactor, había crecido mucho.

Una tarde al regresar del periódico, alguien me esperaba, un hombre vestido con traje de dril cien, sombrero borsalino, zapatos de dos tonos florsheim, una tarjeta sobresalía en la faja del sombrero.
- Felicidades.
Me espetó sin preámbulos.
- Van a reparar su apartamento.
- ¿Mi apartamento? ¿Por qué? Yo no he pedido, ni necesito que reparen mi apartamento.
- Órdenes de arriba.
Y miró a un punto indefinido y misterioso del espacio, justo encima nuestras cabezas, sus ojos brillaban con extraño fuego.
- Firme aquí.
Me extendió un talonario. Yo llevaba dos años en silencio, encargado de la redacción de la Verdad Absoluta, agregando mentiras a la historia, mentiras que edulcoraban la imagen del Duende.
- Pero yo no quiero que arreglen mi apartamento.
- Ya le dije, órdenes de arriba.
- Márchese, aléjese, no voy a firmar nada, dígale a esos hombres que se alejen de mi casa, no hay reparación.
Un grupo de obreros con palas, picos, carretillas y sacos, subían las escaleras, un gordo parecido a un elefante les seguía barreta al hombro.
- ¡Deténganse! No hay reparación, ¿O es que no escuchan? No hay reparación, no van a arreglar ningún apartamento.
El traje del hombre de dril cien se arrugó, se plisó, se hizo un asco.
- Usted no puede hacer eso, son órdenes de... y sus ojos asustados miraron al cielo.
- Si que puedo, márchense.
- No, mire usted, es que si yo, valla tenga en cuanta.
- Nada, no tengo nada en cuenta ¡Váyanse!
- Son ór de nes de a rri ba
- Me importa un comino
El elefante se marchó con su tropa, sin dejar de, eso si, de murmurar y de lanzar veladas amenazas. Al pasar junto a mi masculló.
- Se lo voy a decir al administrador
El hombre de dril cien también se marchó.
- Ya se arrepentirá, son órdenes de arriba, si, de arriba.
Había hecho demasiado silencio, demasiado tiempo, tomé una hoja y llené mi solicitud de renuncia al puesto de redactor jefe de la Verdad Absoluta. En Sirte eso era un disparate, aquí nadie renuncia, por lo que mi esposa lloró amargamente.
- Te vas a buscar un problema.
Repetía sorbiéndose la nariz. Presenté la renuncia y esperé. Los primeros días pasaron y no ocurría nada, a la semana, el edificio amaneció lleno de periodistas, fuimos saludados por decenas de flashes y ahí estaban el elefante y el de dril cien en primera fila.
- Si, fue él.
- Si, es él.
Y empezaron los periodistas.
- ¿Eres un Iletrado?
- ¿Eres un espía?
- ¿Desde cuando trabajas para el enemigo?
- ¿Cuánto te pagan?
- ¿Pretendes atentar contra la felicidad?
Flash, flash, flash, flash, flash.
Un opositor, un renegado, uno que estuviera en contra, era tan imposible que los periodistas no ocultaban su asombro y su miedo
- ¿Eres un Iletrado?
- ¿Un agente enemigo?
- ¿Un mercenario?
- ¿Qué eres?
Flash, flash, flash, flash.
- ¿Quieres atentar contra la felicidad?
- Soy el Escritor, el compañero de Noble y de ese que ahora se hace llamar Aguinaldo el Salvador, el Caballero de Culis Monumentálibus.
El alborotó que se armó fue tremendo, como era de esperar nadie creía, quien se iba a imaginar que este señor tan normal, tan poca cosa, fuera un héroe, mi esposa me miró acongojada.
- ¿Tú no eres un simple periodista?
- ¡No!
Le respondí con ira
- Yo soy el Escritor.
El hombre de dril se acercó haciendo molinetes con el bastón.
- Déjenlo señores, déjenlo
El de dril hizo una seña y se acercó un periodista larguirucho, micrófono en mano, nervioso, se enredaba con el cable y sudaba copiosamente, era el primer opositor que veía en su vida.
- ¿Es usted el Escritor?
- Sí
- ¿No se siente feliz en Sirte?
- No, no me siento feliz.
- Se dice que es un enemigo de Sirte ¿Lo es?
- Eso no es cierto, no soy enemigo de Sirte, yo luché por la felicidad
- ¿Es usted un rebelde?
- No, soy un hombre, sólo eso, y me niego a perder esa condición, eso es todo.
- ¿De qué se queja? ¿Acaso no es feliz?
- Sí, ¿acaso no es feliz? - terció el de dril.
- No, no soy feliz.
- ¿Cómo? Acaso no se lo hemos dado todo, usted lo tiene todo, es un Caballero Letrado, puede hacer lo que quiera. ¿Qué no le gusta ya el periodismo? Vállase a administrar una tienda, abra una cafetería, un restaurante, lo que sea, póngase a dar clases en la Universidad, lo que usted quiera, para eso es quien es, un Caballero Letrado.
Habló medio conciliador el de dril cien.
- ¿Ve usted? Por eso no nos entendemos, mi concepto de la felicidad...
- Malagradecido, un malagradecido es lo que eres
Zumbó el coro de avispas.
- ¿Acaso el Supremo no nos dio la felicidad?
- Nos dio su felicidad, no la mía.
El coro se tornó agresivo.
- ¡Iletrado!
- Denme la libertad y seré feliz ¿Quién decide sobre la felicidad que quieren los demás? ¿Quién se cree dueño de la felicidad? ¿Existe alguien que pueda?
- Nosotros somos felices.
Zumbó el coro agresivo, el de dril blandía furioso el bastón.
- ¡Vámonos!, este hombre no tiene remedio.
Y se fue seguido por el elefante y por los periodistas. Mi esposa lloraba y las avispas arreciaron su ataque
- Traidor, malagradecido, mercenario, vende patria, reptil.
Algunas piedras cayeron cerca
- Me dijiste que eras un simple periodista.
Volvió al ataque mi esposa
- Si, soy un simple periodista, soy fundador de la Verdad, periódico creado por Don Noble, fui redactor de la Verdad Absoluta, periodicucho del Duende, si, soy, o mejor fui un periodista.
Al día siguiente la noticia apareció en primera plana, mi foto a todo color y la historia completamente deformada, los que me atacaban habían sido mis compañeros durante años en el periódico. Me daba pena con la muchacha, con ella había sido feliz, con ella fui algo más que el Escritor, la muchacha lloraba constantemente y me miraba como se mira a quien ha perdido la razón. ¿Acaso no éramos felices? ¿Qué nos faltaba?. Dudaba, pero ya el mal estaba hecho, sentía la presencia a mi lado, ya nada se podía hacer, sólo esperar, el silencio me había preservado, era un pacto, un acuerdo no escrito, nada se podía hacer, lo sentía en la viscosidad del aire a nuestro alrededor, en los torbellinos que enredaban mis piernas en la calle, en la paz del culpable, síntoma inequívoco de su presencia, lo sentía en los destellos amarillos, en los sueños seráficos, en la carreta de heno que atropella a los que no logran subir, pesadilla permanente esa carreta demoníaca, ya nada se podía hacer, sólo esperar.
Cuando sientas esa paz ese sosiego, esa conformidad, cuando te sientas culpable por querer ser libre, por decir tú verdad, cuando veas esa luz al final y esos lagartos y el barrizal donde se mezclan los cuerpos en bacanales inauditas, es que él ha posado su mirada amarilla sobre ti y sólo te queda esperar.

Pasaron varias semanas de completa tranquilidad, conversaba con mi cuñado de sus experiencias, revisábamos los periódicos y salía luego a caminar por la ciudad. El clima de Sirte, en la medida que se acercaba al norte, se hacía más templado y la gente no era la misma, se volvía pálida, silenciosa como si el sol se apagara en su sangre.
Siempre es agradable un paseo por la ciudad, edificios y palmas, fragmentos de azul entre el cemento, el mar que te sorprende en cada vuelta, ningún lugar del mundo tiene ese azul, los flamboyanes le dan un toque rojo al paisaje, encendidos entre el verde y los mantos de las bienvestidas.
Salía a veces con mi cuñado a pasear por la ciudad nueva, atiborrada de estatuas y de edificios grises, luego íbamos a la parte vieja, salíamos a la antigua plaza cubierta de hollín, polvo y años, las calles empedradas, el antiguo Palacio del Sumo y el puerto, olor a hidrocarburos, a pescado podrido, a desechos humanos, agua gomosa, animal horrendo que lame el rostro de la ciudad y la va desgastando, carcomiendo, taja los muros y los hace polvo. El Mercado, lodo, moscas, frutas podridas, putas ajadas como los muros, cubiertas de polvo y tiempo.
Una mañana decidí salir sólo, dejé a mi cuñado con sus periódicos y salí a la calle temprano con la intención de contemplar la avenida, recién terminada de las Artes, con sus amplias cintas de asfalto y las hileras de tamarindos y mangos. No hice más que alejarme un poco del edificio y sentí que el aire se tornaba viscoso, pesado, como si hubieran colocado un gran peso sobre mi espalda, casi no podía caminar y se me doblaban las rodillas, amarillo, lo sentí, un rápido golpe, caí al suelo, un individuo que pasaba murmuró con desprecio Borracho, a duras penas pude ponerme en pie y con paso trastabillante llegué al edificio, derribé el busto del Duende, que rodó dando cabezazos de un lado a otro de la escalera y subí al apartamento.
Recogí a mi esposa, que por suerte no hizo muchas preguntas, sabía que estaba en peligro y eso bastaba. Nos alejamos cuanto pudimos del centro de la ciudad, entonces fue cuando preguntó.
- ¿No hay forma de escondernos? ¿No hay forma de cambiar las cosas? ¿Tú no dices ser el escritor de esta historia? ¡Cámbiala! ¡Sálvanos!
- No se puede, tendríamos que convertirnos en otros personajes, asumir otro papel, no sabes lo complicado que es.
- Inténtalo, siempre es mejor que desaparecer.
Tomamos un taxi hasta las oficinas, nos recibió el hombre del traje de dril cien.
- Hola, así que quieren cambiar de personaje. ¿Piensan huir? Ja ja ja, perdiste tu principal carta de triunfo, ahora no puedes hacer nada, eres un personaje, uno más en la historia, eres un simple personaje.
Comprendí lo que quería decir, estaba en sus manos
- Bueno ¿qué me dice?
Arrojó una bocanada de azufre sobre la mesa.
- Llene estas planillas, luego estas y después esas otras y aquellas y esas.
- ¿Cuánto demora?
Preguntó mi esposa
- Debe venir el mes que viene, si hay alguna vacante se le informará y podrá hacer la solicitud, si no, a esperar.
- Pero eso puede durar una eternidad
- Una eternidad, si, pero eso usted lo sabe – sonrió maléfico- Sabe como son esas cosas, si un personaje desaparece, pero eso sería un caso inusitado, fuera de costumbre ¿Cambiar de personaje? No, nunca había visto un caso así, ojalá tengas suerte.
Y comenzó a acuñar papeles y más papeles y a firmarlos con una rapidez que provocaba vértigo, el salón era enorme y cientos de hombres en guayaberas almidonadas, firmaban y acuñaban montañas de legajos, planillas, cartas, etc, Luego toda esa papelería se amontonaba junto al de dril que a su vez procedía a firmarla y acuñarlas, con cierta regularidad, un señor en guayabera azul desaparecía con ellos detrás de una cortina.
La oficina era un local instalado en un antiguo almacén, ordenado, pulcro, hileras perfectas de mesas, archivos, estantes cargados de papeles, afiches en las paredes, casi todos alusivos al ahorro, detrás del buró del de azufre, una gran foto de Supremo Benefactor, sonriente, mesándose la barba, en el centro, al final, otra de Don Noble con la vista perdida en el futuro, más pequeña y en uno de los laterales, una de Podicis, con cara de buena persona, un gran letrero sobre la puerta indica algo sobre la inmortalidad del Único.
Nada había que hacer, sólo huir, huir, huir, rápido, lejos, bien lejos. Montamos en un autobús hasta la estación de trenes, durante el viaje recordé muchas cosas, la carretera, los camiones verdes, la muchacha con la fruta. Don Noble a caballo aquella tarde en que los dragones volaban sobre Sirte y arrojaban naranjas de fuego. Dicen que el que va a morir regresa al pasado ¿y esta historia?, ya lo dijo él, soy sólo un personaje.
La estación es un gran edificio, un monstruo de acero y tejas, un convulso animal, lleno de voces, olor, calor, trenes con hileras colgantes de gentes que parece venir del centro de su estómago, un constante tragar y escupir sudores. Tejas, acero, enrejados, divisiones para separar a la multitud que nace y muere en sus entrañas.
Para llegar a la taquilla tuvimos que atravesar infinidad de obstáculos, puertas de alambre, rejas, funcionarios, organizadores de colas, revendedores, carteristas, jamoneros, funcionarios, policías, “tiradores”, multitud de durmientes que esperan meses para poder viajar. Arriba, en el techo, una coraza de fibrocemento y las luces verdes que indican la llegada y salida de los trenes.
En la taquilla nuestra milagrosamente no había nadie, tuvimos que correr para coger el tren que ya se iba, un viejo artefacto armado con vagones diferentes. Montamos en el último vagón, casi vacío. Parecía que caíamos en la boca de un caracol, era como descender una espiral, del centro del caracol, el mar venía a buscarnos con su cantar antiguo, el mar de Sirte acompañado por el tronar de los rieles. El tren aumentaba la velocidad, mi esposa aferrada a las aletas del caracol, sorbió con fuerza un sorbo de luz, luz de la tarde ya próxima a fenecer, le gritó a la luz que huía, que nos salvara y bajamos una espiral tras otra, cada vez más al centro.
Los días transcurrían fugaces, su flasheo nos llegaba desde la boca anunciándonos la huida, la posibilidad de estar lejos, bien lejos del peligro, todo era cuestión de esperar a que llegue la hora de ser moluscos y emerger a la superficie y recomenzar una vida juntos, en otra historia.
Un día creímos que eras la hora, creímos por la constancia de la espera que merecíamos haber escapado, subimos por las aletas del caracol, una a una, círculo a círculo, hasta el asiento donde el conductor nos ponchó el billete. El aire fresco del campo entró por la ventanilla.
- Esposa- le dije y me miró extrañada- empieza el campo, hemos salido de la ciudad. ¿Te imaginas? Una nueva vida, una nueva posibilidad.
El tren aumentaba la velocidad, los árboles eran una línea verde, hemos-escapado-hemos escapado-hemos-escapado..
Hacía frío, tuvimos que cerrar las ventanillas, fue como una orden, todas las manos se tendieron a cerrar las ventanillas, frío, temblor, arropamiento. El conductor era un señor de nariz ganchuda, morada por el frío, nos guiñó un ojo y se ajustó el cinto.
- Hace un frío de mil demonios.
Y siguió de largo hacia el final de l vagón. Al amanecer llagamos a una ciudad. ¿Qué ciudad era aquella? Ya era tiempo de estar al borde de la Isla, listos para buscar el camino, el paso en el corte de la cuchilla que nos permitiría ingresar al mundo real, sin embargo estabamos en una ciudad ¿Cuál ciudad? ¿Sirte se había unido de nuevo a tierra firme? Imposible, este frío indicaba que su avance al norte era cada vez más rápido. El tren pasó frente a un hotel Villa Don Noble, el letrero nos hizo saltar en los asientos. ¿Cómo?, el tren disminuyó la velocidad hasta casi detenerse, millares de personas se abalanzaron sobre los vagones.
- Frituras de maíz.
- Frituras de malanga.
- Caramelos de menta.
- Maní garapiñado y tostado.
- Maní molido.
- Pizza caliente.
Una muchacha se nos acercó a la ventanilla.
- Señores, compren uno de estos gallitos de azúcar, son muy sabrosos
- Cómprame uno, papi, cómpraselos, pobre mujer.
En eso se escuchó el silbato de la policía, el corre corre de los vendedores fue tremendo, huían entre la nieve que crujía al paso de sus cuerpos calientes.
- Monte aquí señorita, monte aquí con nosotros.
La muchacha subió por la ventanilla, los gallitos de azúcar cayeron en la nieve, la belleza entró al tren y alejó lo triste, lo derrotado, lo melancólico.
- Siéntese aquí al lado de nosotros.
El frío era espantoso, la muchacha llevaba un vestido ligero de algodón floreado, humedecido por la nieve derrotada en el encuentro con su piel caliente, nos abrazamos, teníamos hambre, estábamos asustados.
- Como te llamas.
- Cecilia y tú.
- Yo soy el Escritor.
- A que te dedicas Cecilia.
No le había causado ninguna impresión mi nombre, hizo un mohín gracioso.
- Trabajo independiente, por mi propia cuenta.
- ¿Y porque huías de la policía?
- No tengo licencia, ya no dan licencias, mucho menos a los que no somos letrados certificados por los Consejeros de la Pureza.
- ¿Y porqué no estudiaste?
- ¿Quién dijo que no?, soy ingeniera química, pero gano más con mis gallos de azúcar.
¡Ah, la sabiduría del Sumo Benefactor!, pensé, era como el rey Midas, lo que todo lo que tocaba en ves de en oro, lo transforma en mierda. ¿Qué espacio era este donde no llegaba el poder del suprarepresor? ¿O si llegaba pero dejaba un agujero? ¿Para qué? ¿Por qué él y el Duende permitían un espacio donde se manifestara una sombra de descontento contra su felicidad? ¿Sería para justificar su existencia? ¿Vendría siendo algo así como el 2% necesario para que todo funcionara correctamente para ellos?
La punta de uno de los senos de la muchacha me rozó la mejilla.
- ¿No leíste a Maupassant?
Preguntó, se abrió el vestido y dejó ver unos senos grandes, rellenos, de fuerte aureola morada y pezón agresivo.
- Si leí a Maupassant.
Me introdujo el pezón en los labios y era la gloria, mi esposa sorbió el otro pezón y sus brazos rodearon las caderas de la mulata, el sol penetró en nuestras bocas, era la vida encerrada en esa carne dura y sabrosa.
Desperté primero, mi esposa seguía aferrada al pezón, lanzó en sueños una protesta de cuna, una protesta que venía desde los primeros meses de la vida, la muchacha me miró sonriente. Volví al pezón , no ya con la ansiedad del estómago vacío, sino con el ansia de la carne húmeda que era una invitación a chupar, a morder, a sorber, a no apartarse nunca de ahí.
El tren se hundió cada vez más en la ciudad, estábamos de regreso, la espiral del caracol es una trampa, esta ciudad no tenía principio ni fin, era una ciudad en nosotros, la llevábamos dentro, era una trampa del caracol, una ilusión de la espiral que nos atrapó. Ahí estaban los megalitos, las estatuas, las consignas presas en la tela, el búho, la felicidad.
El tren se detuvo y bajamos prendidos a los senos de Cecilia, de la que no creímos poder separarnos ya nunca más, nos condujo al centro de la estación y allí nos dejó, no valieron de nada nuestras súplicas, ella no podía ir más allá, sin poner seriamente en peligro su vida.
- Lo siento mucho amigos, ha sido un placer pero tengo que dejarlos, no hay remedio.
Ofreció uno de los pezones.
- Toma un recuerdo, para cuando tengas hambre o frío. Adiós amigos.
Se alejó moviendo las caderas, haciendo retumbar la estación al paso de sus nalgas, ceñidas por la tela del vestido floreado, nadie podía permanecer impasible ante su andar de reina y los silbidos y piropos se multiplicaban, el amarillo se arremolinó y tiño de dorado el aire en los andenes y Cecilia desapareció tras una bocanada de amarillo seráfico.
El pezón sin su dueña era como un frijol arrugado, pero un regalo es un regalo y lo colgué de la cadena de oro d mi esposa, junto a la medalla de la Caridad del Cobre.
- Tenemos que hacer algo estamos en el mismo lugar
Le dije a mi esposa.
- Compremos una maleta.
Compramos una maleta y salimos de la ciudad, uno de los guardias de la estación, nos saludo y se desvivió en muestras de adulonería, nos condujo hasta un taxi, el taxista, genuflexo, nos abrió la puerta y nos preguntó en inglés, francés, italiano y alemán, a donde queríamos ir.
- A una tienda.
- ¿A una tienda?
- Si, a una tienda.
- Claro, claro.
Puso en marcha el auto, mascullando por lo bajo estos malditos turistas siempre comprando y comprando, burgueses, carroña imperialista, consumistas, puaf y luego con voz servil comenzó a narrarnos el recorrido, una especie de cicerone en espera de una propina extra.
El taxi pasó junto a la fuente de los héroes, ahí estaba mi estatua junto a la de Podicis y Noble, el taxista nos contó una historia enrevesada sobre unos peloteros famosos, luego pasamos junto a la sede del Partido Único, la antigua casa de Noble hoy museo de los mártires de la Revolución Feliz y el taxista inventaba lugares y hechos en su afán por parecer todo un conocedor, Por aquí desembarcó Cristóbal Colón, allá fue donde Hemingway escribió Adiós a las Armas, en ese lugar fue donde la mula tumbó a Genaro, por esa acera caminaba la mujer de Antonio, en ese bar mataron a Lola a las tres de la tarde, en ese terreno se filmó la décima parte de Liberación, ahí fue donde a la trigueña Encarnación se le rompió el vestido, en ese río fue donde se durmió el camarón y se lo llevó la corriente, con ese barro fabricaban la pasta dental Pomorín y agregándole agua de ese foso la Neopomorín y así sin parar, un dechado de ignorancia y bellaquería. Fuimos a una tienda en el centro de le ciudad, un señor en traje de portero nos condujo por el aire casi hasta la entrada. Una tienda bien diferente a las que conocíamos, con sus zapatos frankestein, los vestidos estilo Koljos, los muñecos de yeso, los cubiertos de kalamina y los platos de aluminio, los pomos de Moscú Rojo y los juguetes de madera y lata, con su pasta de oca, con el fricandel, el cerelac, el picadillo de soya, los estantes vacíos llenos de consignas y polvo. Esta no, está mostraba sus escaparates repletos de buena ropa, sus efectos electrodomésticos, las vidrieras refrigeradas, las neveras llenas de comida.
- ¿Quieren comprar artesanía los señores? ¿Cigarros Habanos?
La tienda, toda una maravilla para los ojos hambreados de mi mujer y los míos, estaba completamente vacía de clientes, en Sirte nadie compra, ¿para qué? ¿con qué? Un señor con fuerte tufo a azufre nos preguntó muy solemne.
- ¿Qué desean los señores?
- Una puerta, necesitamos una puerta.
- ¿Una puerta?
- Sí, una.
- ¿Para qué necesita alguien una puerta?
- Es nuestro deseo.
- ¿Para qué alguien quiere una puerta? Una puerta se usa para salir, para huir, no tenemos, ¿para qué?
- Ellos son turistas.
Dijo uno de los tenderos. El de azufre lo miró y el hombre se evaporó, sólo quedó en el piso de granito un charco de agua. Me puse duro.
- Si yo digo que quiero una puerta, es que quiero una puerta.
- Le puedo conseguir lo que usted quiera, el mejor tabaco del mundo, ron del buti.
Miró a mi mujer y me dijo casi al oído.
- Le puedo buscar unas niñas, como no has visto nunca.
- Quiero una puerta.
- Y valla Juana con la palangana.
- Señor son extranjeros, mire su maleta.
Intervino una de las tenderas y el administrador, de impecable guayabera blanca, le salió al paso.
- ¿Acaso una maleta hace a uno extranjero?
- ¡Claro que si! –intervino el de azufre- ¿Quién en Sirte necesita una maleta? Aquí nadie las usa, es obvio que son turistas extranjeros, pero hay que saber, una puerta no se puede vender así como así.
Le introduje un arenque ahumado en el bolsillo
- Claro un extranjero tiene sus manías.
Otro arenque.
- Uno nunca sabe con ellos, la enajenación capitalista, la explotación del hombre por el hombre, el consumismo.
Otro arenque.
- ¿Dijo usted que quería una puerta?
Otro arenque ahumado entró en su bolsillo.
- ¡Destornillen aquella!
Dos tenderos se lanzaron a destornillar la puerta del almacén, con el apuro no atinaban a zafar los tornillos y se herían las manos. El de azufre los miraba con conmiseración, disimuladamente se palpaba los bolsillos de la chaqueta safari atestados de pescado, toda una fortuna. Los empleados continuaban sin resultados el intento de aflojar los tornillos y quitar la puerta.
- ¡Que ineficiencia! ¡Que ineficiencia!
Exclamó el azufrado. Al fin después de muchos esfuerzos la puerta estuvo lista, la envolvieron en papel de regalo y con sonrisas y reverencias la entregaron, pagamos y regresamos en taxi a la estación.
¿Ahora qué hacer? ¿Proseguir nuestro viaje por la espiral? Salimos a la ciudad, nos mezclamos con la gente, si estábamos en peligro podíamos utilizar la puerta, Vivimos tres días maravillosos en un hotel de baja categoría que creímos nos preservaba el anonimato, nuestra fachada de turistas nos daba cierta seguridad, a veces tomábamos un taxi y paseábamos un rato por esos lugares reservados sólo para los pocos extranjeros que cruzaban el fatídico triángulo, de cierto, mucho más debilitado que en tiempos del Sumo, para impedir cualquier contratiempo estaba el sabueso de Podicis, por lo tanto cada vez permitía la entrada de un mayor número de turistas, que le aportaban buenos dividendos a la empobrecida Sirte. Vivir en la parte iluminada creaba una extraña sensación entre los que habíamos estado siempre en la parte oscura, desde el balcón podíamos ver cuanto había crecido la región en tinieblas de la ciudad, región que crecía hora a hora durante las madrugadas, como un cáncer que devoraba a Ciudad Feliz, era algo tragicómico ver el chisporroteo de miles de lámparas de queroseno, velas, chismosas, faroles chinos, fogatas, mechones, que desafiaban lo oscuro, mientras la gente siempre feliz, lanzaba vítores al Supremo Benefactor. Cuando nos sentábamos a comer un rico asado o un suculento bistec con papas fritas o un buen plato de arroz congris con su ración de tostones, no podíamos evitar sentirnos culpables, pensar que a esa misma hora los familiares de mi esposa y millones de Sirtenses, sentados en una habitación en semipenumbras, alumbrados por un quinqué o una vela, tragaban una insípida bazofia presentada por sus gobernantes como el non plus ultra de la alimentación sana. ¡Dios!. Cuando encendíamos el televisor, el aire acondicionado o la calefacción o nos bañábamos en la ducha, nos sentíamos culpables, nos sentíamos culpables de la luz 24 horas, de los zapatos nuevos de mi esposa, de mi máquina de afeitar, del café, del ron, de los cigarros, de los taxis, pero la sensación de bienestar adormecía nuestra conciencia y terminábamos durmiendo como benditos arropados y satisfechos hasta el otro día.
Nada señalaba el peligro, todo iba bien y pensábamos que esta podía ser otra historia. Sólo la sonrisa del hombre de azufre me intranquilizaba, pero no pude definir por qué, era una inquietud sin respuesta que nada podía contra la cada vez más fuerte creencia de que habíamos escapado.
El amarillo me sorprendió bajo la ducha, el agua caliente ponía torbellinos de calor en mi cuerpo, el amarillo estaba ahí ¿Cómo pude pensar que escaparía? Salté dentro de mí o desde la muerte, que ya era casi lo mismo. Vamos esposa, huir, huir, huir, huir, vamos tenemos que escapar. El amarillo venía tras nosotros y pulsé como nunca las teclas de la máquina ¿Yo?.
- ¡Al ferrocarril! Démosle otra vuelta a la espiral.
Corrimos por la ciudad, correr, llegar a la estación y derribar al guardia que esta vez no hace reverencias ante la pareja que no se detiene ante ninguna orden o barrera. Ahí estaba el tren, nuestro vagón y la maleta, caí en una especie de letargo, estaban jugando con nosotros. Nos abrazamos en el vagón helado, ya no estaba Cecilia para salvarnos con su calor.
El tren, amarillo, amarillo, , el Sumo, arlequines, casitas rosadas, todos queriendo subir a la carreta para atrapar su paca de heno. Mi esposa dormida, chupaba el pezón de Cecilia, sentí tibieza, felicidad.
- Despierta amor, va a amanecer.
Pero seguía aferrada al pezón de Cecilia.
- Vamos mujer.
Era feliz, una gran felicidad llenó el vagón, un campo sin nieve, lleno de carpas de colores, la gente que corre y ríe, los ángeles con plumas doradas, cubiertos por los rayos de sol.
- ¡Mujer! ¡Mujer!
Soltó el pezón y de su boca manó la leche tibia. Un demonio con cara de ángel bueno, con la espada flamígera, un demonio con pene enorme, glande como corazón de buey.
- El maná pueblo elegido, el maná.
Y se masturbaba una y otra vez. Mujer sonreía y pasaba la lengua por el glande monstruoso.
- Mujer, ¡la puerta1, ¡la puerta!.
Estaba parado en el campo, con el pezón de Cecilia manando leche tibia, al lado la maleta abierta, con la puerta y en los vagones las cabezas asomadas y las manos que dicen adiós, las muchachas agitan pañuelos.
- Adiós señor Escritor, adiós.
El tren se aleja y se pierde en el amarillo, ya no hay línea, solo el campo cubierto de flores. Saco la puerta, voy a escapar, voy a escapar. Un largo túnel, un largo túnel amarillo.

Primero fue la caída, una caída que parecía no tener fin, entre las capas de amarillo, todas las combinaciones posibles, además, descubrí que no caía, más bien era absorbido por sucesivas oleadas de amarillo. Imposible medir el tiempo de la absorción, lejos, al final del túnel, divisé una puerta, era verde, remachada con clavos de bronce, toqué una gran aldaba, un falo de broce bruñido, esperé un rato, volví a tocar, al no recibir respuesta abrí la puerta.
Del otro lado un ojo incoloro me observaba con malevolencia, cerré de un tirón y corrí por el túnel, no podrás escapar, no podrás escapar. Algo galopaba detrás de mi, cada vez más cerca, lago viscoso que me rozó e intento rodearme, entonces vi la pequeña puerta del almacén abierta a una costado y salté.
Cuando ya creí segura la huida, la casa del tratante era fuerte como una prisión y los muros del patio tenían quince pies de altura. A un lado había un cobertizo en el que llevaban a cabo las castraciones. Primero me purgaron y casi mataron de hambre porque se considera que de esta forma es más seguro, me acompañaron al interior, frío y vacío, y vi la mesa con los cuchillos y la estructura con una especie de moldes para las piernas separadas a las que te atan, con negras manchas de sangre reseca y sucias correas.
Me arrojé entonces a los pies del tratante y se los abracé llorando. Pero fueron para mi como mozos de granja ante los lamentos de un ternero. No me hablaron, me desnudaron, mientras hablaban entre ellos de no se que chismorreos del mercado... En qué historia me encontraba metido, horror, escuché una risa sardónica, logré empujar a los mozos y recibí dos buenos correazos, y de nuevo la voz Transferido para El Muchacho Persa de Mary Renault..
Vagué varios días por un valle, aterrorizado, exhausto, Dios sabe de donde, una piedra cayó a mis pies, penetré en el bosque y corrí hacia una vieja construcción de piedra. Luego de pronto luces de neón y una avenida extraña y yo rodeado de unos tipos estrafalarios, un viejo con aspecto de maestro de escuela se acerca y me veo con una navaja en la mano golpeando al pobre anciano, destrozando sus libros mientras mis amigotes ríen divertidos y escucho de nuevo la voz Transferido a La Naranja Mecánica de Anthony Burguess, no podía hacer nada, sólo implorar, pedir por favor que terminara la pesadilla. Una muchacha de pechos rebosantes se acercó.
- ¿Es usted el Escritor? Firme aquí por favor.
- ¿De que se trata?
- Hay una plaza vacante en una novela de Guillermo Vidal Las manzanas del paraíso.
Siento como se cierra la puerta principal de la galería y lo veo venir: Hermoso, odiado y la voz que no me deja ni un minuto me grita que es la última oportunidad. Y la voz me obliga a extraer el cuchillo de carnicero de entre las hojas de periódico que dejo caer en medio de la acera.
Con los pasos que se acercan mi exaltación sucumbe a una calma de rencor, hasta que logro alcanzarle del primer tajo al cuello: ¡maldito!, y el tajo le da de plano en la base del cuello y cae, los ojos desatracados, la voz gangueante del que no espera la muerte, ¡tú! Susurró. Y yo seguí clavando una y otra vez el cuchillo con una fuerza salvaje. A lo lejos me pareció escuchar los gritos y las voces y un tropel de personas que se acerca...
Las manos tintas en sangre, la ropa tinta en sangre ¿Qué es esto? Prefiero ser tragado mil veces por el amarillo, mil veces. Huí del lugar perseguido por una multitud que gritaba.
- ¡Ataja! Asesino.
Vi la entrada de un bar y empujé la puerta. Contemplé el enorme rostro. Me había costado 40 años saber que clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exiliándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra me resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano. La telepantalla estuvo un rato silenciosa y después comenzó a trasmitir un comunicado. ¿Qué era esto, 1984? ¿Amaba al Gran Hermano? ¿Al Supremo Benefactor? “Eres un miembro del Partido exterior. Un hombre fiel al Gran Hermano” El túnel era largo, música de arpas atravesaba las paredes, grité desesperado ¡NO QUIERO CAMBIAR DE PERSONAJE!. Nunca pensé que prefería al sabueso, ¿Es que no hay forma de escapar de él? ¿Había escapado o esto no era más que parte del juego? Me había situado en una libertad terrible, jugaba conmigo, se divertía. ¿Cómo fue que creí que yo era la excepción de la regla? Conociéndolo bien, se sabe que jamás cede, jamás le gusta perder, al final del túnel una luz, ¿Qué me esperaba ahora?. El sol, el sol sin una nube, limpio, azul el cielo, corrí, la yerba me cosquilleaba en la planta de los pies, caminé un rato, respiré el aire puro ¿Pero era esto otra historia? La pradera parecía no tener fin, luego de varias horas de camino encontré un arroyo, el agua me refrescó las sienes y la garganta, comí unas manzanas de un árbol solitario, un manzano que crecía sólo en medio de la llanura, rodeado de cadenas. De su sombra parte un camino y 500 metros más allá encontré un cartel: 13 km. a el Paraíso, aceleré el paso, este era quizás el anuncio de que la verdad estaba cerca y que podía serme revelada, pero entonces era la muerte, los vivos no van al Paraíso, sólo los que han muerto y fueron buenos en vida, muy buenos.
El camino estaba abandonado, baches, malezas, piedras y polvo de muchos años sin que nadie lo transitara, parecía un camino olvidado y no él camino al Paraíso, lugar de ensueño y preocupación para muchos hombres, ya creía ver en cualquier momento su puerta de plata maciza, cubierta de pedrerías y los ángeles custodiándola, sólo encontré al llegar una puerta de madera carcomida, fuera de sus goznes, no había ángeles guardianes y a simple vista se notaba que hacía muchos años que nadie pasaba por allí.
Imperaba la suciedad y el abandono, latas de conserva, papeles cromados, periódicos, latas y botellas de cerveza, tiendas de campaña desflecadas por la intemperie, hojas de revistas, papel sanitario que volaba al ritmo del viento, amo y señor de esta planicie.
Sólo encontré a un anciano junto a las ruinas de un muro, arrodillado frente a una hoguera, en oración, a su lado varios libros, un tintero y una pluma de ganso.
- Buenas tardes tenga usted venerable anciano, disculpe mi interrupción
El anciano me miró asombrado.
- ¿Qué hace usted por estos parajes? ¿Es un turista?
- No, noble señor, soy alguien que busca la paz y la verdad y que al parecer ha muerto.
- La paz y la verdad, dos cosas que rara vez nadan juntas.
La barba del viejo llegaba al suelo, su traje de burdo paño, estaba remendado por múltiple lugares.
- ¿Quién es usted venerable?
- Me llamo Filón y me dicen Filón Hebreo.
- ¿Eres Judío?
- Si
- Dígame señor ¿No es este el Paraíso?
- ¿Piensas que lo es?
- Si
- Entonces lo es sin lugar a dudas.
- ¿Señor a que se dedica?
- Escribo, escribo para el futuro, eso es todo, este libro que ves aquí son las Alegorías de las leyes sagradas, estos otros son los libros De los judíos, De Sansón y de Jonás, DE providentia, etc, son la obra de toda mi vida.
- Señor ¿Podré entrar al Paraíso?
- ¿Quién puede?
- Yo quiero entrar.
- La puerta está abierta.
Sonrió y las arrugas desaparecieron de su rostro.
- Mañana iré a Alejandría, mañana será el primer progrom.
Tomó un libro que estaba a su derecha sobre un almohadón.
- Este es el libro sagrado de mi pueblo, la palabra del señor. ¿La verdad decías? Sólo es la verdad, este libro es la historia del alma en su viaje a la materia, a Dios, el Génesis traza la ruta de la inteligencia hacia la pureza, los cuatro ríos del Paraíso son las cuatro virtudes cardinales de los estoicos. Adán es la inteligencia sumada al elemento terrestre, su sentido es la sensación que nace con Eva, la serpiente es el pecado, Caín la tentación original, los tres patriarcas son los tres medios para que el espíritu vuelva a su candor, Jacob la experiencia ascética, Abrahan el aprendizaje, Isaac la gracia, la mujer de Lot figura el alma que puesta en el buen camino, corre el riesgo de perderse cuando se detiene a contemplar los errores pasados. No mires atrás hijo mío ¿Estás seguro de quién eres? Puedes ser un hombre o una voz. ¿Quieres entrar al Paraíso? Esa es la puerta, pero el Paraíso sabe Dios dónde está.
Cerró los ojos y guardó silencio y ya nada le hizo salir de su mutismo, tomé el camino lleno de decisión, limpié la entrada, levanté la puerta y la puse en sus goznes, luego de caminar unas tres horas escuché música de címbalos, oboes y arpas, el aire traía la fragancia del jazmín y de la fruta fresca.

Era el tercer río que cruzaba, su cauce era seco como el de los anteriores, nada crecía a su alrededor, tierra cuarteada hasta donde daba la vista, a veces se escuchaba una música lejana, pero la mayor parte del tiempo era el silencio. ¿Qué verdad era esta que buscaba?. ¿Huir? La única verdad del mundo conocido era el poder y la obediencia absoluta.
Estaba en camino al lugar ideal de los hombres, donde impera la justicia, el amor, la libertad y la fraternidad, ahí no hay sabuesos, se vive en brazos de la felicidad por los siglos de los siglos. Al séptimo día de camino, una muchacha se presentó, era trigueña, hermosa, me acercó a los labios un recipiente lleno de bebida refrescante, tardé en identificar el sabor del limón, tan reseca tenía la boca.
- El señor que todo lo sabe, el todopoderoso, ordenó servirte.
- Gracias, gracias a Dios.
- Alabado sea por siempre.
- Dime niña, ¿Acaso no es este el Paraíso?
- En el estás digno escritor.
- ¿Sabes quién soy?
Caminé tras la muchacha hasta una lejana arboleda. Tenía unas bellas piernas, doradas por el sol, aunque más joven, me recordaba mucho a mi esposa.
- Hasta aquí llego señor
- ¿Pero me vas a abandonar? Tengo muchas preguntas que hacerte.
- Descansa amigo, pronto estarás ante el señor.
- ¿Quién es él? ¿El que me creó? ¿El que me escribe?
- Poco puedo hacer por ti, encomiéndate al señor que pronto estarás ante él, olvida tus culpas, pronto serás feliz
Se alejó, era bella, se veía feliz, en fin, el Paraíso. Aquí estaba la respuesta, el fin de la angustia de todos los hombres, aquí nada lograría el poder.
El fresco de los árboles invitaba a dormir, pero era tan feliz que decidí no hacerlo y hartarme del canto de las aves, de la fragancia de los mangos, nísperos, mameyes, mamoncillos, guanábanas, anones, de la sombra de los almendros, majaguas, caobas, cedros, infinidad de árboles que cantaban a la felicidad paradisíaca. A la tarde vino un pastor a recogerme.
- Obediencia
Gritó mostrándome la palma de las manos.
- Sígueme.
Caminamos buen trecho entre los árboles hasta salir a una llanura, en el horizonte brillaba al sol un palacio dorado.
- Joven, ¿es ese el lugar de Dios?
- Silencio y obediencia.
Lo observé perplejo, ¿era este un joven feliz? ¿Con ese rostro tan duro? ¿Tan austero? ¿Con esos ojos tan fríos donde no se lee nada? Esa mirada se semejaba a la de los “felices ciudadanos de Sirte”, a la mirada fanática de los seguidores del Sumo. En la puerta del palacio había dos ángeles con largas espadas.
- Salud y obediencia
Gritó el pastor
- Obediencia al altísimo
Uno de ellos estuvo apunto de golpearme con sus alas, sentí un ligero olor a aguardiente. Extraños ángeles pensé y cruzamos la puerta de oro. Varias hileras de jóvenes lanzaban pétalos y perfume a mi paso.
- Obediencia, obediencia.
Gritaban y se postraban a mi paso.
- Obediencia.
No puede ser este el Paraíso. ¿Dónde extravíe el camino? ¿En que punto perdí el sendero?
- Obediencia.
Esos seres postrados, esos seres terribles, con esa mirada fría de fanáticos ¿Ángeles o demonios?
- Obediencia al altísimo, póstrate miserable, rinde pleitesía a quien te ha liberado de la pesada carga del cuerpo, te ha separado de la materia prisión del alma, póstrate y rinde obediencia terna.
Le sostuve la mirada iracunda, mirada helada de fanático, mirada desalmada ¿desalmada? ¿No era ese el Paraíso? Pensé en el Dios de mis creencias, todo amor, el Jesús que curaba ciegos y paralíticos, el Dios de misericordia, de perdón, el de los de espíritu de pobre, el Dios que insufló su aliento divino a la materia y nos dotó de espíritu, pensé en Jesús todo bondad, su mirada no tenía nada que ver con esas miradas, no este no era el Paraíso. Aquí no había amor, ni perdón, ni misericordia, aquí había sólo obediencia, aquí no estaba Jesús.






CUARTA PARTE.
EL COLOR DE LOS VIERNES.


Jugar a la seducción es todo los que necesita un caudillo para morir en el poder.
El olor del alcohol era cada vez más fuerte, olor a aguardiente barato, a alcoholes bastardos y las plumas, cientos de plumas de todos los colores que enrarecía el aire, cientos de ¿ángeles? Batían sus alas, gordezuelos, con los carrillos inflados de soplar las plumas, cientos de seres nalgudos sentados unos encima de otros, algunos volaban pegados al techo, sus chillidos eran ensordecedores.
Un joven de apariencia atildada me condujo del brazo, le pregunté.
- ¿Dónde está Dios?
- ¿Eh?
- ¿Dios?
Aunque ya yo estaba convencido de que aquí no se encontraba. Entramos a un salón, en el centro un Príapo de bronce nos miraba con cara libidinosa, a su alrededor en lechos de mármol, se acomodaba un grupo de individuos, el que me acompañaba les dirigió la palabra.
- Señores, tenemos el honor de compartir este banquete con el célebre escritor de esta novela, el Escritor.
Luego dirigiéndose a mí y tomando una copa en sus manos.
- Bebe en nuestro honor célebre escritor, un Rodas legítimo, añejada siglos y siglos en nuestras bodegas, te invito a que compartas con nosotros.
Maravillado me acomodé en uno de los lechos, cuatro negros se situaron a ambos lados del salón, con sendos perrazos a cada lado. Se abrió una cortina y salió un grupo de bailarinas, cubrían sus cuerpos con peplos transparentes, al ritmo de una rumba comenzaron a mover las caderas, el vino corría, las muchachas se despojaron de sus peplos. Los negros permanecían imperturbables, ni un músculo de sus caras se movía, cesó la música y las bailarinas se arrojaron en brazos de los comensales.
Se escucharon unas fanfarrias, una muchacha hizo su entrada, era mucho más bella que las otras, un cuerpo nunca visto, perfecto, parada frente a mi apoyó sus codos en mis hombros y me rozó con la punta de los pezones, un ligerísimo roce, una quemadura que abrió la piel, luego se apartó y comenzó a bailar, sin música, no hacía falta, se acariciaba, vibraban sus senos, su cintura, sus muslos, sus nalgas, fue aumentando la velocidad del movimiento, el Príapo tomaba vida y danzaban los dos, ella a horcajadas sobre el falo de bronce, yo queriendo acercarme y los perros enseñan los dientes y ella se acerca y los negros sueltan a los perrazos que la olfatean, lamen el sudor de los muslos, ella me acaricia y los perros lamen su vulva, el ano, los pezones, ella se pone en cuatro y da una orden a los animales que permiten me acerque, uno de los perros lame mis testículos, otro el pene apunto de explotar, ella invita jadeante y la poseo en un rapto de violencia, la golpeo, la muerdo hasta ver su sangre correr, sentimos un orgasmo tras otro, una explosión tras otra de la carne, hasta quedar en una especie de inconsciencia y ver antes de caer rendido, a los negros que se acercan arrechos, sobando sus vergas enormes.
Despierto, el salón está cubierto de cuerpos desnudos ¿Dios? ¿Cuál Dios? Seguro que no el mío, ¿cuál? Baal, Astarte, Irinna, Lucifer, cualquiera menos mi Dios. Príapo de Bronce en el centro y yo desfallecido, los ojos se me cierran, mordido arañado, cubierto de sudor, sangre y semen y siento el sabor de su cuerpo, el olor a almizcle de su sexo, una muchacha abanica el aire con una penca de palma, otra me seca el sudor con su peplo ¿Dios? y vuelvo a dormir.
Estoy en una cama, desnudo, reconfortado ¿Cuánto tiempo dormí? Un denso olor a podredumbre llega del jardín, olor a cadáveres, olor al día después de la batalla por Sirte, olor a gobierno del Sumo, olor a alma del Supremo Benefactor.
Un golpe de brisa aleja la náusea, brisa con olor a mar y cohetes que alumbran la calle, abrí la ventana y salte fuera, en el jardín un señor me enseñó unos naipes que en rápido movimiento lo circunvalaron, un conejo salió de su sombrero y regresó el olor pútrido. Príapo de bronce fulgura bajo la luna, quedé sólo bajo su sombra, en un árbol próximo cuelgan dos chicas con el vientre abierto, en sus rostros hay un rictus de placer.
Caminé por el jardín, una voz me seguía ¿ya no eres el Escritor?, ¿eres o no eres el Escritor? ¿ya no buscas a Dios?
En un salón alumbrado con antorchas había una mesa de bronce y doce sillas, el bronce bellamente trabajado, las patas de la mesa, serpientes peniformes entrelazadas, mordiendo manzanas de oro, la cena servida humeaba en las bandejas, fuentes y platos.
Fui sentado a la cabecera, sonaron unas trompetas e hizo su entrada un señor vestido de verde olivo, de larga barba, boina, ametralladora terciada al pecho, cananas de balas, granadas, botas astrosas, con toda la mugre encima de quien lleva varios meses en la selva, nos miró ceñudo y comenzó a cantar desafiante.
Arriba los pobres del mundo
de pie los esclavos sin pan
y gritemos todos unidos
viva la Internacional.
Algunos le acompañaron en el canto hasta el final, luego saludó militarmente y fue a sentarse, hizo su entrada el señor de azufre, vestido con una guayabera roja, los bolsillos repletos de bolígrafos y tabacos, después entró Cecilia, y siguieron entrando los invitados. Dieron el orden en la mesa y fuimos presentados.
- Popota.
- El cargado de rosas.
- El comandante guerrillero
- El de azufre.
- Un caballero letrado
- Cecilia.
- El Buitre.
- El Coronel.
- Un Inquisidor.
La cena era estupenda, a mi lado Popota se convertía en gato y le gastaba alguna que otra broma a los comensales, el de azufre aplaudía a más no poder los discursos del guerrillero plagados de condiciones objetivas y subjetivas, de saltos, contradicciones, negaciones, de dictadura imperialista y de dictaduras proletarias, un gobierno de obreros armados, con disciplina de taller y de oficina etc etc. El de azufre aplaudía alborozado y lanzaba vivas y decía consignas, sacó la panza de debajo de la mesa y propuso un brindis.
- Hagamos un brindis por la felicidad
Lo interrumpí.
- Ustedes no son felices ¿Cómo pueden ser felices?
Una mano fría se posó en mi espalda.
- ¿Buenas Escritor, te olvidaste de mi?
Ahí estaba, erguido y arrogante el Sumo.
- ¿Cómo entraste? ¿Cómo llegaste a mí?
- Hay Escritor, todo te parece mal, ¿no crees que son felices? Tú lo harías mucho mejor ¿verdad? ¿Crees que abandonaste Sirte? No, Sirte está dentro de ti. Tú eres Sirte y no lo eres, ahora te toca decidir, esta es tu historia y no lo es. ¿A quién crees que engañas? ¿Quieres una respuesta?
Todos aplaudían, el Buitre sonreía con su mirada torva, con su media sonrisa, la leche tibia manaba de los senos de Cecilia y Popota lamía el mantel. El de azufre era el más alegre de los invitados, el guerrillero me observaba desconfiado. Al luz se encendió de pronto, enceguecedora, amarilla, amarilla como en Viernes Santo, en un extremo del salón había una silla solitaria, la mesa y los invitados desaparecieron y su lugar fue ocupado por calderas humeantes, unos hombres vestidos con guayaberas unos y camisas a cuadros otros, desnudos de la cintura para abajo, corrieron a meterse en el aceite que borboteaba en las calderas. Luego hicieron su entrada los ¿ángeles?, gordos, pesados, apenas podían mover las alas, las heces caían sin piedad sobre los presentes y alguna que otra guayabera se cubrió con el bautismo.
Me recosté a la silla, el olor de las heces era insoportable, los ¿ángeles? se defecaban dondequiera y luego continuaban su camino como si nada.
- ¿Y si me siento en la silla?
El salón estaba lleno, bailarinas saltimbanquis, juglares, sujetos misteriosos con olor a azufre, bufones, militares, cortesanos, etc.
- ¿Y si me siento en la silla?
Seguía entrando gente, me senté y se hizo un gran silencio en el salón. ¿Dónde estaba?. Noté que la habitación se hacía más pequeña. Ellos se alejan, casi no puedo escuchar sus voces, sus vivas, sus aplausos, siento el galope de un caballo, choque de armas, la bruma lo envuelve todo. El relincho de las bestias se mezcla con los gritos de dolor, con los gemidos del metal que busca la carne ¿Dónde está el final? ¿Cuál es el final? ¿Y el Paraíso? ¿Hay un final?
Los lagartos atacan con sus falos garfios, se escucha un lejano lamento de taponaxtles, tamboriles y magadis, la bruma amarilla lo envuelve todo. No hay historia, amarillo, amarillo turbio, torbellinos de amarillo. ¿Y donde está el Paraíso?
Hay un túnel, un largo túnel amarillo, una puerta a contraluz de un color indefinido, no terrenal, sombras que arrastran sus pies por el suelo encenagado, ventanas que parecen estallar de tanta luz, torres, esferas, ovos, el jardín, vegetación de un planeta dentro de otro planeta. Una muchacha se acerca el viento bate su vestido de flores rojas, sonríe y me tiende una fruta, a lo lejos se escucha el sonido descompasado de un tambor. Cerca hay un río, la gente se apresura en pasar de una orilla a otra, el, puente es destruido, sus vigas apuntan al cielo, el torrente arranca troncos de árboles y animales, improvisan un paso de pontones de madera, del otro lado unos guardias seleccionan a los recién llegados.
La muchacha me toma del brazo.
- ¿Cruzamos?
Le tiendo la mano, los pontones oscilan, una voz dice: el Paraíso es el infierno visto desde otra parte, a comenzado a llover, el cielo es de un gris plomizo.


Raúl Antonio Capote.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Wao! Esta noche mismo vuelo a la Habana a buscarte, no te me escapas, no, de ninguna manera...
Belkis

Anónimo dijo...

Es un gran regalo tener el texto aquí. Sobrecumple las metas literarias.

Anónimo dijo...

Brillante y amargo a la vez. Dulce y oscuro. Delicia para los ojos y para la mente.
Una locura excelente...
Tanya Acosta
Venezuela

Anónimo dijo...

Sin tanto elogio raro pana, es muy buen libro. eh, hace falta que lo publiquen en Venezuela y porque no, en todo el mundo.
Rodobaldo

Anónimo dijo...

Belquis, si no volaste a la Habana, lo siento por ti, pero al adversario me lo llevo yo...ya estoy en cubita la bella..
Nurys Vergara Santos
La nena de Puerto Rico